El Chuy,un fragmento de Medio Oriente en Uruguay
Casi no se los ve por las calles del Chuy fuera del horario de trabajo, pero los integrantes de la colectividad árabe mueven desde hace más de 50 años la economía de la zona, que se basa en el comercio —el de los supermercados, el de los bagayeros, el de los free shops— casi con exclusividad. Llegaron cuando la “calle del medio” era un arroyito, buscando un mejor trabajo o huyendo de las guerras que revuelven Medio Oriente, y construyeron una colectividad bastante reservada (algunos aseguran que la CIA y el Mosad los vigilan). Nos acercaromos a la frontera para intentar comprender el inicio, auge y declive del Chuy desde la mirada de estos inmigrantes.
Ya no está la aduana móvil, el terror ambulante de los bagayeros que transitaban las rutas rochenses saturados de paranoia y adrenalina, ni es posible encontrar en la plaza decenas de ómnibus de excursiones que años atrás iban por el día desde todos los rincones del país e incluso desde Argentina. No está el cantero central en la avenida binacional, donde todo se podía encontrar —ropa, casetes truchos, rapadura de maní—. No están repletas las veredas. No es tan fácil robar una prenda o un toallón o un juego de sábanas como antes, cuando los empleados de los comercios apenas podían vigilar tanto cliente. Ni siquiera se va hasta allá para llenar el tanque de combustible o cambiar el aceite; mucho menos para comprar pollos al spiedo y comerlos con la mano en la playa. Hoy llegar al Chuy es otra experiencia.
La razón principal es que las diferencias de precio con Brasil ya no son tan determinantes. El poder adquisitivo de Uruguay y Argentina ahora es menor. A su vez, la entrada de productos asiáticos a la competencia cambió el panorama: el lado brasileño se apagó y el uruguayo se transformó. Quedan pocos de los comerciantes de la primera hora, aquellos que vivieron la historia reciente del Chuy: la precariedad inicial, el repentino crecimiento, el boom comercial y la caída posterior. Muchos murieron y otros se fueron de la frontera hacia otros lugares para volver a empezar.
La mayoría de los que siguen es de origen árabe. Del lado brasileño más de 70% de los comercios son de integrantes de esta colectividad. Junto a ellos fuimos recreando la extraña historia de un páramo que en poco tiempo congregó multitudes de visitantes de la región. También pudimos ver cómo viven sus vidas lejos de su tierra, en una cultura diferente, y cómo perciben el conflicto de Medio Oriente a la distancia, seguido por medio de las señales que captan las parabólicas de sus casas.
Los comienzos del Chuy como fuerte zona comercial se remontan a la década del 50, aunque la actividad comercial importante data de 20 años antes. En el centro de todo están las vueltas de la vida y el amor en la historia de Samuel Priliac, un moldavo que en los años 30 se embarcó a Buenos Aires en busca de oportunidades económicas. Algunos de sus proyectos en Argentina fracasaron y decidió irse por tierra al puerto de Santos, en Brasil. Pero cuando atravesaba la frontera con Uruguay se enamoró de Dominga Hernández, una lugareña. Decidió quedarse en un desolado lugar llamado Chuy y abrir un comercio que sería fundamental para la historia económica de la zona.
De Casa Samuel y su dueño se dicen muchas cosas. Entre las buenas: su capacidad para dar vida a una zona desierta y casi sin servicios, la fundación de un local que ponía al cliente en primer lugar, el afán por empezar a vender aquello que un cliente quiso y no encontró en su tienda, su apoyo a los clubes sociales e instituciones del lugar. También se cuentan historias, que, más que dejarlo como una mala persona, demuestran el costado pícaro y tramposo que todo comerciante “exitoso” debería poseer. Una leyenda cuenta que cuando un cliente compraba mucha cosa en lo de Samuel se le regalaba un gorro con el nombre de su comercio. El distintivo les servía a los funcionarios de la Aduana para saber que a esa persona debían incautarle la mercadería, que el comerciante después recompraba a un precio más bajo. Bien o mal, al conversar con los habitantes del Chuy su recuerdo y su influencia son palpables. Incluso es común encontrarse con hijos, sobrinos y nietos de Priliac caminando por la calle que lleva su nombre.
Junto con la comunidad árabe que se instaló allí a mediados del siglo XX, Priliac es el responsable de que el Chuy sea hoy mucho más que una simple frontera terrestre.
