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Sumer y el primer historiógrafo

Lagash en Sumer
Lagash en Sumer

Hay que reconocer que Sumer no ha producido ningún historiador digno de este nombre. Ninguno de sus historiógrafos ha redactado una historia tal como la concebimos hoy en día, es decir, como una sucesión continua de acontecimientos cuya evolución está regida por causas profundas que, a su vez, se hallan sometidas a leyes universales. Partiendo de un punto de vista dogmático, dependiente de su visión particular del universo, el sumerio considera los acontecimientos históricos como si surgieran espontáneamente, ya listos y completos, de repente, sobre el escenario del mundo, y cree, por ejemplo, que su propio país, ese país que ve sembrado de ciudades y de Estados prósperos, de aldeas y de granjas, enriquecido con todo un perfeccionado aparato de técnicas y de instituciones políticas, religiosas y económicas, fue siempre el mismo desde el origen de los tiempos, es decir, desde el momento en que los dioses hubieron proyectado y decretado que así sería.

Sin duda, jamás entró en la mente de los más sagaces entre los sabios de Sumer que su país en otro tiempo había sido una tierra cubierta de marismas, inhóspita y desolada, con algún que otro caserío miserable esparcido por el marjal, y que no se había transformado en lo que era más que con el transcurso de los siglos, de generación en generación, después de pagar el precio de luchas y de esfuerzos incesantes, gracias a la perseverante voluntad de los hombres, y luego de haber realizado incontables pruebas y ensayos, seguidos de un verdadero cortejo de inventos y descubrimientos.

Definir los objetos y clasificarlos, elevarse de lo particular a lo general, todas estas actividades fundamentales del espíritu científico son, para el historiador moderno, reglas del método que ya se dan por supuestas de antemano. Pero esta faceta del conocimiento era totalmente ignorada de los sumerios; al menos no aparece nunca en sus obras en forma explícita y consciente, cosa que puede comprobarse en varios terrenos. Sabemos, por ejemplo, que las excavaciones nos han permitido descubrir gran cantidad de tabletas con listas de formas gramaticales. Pero si, de hecho, semejantes catálogos denotan la existencia de un conocimiento profundo de las clasificaciones de la gramática, no se han encontrado en ninguna parte ni las menores trazas de una sola definición, de una sola regla gramatical.





De igual modo, entre los numerosos documentos matemáticos salidos a la luz del día, como son las tablas, los problemas y las soluciones a estos problemas, jamás se ha encontrado el enunciado de una ley general, de un axioma o de un teorema. Es muy cierto que se han encontrado largos repertorios de nombres de árboles, de plantas, de animales y de piedras, redactados por los profesores sumerios de historia natural. Pero si el principio que pueda informar estos repertorios nos permanece ignoto, es seguro, en todo caso, que no derivaba de una comprensión verdadera o hasta de una intuición de las leyes botánicas, zoológicas o mineralógicas. En cuanto a las compilaciones legislativas (esos códigos que, reunidos, contenían centenares de leyes particulares), ninguna de las que subsisten formula ni un solo principio jurídico de carácter general.

Y, volviendo a la historia, podemos decir que en las complicaciones de los historiógrafos adscritos a los Templos y a los Palacios, no se ve nada que se parezca ni de lejos a una historia coherente, metódica y completa.

Y, en el fondo, ¿quién puede extrañarse de ello? No hace aún mucho tiempo que el espíritu humano descubrió «el arte de dirigir bien el propio pensamiento y de razonar bien sobre las cosas». De todos modos, resulta sorprendente que no se pueda encontrar nada en Sumer que se asemeje al tipo de obras históricas tan extendidas entre hebreos y griegos.

Los sumerios crearon y cultivaron numerosos géneros literarios: mitos y cuentos épicos, himnos y lamentaciones, ensayos y proverbios, y aquí, allá y acullá (especialmente en las epopeyas y en las lamentaciones) se pueden distinguir ciertos datos históricos. Pero no existe un género literario que pueda considerarse como propiamente histórico. Los únicos documentos que se aproximan algo a ello son las inscripciones votivas de las estatuas, de las estelas, de los conos, de los cilindros, de las vasijas y de las tabletas, y aun éstas son brevísimas y están influenciadas netamente por el deseo de propiciarse las divinidades. En general, los hechos que relatan son hechos contemporáneos y aislados. Sin embargo, algunas de estas inscripciones se refieren a acontecimientos anteriores y revelan un sentido del detalle histórico que en esta época lejana (alrededor del año 2400 a. de J. C.) no tiene equivalente en la literatura universal.

