El siglo XXI y Las mil y una noches
Sahrazad, Sherezada, Scheherezade, Shahrazad… Todas son la misma.
Quince siglos después de haber nacido para la literatura, esa voz encantadora que ha remontado tiempos, espacios y culturas sigue presente en la creación literaria del siglo XXI.
Su poder hechizante transmitido en Las mil y una noches no solo sigue intacto entre los lectores, sino que sirve de musa de los nuevos escritores.
Sus herederos y ahijados literarios de España y Latinoamérica la homenajean al contar sus influencias y redescubrir grandes relatos escondidos, con motivo de los 50 años de la primera traducción directa del árabe al español y de los tres siglos de la muerte de Antoine Galland, quien en 1704 hiciera universal e imprescindible ese rosario de historias al traducirlo al francés.
Es un tesoro inagotable y uno de los modelos más antiguos de literatura subversiva, explica el escritor chileno Carlos Labbé.
Lo es, afirma, porque “con su engarzamiento infinito de relatos, la narradora presenta a Sherezada como una estratega de la palabra, una mujer autónoma que sólo con el poder de su narración no convencional desbarata y triunfa sobre un mundo híperjerarquizado que a ella y a sus congéneres quiere reducirlas a simples objetos de placer, esclavas del trabajo cortesano, concubinas-tesoros de los hombres poderosos o chivos expiatorios del poder culpable de los visires, una situación no muy distinta del México actual, la España de ahora, nuestro Chile y, ciertamente, el mundo árabe de estos días”.
Si bien es cierto que sus primeras versiones en español datan del siglo XIX, la primera traducción directa al castellano del árabe cumple medio siglo.
La hicieron Juan Antonio Gutiérrez-Larraya y Leonor Martínez, y ha sido ahora rescatada por la editorial Atalanta en una muy cuidada edición en tres volúmenes.
Es curioso, dice su editor Jacobo Siruela, “cómo una obra popular y poco valorada por la cultura islámica haya acabado siendo en Occidente el clásico por excelencia de la literatura árabe”.
“Esto se debe a su inmenso encanto que ha sometido a través de los siglos a millones de lectores, de Voltaire a Borges”.
Su rastro se siente en la literatura.
Aunque el bautizo oficial de Sherezade es en Las mil y una noches, su figura y estrategias se remontan a la India del siglo VI, hace 15 siglos, en la escritura sagrada del jainismo Uttaradhyayana Sutra.
Una obra que, recuerda Manuel Forcano en la edición de Atalanta, es un compendio de historias que se arremolinan en India, se dirigen hacia occidente pasando por Persia hasta llegar a finales del siglo IX a Oriente Próximo donde se reúnen en el libro que contiene Las mil y una noches.
El manuscrito árabe más antiguo y completo data de mediados del XV.
“No es nada comparado con lo que contaré la próxima noche, si vivo y si el rey me conserva a su lado”.
Es la voz de Scheherezade, cuya estrategia de dejar en suspenso un relato para así prolongar su vida, se mantiene viva en escritores hispano-hablantes emergentes.
Poco hablan ellos de las influencias de Las mil y una noches en su impulso de lectores o autores. Pero está ahí.
El español David Monteagudo reconoce en esas páginas “a un montón de viejos conocidos: historias, estructuras formales o elementos simbólicos en los que sin duda se han inspirado grandes escritores”.
La voz de aquella mujer la invocó una abuela boliviana al contar sus historias a una niña llamada Giovanna Rivero que habría de convertirse en narradora.
Esos relatos los aprendió de memoria, por sus ansias fabuladoras, la española Pilar Adón que persigue transmitir, precisamente, ese aliento en sus novelas.
Es el sueño de todo niño: un cuento cada noche “que posterga la muerte del sueño” como descubrió la uruguaya Fernanda Trías.
El gran padrino en lengua española de Las mil y una noches fue Jorge Luis Borges.
Lo atestiguan el argentino Oliverio Coelho y el guatemalteco Eduardo Halfon que llegaron a ella a través del autor de El Aleph.
Coelho destaca la “experiencia con la narratividad pura, la inventiva y los mitos ancestrales” del clásico árabe.
Halfon resalta la voz de Sherazada que le impresionó de tal manera que la disfrazaría de boxeador polaco en uno de sus libros.
Como prueba de su agradecimiento, siete escritores recorren el laberinto de Las mil y una noches para rescatar del olvido relatos poco conocidos del libro y pasar así a ser Sherezades del siglo XXI:
“Entre las noches 927 y 937 está el corazón de la obra.
Es la historia de Tohfa, obra maestra de corazones y lugartenienta de los pájaros; es cuando Sharazad revela en clave al lector y a su hermana, pero no al visir que la escucha, su estrategia política…”, recomienda Labbé.
“Una cortesana acusa al hijo del rey de haberla acosado, cuando en realidad ella fracasó en seducirlo a él.
Siete visires, entonces, para salvar la vida del hijo del rey, narran siete historias que terminan por demostrar la poca fiabilidad de cualquier narrador como…”, elige Halfon.
“Farizada, disfrazada de hombre, salva a sus hermanos tras superar las pruebas en que ellos fracasaron porque…”, cuenta Adón.
“El príncipe Hasan de Basora, perdido en tierra hostil, vio a un hombre sentado junto a un arroyo; le saludó, pero, de pronto, el hombre se partió por la mitad, convirtiéndose en dos idénticos que huyeron despavoridos con…”, relata Monteagudo.
“Hay un caballo que va al país uno desee. Un sabio le presenta su caballo al Rey y a cambio le pide la mano de una de sus hijas.
El Rey exige una prueba de que el animal, de ébano y marfil, es capaz de hacer lo que el sabio promete.
Pero el que monta al caballo es…”, escoge Trías.
“Agib y un eunuco visitan Damasco en busca de su verdadero padre.
Hassan Badreddin, un pastelero, recibe a su hijo Agib sin reconocerlo.
Lo concibió, por obra de un efrit [un genio árabe], años antes, en su mocedad , con Set El Hosn, hija del visir de Egipto, la noche en que …” es la historia seleccionada por Coelho.
“Un jeque manda a degollar a una vaca y un ternero sin saber que bajo esas formas su mujer y su hijo sufrían el hechizo de una esposa celosa y despechada.
Un relato cruel, machista y de todos modos alucinante, y una bella provocación para la reescritura en clave del siglo XXI…”, es la opción de Rivero.
Y concluye Labbé:
“Bien reconoció Borges en Sherezada a la primera hacedora de un laberinto verbal; pero esa profusión se enlaza mejor con otras estrategas contemporáneas que hacen de la novela un aparato hábil para confundir al poder, como Diamela Eltit, Ana Paula Maia, Cristina Rivera Garza, Mónica Ríos, Elfriede Jelinek, Margaret Atwood, Lydia Cabrera, Ana María Matute, Lydia Davis…”.
Pero no es nada comparado con lo que ellas y ellos contarán la próxima noche, si los lectores los conservan a su lado…
Por Winston Manrique Sabogal
Con información de El País
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