La mayoría de los comerciantes del Chuy brasileño fueron obligados a emigrar por la guerra árabe-israelí de 1948. Cuando los británicos se retiraron de Palestina, que ocupaban desde 1916, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) hizo un reparto de territorio: una parte para Israel y otra para el pueblo palestino, que no aceptó la decisión y ocupó militarmente zonas que la ONU había adjudicado a Israel. Los palestinos no contaban con el poderío del Ejército israelí ni con la ayuda internacional que recibía. No sólo perdieron el conflicto bélico sino que terminaron con menos tierras que las que el reparto de la ONU les había otorgado: Israel se quedó con 23% más de territorio y Egipto pasó a administrar la Franja de Gaza. Muchos árabes tuvieron que irse por haber estado involucrados activamente en el conflicto o por la situación de precariedad que pasaron a tener los pueblos árabes en esa zona a partir de su derrota. La situación se agravó en 1967 con la Guerra de los Seis Días, en la que Israel lanzó ataques hacia Siria, Egipto y Jordania, y logró anexar Gaza, Cisjordania, la península de Sinaí, la zona este de Jerusalén y la Meseta del Golán a su territorio.
Muchos de estos emigrantes se instalaron en aquellos lugares donde el intercambio de productos, servicios y dinero era más intenso: zonas portuarias y ciudades fronterizas. La mayoría de los palestinos, sirios y libaneses que se instalaron en el Chuy llegaron desde Brasil y sólo unos pocos lo hicieron desde Uruguay.
No es fácil acceder a los viejos comerciantes del Chuí (la ciudad brasileña lindera al Chuy), a pesar de la ayuda de Nasla, una hija de árabes que facilitó el contacto. Muchos sospechan que el Mossad (el servicio de inteligencia israelí) y la CIA estadounidense vigilan la zona desde la llegada de árabes a la frontera, en especial luego del atentado a las Torres Gemelas de 2001. De hecho, el prefeito (figura comparable a la del alcalde en Uruguay) de esos años, Mohammed Kassem Jomaa, llegó a expresar públicamente que también la inteligencia uruguaya los vigilaba. Por eso, se mantienen alejados de la vida pública; van de sus casas a sus comercios y de allí al club árabe de noche a jugar a las cartas y fumar en narguile.
A la hora de coordinar las entrevistas ponían una única condición: que no habláramos de política. Un entrevistado con el que habíamos acordado conversar simplemente sobre asuntos comerciales y sociales reaccionó mal ante una pregunta que sólo buscaba romper el hielo: dónde había nacido. Tal vez haya paranoia, pero no es infundada. El dueño de uno de los supermercados más importantes del Chuí, El Cairo, apareció muerto en su casa el 1º de abril de 2002. Si bien todo indicaba que se trataba de un suicidio y la investigación policial se cerró, circula aún entre algunos integrantes de la comunidad árabe el rumor de que el negociante fue asesinado por sus actividades extracomerciales, que podrían haber incluido una relación con el tráfico de armas.
Los dueños del Supermercado Londres casi no tienen vida social. Cuando pregunté sobre la posibilidad de entrevistar a otros comerciantes respondieron que viven encerrados, que casi ni se los ve y que no reciben a nadie. Otro de ellos, incluso, dio un nombre falso; pude comprobarlo varios días después de la entrevista. Aquí aparece su nombre real.
Abder el Jundi es dueño de dos establecimientos ya cerrados pero que tuvieron importancia: A Barateira y Supermercado Samy. Cuenta sobre la salida de su territorio natal: “Yo nací en Palestina en 1948, en un territorio que Israel ocupó en 1967. En el norte de Cisjordania, en Haifa. Soy un refugiado. De Brasil no conocía nada; fui perseguido político y necesitaba salir. No me importaba hacia dónde”. El Jundi llegó al Puerto de Santos y de ahí “a San Pablo, de ahí a Santa Catarina y ahí me quedé diez años. Después de esos diez años me vine al Chuy”.
Muchos llegaron indirectamente, quizá siguiendo el destino de Samuel Priliac. Khader Ihlayel el Abd Khaled, comerciante dueño de uno de los supermercados más importantes de ropa, toallones y sábanas, Supermercado Damasco, cuenta su itinerario.
—Yo vine a una ciudad que se llamaba Lajeado, cerca de Porto Alegre, y conocí a un viajero que vendía manteles de hule muy consumidos por los uruguayos. Me mostró un pedido que le habían hecho de un comercio en un pueblo que no conocía, llamado Chuí. Él me explicó que desde Pelotas cada miércoles había un transporte que iba hacia allí y volvía a los dos días. Si llovía se quedaba más. Primero vino mi hermano y, cuando llegó, se comunicó conmigo por el radiotransmisor del cuartel, que era el único medio para comunicarse, y me dijo que había tres o cuatro casas nomás pero que había muchos compradores, y que la gente venía desde Montevideo. Alquiló un terreno y empezamos a construir un comercio modesto.