Todos esos «historiadores» primitivos, al menos todos los que han llegado a nuestro conocimiento, vivían en Lagash, ciudad meridional de Sumer que representó durante más de un siglo, hacia la mitad del tercer milenio, un papel político y militar preponderante. Lagash era entonces la sede de una activisima dinastía de soberanos, fundada por Ur-Nanshe. Realzó el brillo de esta dinastía su nieto, Eannatum el Conquistador, quien logró hacerse dueño durante un breve período de todo el país de Sumer (la célebre «estela de los buitres» es suya); la dinastía prosiguió brillantemente con los reinos de Enannatum, hermano del precedente, y de Entemena, hijo de Enannatum. A continuación empezó a palidecer la estrella de Lagash y, después de una época de disturbios, terminó por apagarse en el reinado de Urukagina, el octavo soberano después de Ur- Nanshe. Urukagina, que fue un sabio y sagaz reformador, no pudo hacer  frente a la ambición del rey de Umma, Lugalzaggisi, que lo derrotó definitivamente, antes de sucumbir él mismo bajo el recio empuje del gran Sargón de Accad.

Pues bien, lo que nos restituyen los historiógrafos de Lagash es la historia política o, mejor dicho, la sucesión de acontecimientos políticos de este período, desde el reino de Ur-Nanshe hasta el de Urukagina. Sus relaciones son para nosotros tanto más preciosas cuanto que, a lo que parece, esos personajes eran los archiveros adscritos al Palacio y al Templo y habían de tener acceso a informes de primera mano sobre los sucesos que nos describen.

Entre estos relatos hay uno, especialmente, que se distingue por la abundancia del detalle y la claridad de la exposición. Es obra de uno de los archiveros de Entemena y relata la restauración del foso que formaba la frontera entre los territorios de Lagash y de Umma, destruido en el curso de una guerra anterior entre ambas ciudades. El escriba, preocupado por exponer y describir la perspectiva en la que se inscribe el acontecimiento, ha juzgado necesario evocar el fondo político de la cuestión. Sin extenderse demasiado, como ya puede suponerse, nos informa de ciertos episodios notables de la lucha entre Lagash y Umma, remontándose a la época más lejana sobre la que posee informes, es decir, la correspondiente al reinado de Mesilim, rey de Kish y soberano de Sumer, hacia el año 2600a. de J. C.

A despecho de esta loable intención, hay que comprobar, sin embargo, que su relato anda muy lejos de presentar el carácter objetivo que cabría esperar de un historiador. Al contrario, todos sus esfuerzos consisten en hacer encuadrar el desarrollo sucesivo de los acontecimientos dentro de la explicación que les impone a priori su concepto teocrático del mundo. De ahí el estilo literario originalísimo de esta historia donde se entremezclan inextricablemente las hazañas de los hombres y de los dioses. De ahí también la dificultad con que nos encontramos de poder separar los acontecimientos históricos reales de su contexto fabuloso. Por consiguiente, el historiador moderno no debe utilizar esta clase de documentos más que con grandísima prudencia, completando las indicaciones que le dan y cotejándolas con los datos proporcionados por otra parte.





A título de ejemplo, he aquí lo que se puede utilizar, en cuanto a historia política sumeria, del texto de nuestro archivero, una vez despojado de su ganga teológica y de la fraseología politeísta de su autor:

En la época en que Mesilim, rey de Kish, reinaba, al menos de nombre, en todo el país de Sumer, surgió una disputa por cuestión de fronteras entre las ciudades-Estados de Lagash y Umma. Como soberano común a ambas ciudades, Mesilim se erigió en arbitro del conflicto y, de acuerdo con el oráculo emitido por Satarán (el dios encargado de arreglar las desavenencias), delimitó la frontera entre los dos Estados y erigió una estela conmemorativa para marcar su trazado y evitar nuevos litigios.

