Diez días que (no) hicieron historia
En general, en los pueblos antiguos se contaban los años de acuerdo con nombres de astros, divinidades, animales (costumbre que aún pervive, por ejemplo, en China); otra forma de denominación se basaba en la duración del gobierno, de dinastías, de reinados o de cualquier forma de ejercicio del poder; también era común el uso de sucesos trascendentales como juegos, censos, fundaciones, inundaciones, invasiones o épocas de deportaciones o cautiverios.
¿De dónde salió, entonces, la costumbre de decir «antes de Cristo» y «después de Cristo»? Un monje llamado Dionisio el Exiguo decidió hacer una cronología de hechos históricos destacados, y para ello, estableció el año del nacimiento de Cristo como punto de referencia. Esta relación cronológica halló eco en la mayoría de sus contemporáneos del siglo VI y, como era previsible, su influjo fue paulatino, de tal modo que fue necesario esperar hasta los siglos IX y X para su adopción generalizada. Claro que no se puede pasar por alto un error que cometió Dionisio: según la relación de acontecimientos que él hizo, llegó a la conclusión de que Cristo había nacido en el 753 después de la fundación de Roma. Dicho en otros términos, Cristo nació aproximadamente seis años antes del año de nacimiento que le fijó Dionisio. Hay que insistir, sin embargo, en que el error ya hace parte de este cómputo.
El calendario que rige en casi todo el mundo actual –sobre todo, en Occidente– está basado en el calendario juliano, denominado así porque Julio César, el destacado gobernante y militar romano, lo introdujo en el 45 a. C. –de las cuenta de Dionisio–, asesorado por el célebre sabio Sosígenes de Alejandría. Como bien se sabe, la duración del año en este calendario es de 365,25 días, o 366 si es bisiesto. El término «bisiesto» procede de la expresión latina «bis sexto die ante KalendasMartias» (dos veces el día sexto antes del primer día de marzo). Según esta indicación, en año bisiesto había dos días con fecha 24 de febrero (en la cuenta de seis días se incluía el primero de marzo). Posteriormente se comenzó a contar como un día aparte y a numerar los días de febrero hasta el 29.
Es preciso advertir que el año solar no es de 365,25 días, sino de 365,2422 días, lo cual constituye una diferencia de 0,0078 días. Estas cifras decimales, aparentemente insignificantes, constituyen el tiempo perdido cada año (es decir, 11 minutos, 13 segundos y 92 centésimas). Entonces, al hacer una simple multiplicación por 1.000, se puede ver que en 1.000 años se pierden 7,8 días (prácticamente, 8 días).
La consecuencia de este «pequeño» detalle se presentó en 1582, cuando, contando desde el 45 a. C., se habían perdido alrededor de trece días. Por tanto, el papa Gregorio XIII, asesorado por astrónomos y matemáticos y haciendo uso de su enorme poder temporal, corrigió el calendario juliano y decretó, por medio de la bula Inter gravissimas, que no existiera el período comprendido entre el 5 y el 14 de octubre de ese año. En ese momento se corrigieron diez días; años después se realizaron leves modificaciones para compensar los tres días restantes. El motivo principal fue la necesidad de que el equinoccio de primavera del año siguiente se presentara alrededor del 21 de marzo, un hecho que tiene influjo, a su vez, en la celebración católica de la Pascua.
Esa medida fue aceptada inicialmente en regiones de Italia, en Polonia y en reinos católicos, como España y Portugal, incluyendo sus colonias; en Francia, el ajuste fue realizado dos meses después, en diciembre. El Sacro Imperio Romano Germánico adoptó el calendario poco a poco: algunas regiones católicas, desde 1582; en 1700 ya regía prácticamente en todo el territorio, aunque la decisión final llegó por determinación imperial en 1776. Inglaterra se resistió hasta 1752, pues hacía poco (1534) se había separado de la supervisión papal. Al respecto, hay dos casos implicados, dignos de mencionar: el primero es el de santa Teresa de Ávila, quien murió esa noche del cambio, del 4 al 15 de octubre de 1582; el segundo alude al 23 de abril de 1616, fecha de la muerte de William Shakespeare y de Miguel de Cervantes Saavedra. Ambos murieron en la misma fecha, pero no el mismo día. En realidad, Shakespeare falleció diez días después que Cervantes (3 de mayo, si se tiene en cuenta el calendario gregoriano para ambos autores).
En territorios predominantemente ortodoxos, correspondientes a actuales países de Europa Oriental, como no obedecían al papa desde el siglo XI (cuando se produjo el Cisma de Oriente), el cambio llegó cuando ya casi todo el mundo contemporáneo lo había aceptado. Un caso famoso fue la revolución bolchevique o Revolución de Octubre, llamada así porque ocurrió el 26 de octubre de 1917, según el calendario aún no corregido que imperaba en Rusia, fecha equivalente al 7 de noviembre para casi todo Occidente. Esto significa que en Rusia esperaron hasta el siglo XX para hacer la transición: en 1918, en pleno régimen de la URSS, la gente se acostó a dormir el 31 de enero y se levantó el 14 de febrero (ya les tocaba corregir trece días); el resto de la Unión Soviética adoptó el cambio en 1922. Y el último país que decidió seguir el calendario gregoriano fue China, en 1949.
Tal vez, para la próxima corrección del calendario hay que tener en cuenta muchas más variables que el solo hecho de obedecer al papa: quincenas u otros pagos de nómina, aportes a salud y a pensiones, deudas e intereses bancarios, pagos de servicios, transacciones bursátiles, actividades escolares y académicas y una larga lista de etcéteras, que incluye todas las relaciones, ventajas o complicaciones que ofrece o ha originado el mundo contemporáneo. Pero dejémosles esa tarea a quienes les toque el turno de vivir ese momento.
Por Francisco Venegas
Con información de : El Espectador
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