Mohammed Kassem Jomaa, ex prefeito de la ciudad brasileña y dueño de la tienda de calzado Magazine Chuí, pasó por Montevideo antes de llegar al Chuí. No llegó a América por razones políticas: “Vinimos porque mi familia por parte de madre estaba en Uruguay; de hecho todavía siguen. Mi abuelo fue el que fundó la fábrica de camisas y vaqueros Leñador, que era muy famosa y que después siguieron mis tíos. Nosotros vinimos más para aproximarnos a la familia. Y en busca de trabajo, obvio”.
Los comerciantes coinciden en lo precaria que era la zona en esos primeros años de la década del 60, la previa a la explosión. “Cuando recién llegamos al Chuí, la terminal turística estaba acá en el centro”, recuerda Kassem Jomaa. “Donde está el cantero hoy corría un arroyito. La gente saltaba de un lado a otro o cruzaba por unos tablones. Hoy hay ciudad de los dos lados. Chuí dependía de Santa Vitoria do Palmar y había que ir hasta ahí para cualquier trámite. Después de Samuel [Priliac] se crearon grupos fuertes acá, como El Cairo o Magazine Chuí, que estamos acá desde hace 40 años y somos los reyes del champión”, comenta sobre su negocio, la tienda de calzado más importante de la zona. “Chuí, después de la emancipación, de la separación de Santa Vitoria do Palmar, tuvo un cambio muy grande”.
Khaled lo recuerda así: “Cuando llegué de este lado había cinco comercios. Del otro lado había un café, un comercio que se llamaba Cachito”. Abder el Jundi, en cambio, contrasta: “Era florido, tenía mucho trabajo. Ya era fuertemente comercial, sobre todo el lado brasileño. La moneda era fuerte y el comercio brasileño tenía rutas de intercambio de mercadería muy fuertes”.
Esos primeros años del Chuy como zona comercial de importancia coincidieron con años complicados en Uruguay y Brasil. En 1964 un golpe militar sacó del poder al presidente João Goulart. Khaled recuerda que, por orden del gobierno brasileño, se alambró el cantero central separando ambos lados. En Uruguay eran años del endurecimiento de las políticas represivas, primero por el gobierno de Pacheco Areco, que asumió en 1967, y después con la presidencia de Juan María Bordaberry. Abder el Jundi cuenta una anécdota muy ilustrativa de los años previos a la dictadura: “El presidente Bordaberry se juntaba con los militares todos los domingos en el parador del Fuerte San Miguel. Acá en el Chuy todos lo sabíamos y sabíamos que en cualquier momento se venía el golpe de Estado”.
Kassem Jomaa cuenta el surgimiento del fenómeno del Chuy y los vaivenes de la venta de acuerdo a las vicisitudes de la economía de cada país: “Desde el 68 hasta el 72 el lado uruguayo estaba muerto. Funcionaba el lado brasileño nomás. Nosotros teníamos comercio del lado uruguayo. Después se dio vuelta cuando los brasileños empezaron a venir y llevarse de todo. En los 80 volvió a tomar fuerza el lado brasileño y murió el uruguayo, hasta que se emparejó 25 años después, a mediados de los 90”.
Khaled da su visión de estos vaivenes: “Las cosas empezaron a mejorar en la década del 70. Ahí venían más de 80 excursiones uruguayas a la mañana por el día o por el fin de semana. Los ómnibus no tenían lugar para estacionar. La nafta acá costaba la mitad; la mercadería menos, incluso. Era tan barato que al uruguayo ni siquiera le convenía plantar papa, boniato… me acuerdo que venían los camiones llenos de frutas y verduras y se vaciaban enseguida. La gente alquilaba terrenos y hacía un comercio chico sin luz ni agua”. Abder el Jundi describe a la clientela de esos años: “No solamente venían uruguayos: venían argentinos, colombianos, chilenos, la mitad de América del Sur venía para acá. Era turística La Barra [del Chuy], La Coronilla, Punta del Este. El argentino tenía mucha plata en aquel momento y compraba”.
El conflicto en Medio Oriente se vive de un modo extraño entre los habitantes árabes del Chuy. El primer reflejo es decir que ellos ahora viven acá, que no quieren saber de nada, que allá no les quedan casi familiares. Pero cuando uno sigue preguntando surgen opiniones, posicionamientos, y es notorio que no se trata en absoluto de un tema que les resulte indiferente o menor.