La decisión, que, indudablemente, fue aceptada por ambas partes, parece haber favorecido algo a Lagash. Pero, algún tiempo después (no se precisa la época, aunque, según ciertas indicaciones, podría situarse poco antes de que Ur-Nanshe fundase su dinastía), Ush, ishakku [1] de Umma, quebrantó los términos del acuerdo, rompió la estela de Mesilim y, atravesando la frontera, se apoderó del Guedinna, territorio perteneciente a Lagash.

Esta comarca quedó en manos de las gentes de Umma hasta la época de Eannatum, nieto de Ur-Nanshe. Este jefe militar, que se había vuelto muy poderoso después de sus conquistas, consiguió, durante un breve período, tomar el título de rey de Kish y reivindicar la soberanía del territorio entero de Sumer para sí. Atacó y venció a los ummaítas, impuso un nuevo tratado fronterizo a Enakalli, que entonces era el ishakku de Umma, hizo abrir un foso paralelo a la nueva frontera, con el objeto de dejar asegurada la fertilidad de Guedinna, y luego, para que perdurase el recuerdo de lo hecho, ordenó restaurar la antigua estela de Mesilim e hizo que se erigieran otras estelas con su propio nombre. Además, hizo construir en sus proximidades buen número de edificios y santuarios que dedicó a los grandes dioses sumerios, y, finalmente, con objeto de suprimir de una vez para siempre toda posibilidad de que surgieran nuevos conflictos, dejó en barbecho, a lo largo del foso-frontera y en territorio ummaíta, una franja de tierra considerada como tierra de nadie.

Sin embargo, más adelante, Eannatum, deseoso de congraciarse hasta donde fuera posible los sentimientos de los ummaítas, en un momento en que se proponía extender sus conquistas en otras direcciones, les permitió que cultivaran los campos situados en el Guedinna, y aun más al sur. No obstante, impuso una condición: que los ummaítas entregarían a los dirigentes de Lagash una parte de la cosecha en compensación al usufructo concedido, cosa con la que se aseguraba no sólo para sí, sino para sus sucesores incluso, unos ingresos considerables.

Hasta aquí, el archivero de Entemena no trata más que de acontecimientos pretéritos. Pero, a continuación, los que evoca le son contemporáneos, y hasta parece muy probable que él mismo haya sido testigo de ellos.

A pesar de la aplastante victoria de Eannatum, bastó el paso de una sola generación para que los ummaítas volvieran a cobrar confianza en sí mismos, ya que no recobrar su poderío de antaño. Su jefe, Ur-Lumma, repudió el tratado vejatorio concluido con Lagash y se negó a satisfacer el impuesto exigido por Eannatum a Umma. Por si ello fuera poco, hizo desecar el foso-frontera, rompió e incendió las estelas cuyas inscripciones le irritaban, y hasta llegó en su furor a destruir los edificios y los santuarios que Eannatum había erigido para consagrar la línea de demarcación. Estaba decidido a cruzar la frontera y a penetrar en el Guedinna, y, para asegurarse de la victoria, buscó y consiguió la ayuda militar del soberano extranjero que a la sazón reinaba en el norte de Sumer.

Los dos ejércitos se enfrentaron en las proximidades de la frontera; los ummaítas y sus aliados, mandados por Ur-Lumma en persona, y los lagashitas, mandados por Entemena, cuyo padre Eannatum, el soberano de Lagash en aquella época, debía ser demasiado viejo para tamaños menesteres. Los lagashitas salieron victoriosos de la contienda. Ur-Lumma huyó, perseguido de cerca por Entemena, y una gran parte de sus tropas cayeron en una celada que les habían tendido sus enemigos y fueron destrozadas.

Pero la victoria de Entemena fue efímera. Después de la derrota e indudable muerte de Ur-Lumma, apareció un nuevo enemigo en la persona de Il, el sanga [2] de Zabalam, ciudad situada en los límites septentrionales de Umma. Personaje de habilísima táctica, Il había esperado a que sonase su hora y había sabido escoger el momento en que Entemena se hallaba luchando a brazo partido con su adversario para intervenir él. En cuanto se hubo terminado la batalla entre lagashitas y ummaítas, Il atacó al victorioso Entemena, tuvo un buen éxito inicial y penetró profundamente en los territorios de Lagash.

Incapaz luego de mantener sus conquistas al sur de la frontera que separaba Umma de Lagash, consiguió, sin embargo, hacerse nombrar ishakku de Umma. Desde entonces manifestó respecto a las reivindicaciones de Lagash, poco más o menos, el mismo menosprecio que su antecesor. Vació el foso-frontera, indispensable para el riego de los campos y huertas vecinos, y se contentó con pagar sólo una fracción del tributo impuesto a Umma por el antiguo tratado de Eannatum. Cuando Entemena le envió sus mensajeros para exigir una explicación, Il respondió con gran arrogancia reivindicando todo el territorio como su propio feudo.





Este conflicto no se resolvió por las armas. Parece que, finalmente, se impuso un compromiso a las partes en litigio por medio de un tercero, probablemente el soberano del Norte. En resumidas cuentas, la decisión parece que favoreció a Lagash, ya que el viejo trazado de Mesilim y Eannatum fue el que quedó como frontera entre Umma y Lagash. Pero, por otra parte, no se hace mención de ninguna contrapartida que los ummaítas tuvieran que hacer efectiva para saldar las deudas que no habían pagado antes a Lagash. Tampoco parece que, de entonces en adelante, se les haya seguido haciendo responsables del aprovisionamiento de aguas del Guedinna. Esta obligación fue devuelta a cargo de los lagashitas.

Estos acontecimientos históricos, que marcan la lucha por la supremacía entre Lagash y Umma, no se desprenden fácilmente del texto, sino que sólo se nos aparecen con todo su significado después de varias lecturas meticulosas y atentas, y aun así, es necesario leer entre líneas y proceder luego por deducción. Al leer la traducción literal que sigue, uno podrá darse cuenta del tratamiento a que hay que someter semejante documento para recuperar lo que puedan contener de realmente histórico esas curiosas historiografías y «crónicas» sumerias.

«Enlil, rey de todos los países, padre de todos los dioses, en su decreto inquebrantable había delimitado la frontera entre Ningirsu y Shara [4] Mesilim, rey de Kish, la trazó bajo la inspiración del dios Satarán y erigió una estela en ese lugar. Pero Ush, el ishakku de Umma, violando a la vez la decisión divina y la promesa humana, arrancó la estela de la frontera y penetró en la llanura de Lagash.»

«Entonces, Ningirsu, el campeón de Enlil, siguiendo las indicaciones de este último, declaró la guerra a las gentes de Umma. Por orden de Enlil, lanzó sobre ellas la Gran Red y amontonó en la llanura, aquí, allá y acullá, sus esqueletos (?). Después de lo cual, Eannatum, ishakku de Lagash, tío de Entemena, el ishakku de Lagash, delimitó incontinenti la frontera de acuerdo con Enakalli, el ishakku de Umma; hizo pasar el foso del canal de Idnun a la llanura de Guedinna; a lo largo de este foso colocó varias estelas inscritas; volvió a colocar en su lugar la estela de Mesilim. Pero ce abstuvo de penetrar en la llanura de Umma. Edificó entonces en este lugar la Imdubba de Ningirsu, el Namnunda-kigarra, así como la capilla de Enlil, la capilla de Ninhursag, la capilla de Ningirsu y la capilla de Utu.»

«Además, a consecuencia de la delimitación de fronteras, los ummaítas pudieron comer la cebada de la diosa Nanshe y la cebada de Ningirsu, hasta un total de un karu por cada ummaíta y a título de interés únicamente. Eannatum les impuso un tributo y, de esta manera, se procuró unos ingresos de 144.000 karus grandes.»

«Como quiera que esta cebada no fue entregada; que Ur-Lumma, el ishakku de Umma, había privado de agua el foso-frontera de Ningirsu y el foso-frontera de Nanshe; que había arrancado y quemado las estelas; que había destruido los santuarios de los dioses, en otro tiempo erigidos en el Namnunda-kigarra; obtenido la ayuda de países extranjeros; y, finalmente, cruzado el foso-frontera de Ningirsu, Enannatum combatió contra él en el Ganaugigga, donde se encuentran los campos y las huertas de Ningirsu, y Entemena, el hijo bienamado de Enannatum, le derrotó. Ur-Lumma entonces huyó, mientras Entemena perseguía las fuerzas ummaítas hasta la misma Umma; además, aniquiló (?) el cuerpo de élite de Ur-Lumma, formado por un total de 60 soldados, a orillas del canal de Lumma-girnunta. En cuanto a los guerreros de Umma, Entemena abandonó sus cadáveres en la llanura, sin darles sepultura, para que fueran devorados por las aves y las fieras, y amontonó sus esqueletos (?) en cinco lugares distintos.»

«En aquellos días, Il, gran sacerdote de Zabalam, asolaba (?) el país, desde Girsu hasta Umma. Il se arrogó el título de ishakku de Umma, quitó el agua del foso-frontera de Ningirsu, del foso-frontera de Nanseh, del Imdubba de Ningirsu, de la tierra arable que forma parte de las tierras de Girsu y que se extiende hacia el Tigris, y del Namnunda-kigarra de Ninhursag; además, no entregó más que 3.600 karus de cebada de la debida a Lagash. Y cuando Entemena, el ishakku de Lagash, hubo enviado varias veces sus mensajeros a Il, a causa de ese foso-frontera, Il, el ishakku de Umma, el saqueador de campos y haciendas, el portador de mala fe, declaró: «El foso-frontera de Ningirsu y el foso-frontera de Nanshe son míos.» Y, en verdad, llegó a añadir: «Yo ejerceré mi autoridad desde el Antasurra hasta el templo de Dimgal-Abzu.» Sin embargo, ni Enlil ni Ninhursag le concedieron esto.»

«Entemena, el ishakku de Lagash, cuyo nombre había sido proclamado por Ningirsu,  cavó, pues, este foso-frontera, desde el Tigris hasta el canal de Idnun, de acuerdo con la prescripción de Enlil, de acuerdo con la prescripción de Ningirsu, de acuerdo con la prescripción de Nanshe, y lo restauró para su bienamado rey Ningirsu y su bienamada reina Nanshe, después de haber construido en ladrillos los cimientos del Namnunda-kigarra.»

«Que Shulutula, dios personal de Entemena, el ishakku de Lagash, a quien Enlil ha dado el cetro, a quien Enki ha dado la sabiduría, hacia quien Nanshe se ha sentido atraída en su corazón, él, el gran ishakku de Ningirsu, el hombre que ha recibido la palabra de los dioses, pueda avanzar e interceder por la vía de Entemena, ante Ningirsu y Nanshe, por los siglos de los siglos.»

«Al ummaíta que, en cualquier momento del porvenir, se atreva a cruzar el foso-frontera de Ningirsu y el foso-frontera de Nanshe con el objeto de apoderarse por la fuerza de los campos y de las haciendas, tanto si se trata en realidad de un ummaíta como si se trata de un extranjero, que Enlil lo aniquile; que Ningirsu, habiéndolo cogido en las mallas de su Gran Red, haga pesar sobre él su mano poderosa y su pie poderoso; ¡que sus súbditos, sublevados contra él, lo derriben en el centro de su propia ciudad!»





Este texto, de un interés tan excepcional, ha sido descubierto, inscrito en términos prácticamente idénticos, en dos cilindros de arcilla. Uno de estos cilindros fue excavado cerca de Tello (actual nombre de la antigua Lagash) en 1895 y, a continuación, copiado y traducido por el célebre François Thureau-Dangin, cuya personalidad ha dominado la asiriología durante casi medio siglo. El segundo de estos cilindros pertenece a la Yale Babilonian Collection, cuya institución se la procuró por medio de un anticuario. Su texto fue publicado en 1920 por J. B. Nies y C. E. Keiser, en su libro Historical, Religious and Economic Texis. En 1926 se publicó, a propósito de este documento, un notable artículo del eminente sumerólogo Arno Poebel, el cual iba acompañado de un estudio detallado de su estilo y de su contenido. Es principalmente en este trabajo en el que se basan mis análisis y mi propia traducción.

Por Samuel N. Kramer


[1] Ishakku era un título a la vez religioso y civil; era, como si dijéramos, el príncipe-pontífice, o sea, el más importante magistrado de la ciudad, a la que gobernaba bajo la autoridad inmediata de los dioses; ver el comienzo del capítulo VII (N. de J. H., M. M. y P. S.)
[2] El sanga era el administrador en jefe de uno o varios templos. (N. de J. H., M. M. y P. S.)
[3] Ningirsu era el dios-patrón de Lagash, y Shara el de Umma; cada uno de estos dioses representa aquí a su propia ciudad. (N. de J. H., M. M. y P. S.)


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