Kassem Jomaa opina: “En Medio Oriente prácticamente no tengo más nada. Unos primos y unos tíos, nada más. Líbano está tranquilo, pero está agarrando fuego Siria, que son árabes igual. Los gobernantes de Siria estuvieron muchos años en el poder; hicieron lo que quisieron en Líbano, en Siria. Tienen que dejar que el pueblo elija, pero siguen ellos”.
El Jundi, por su parte, comienza indiferente, pero de a poco suelta su opinión más guardada: “El conflicto en Medio Oriente se vive como cualquier pueblo que esté en conflicto. Nosotros somos víctimas del conflicto, pero no vamos a levantar ninguna bandera acá. Nosotros estamos acá para sustentar a nuestras familias, para vivir en paz con nuestros vecinos, hermanos. Además, hasta que Israel no nos devuelva nuestras tierras, ¿para qué voy a ir? Acá yo me siento brasileño, pero si voy a Palestina ahora me voy a sentir un extranjero”.
A partir del atentado a las Torres Gemelas aumentó el prejuicio de los montevideanos respecto de la frontera, y los árabes lo notaron. Hubo una relación un poco hipócrita con respecto al Chuy y, por qué no, también con respecto al bagayo. La sociedad parece cuestionar el contrabando y las coimas a los aduaneros, pero lo cierto es que el montevideano fue uno de los sustentos fundamentales de esas prácticas en el Chuy. Además, las acusaciones sobre resguardo a terroristas generaron un lugar común y un prejuicio a la distancia de esa zona fronteriza.
Para El Jundi, “la mala prensa contra los palestinos no tiene el poder de impedir que la gente venga. Y yo no le doy bola. Sabemos que hay prejuicios en Montevideo o en otros lados, pero no perjudican al comercio”. Kassem Jomaa cree injusto que se señale a la frontera como poseedora de males que están en toda la sociedad: “Hay ilegalidad en todos lados. Y acá si se descubre una ilegalidad se paga como en cualquier lado. Acá hay gente pobre pero honesta y bandidos ricos, como en todos lados”.
Capítulo aparte merece lo que le sucedió a Mohammed Kassem Jomaa a partir del atentado a las Torres Gemelas. En aquel entonces era prefeito del Chuy. Cuenta que tanto la Policía uruguaya como la brasileña comenzaron a investigarlo y a perseguirlo, supuestamente porque la CIA habría denunciado que era uno de los hombres de confianza de Osama Bin Laden. Incluso un ex integrante de Inteligencia de Uruguay, que estaba preso en Brasil, le habría escrito una carta para advertirle que los servicios de inteligencia estadounidense e israelí lo estaban vigilando y que manejaban la posibilidad de atentados, pocos días antes de que apareciera muerto el dueño de El Cairo.
Así lo recuerda: “Yo fui edil durante ocho años y ya desde ese entonces empecé a sufrir políticamente. Fui el primer intendente del lado brasileño y ya empecé a sufrir consecuencias y presiones de todos lados. No sé si por mi nombre o mi popularidad o mi manera de ser. A mí me perjudicaron muchísimo. Hasta hoy sigo con problemas por mis documentos, con papeleos, abogados… me denunciaron de acá, me denunciaron de allá, y estoy probando todo. A mí me escrachaban en las primeras páginas de los diarios diciendo que era amigo de Osama Bin Laden y después las aclaraciones y retractaciones salían en un recuadro chiquito. Para demostrar que sos bueno tenés que pasar una vida; si sos malo, a las 24 horas el país se entera. Siendo intendente me allanaron mi casa, me allanaron la intendencia y jamás encontraron nada”.
Ahora está en conversaciones con blancos y colorados para volver a la política pero del lado uruguayo: “Soy ciudadano uruguayo, pero mi mujer, que es cónsul uruguaya en Buenos Aires, no quiere que me meta más en la política. Estuvimos 16 años en el poder y lo que saco en limpio es que el sistema político es corrupto en todas partes. Poné a una persona honesta y seria en el poder y se corrompe. ¿Por qué un político elige gastar fortunas en la campaña para ganar muchísimo menos después? Eso tiene una explicación obvia”.
El boom comercial de principios de la década del 70 generó no sólo una explosión del lado brasileño sino que hizo crecer el lado uruguayo, que se encargaba de los servicios como el alojamiento y la gastronomía. También fue causa, indirectamente, de la existencia de una poblada área de venta ambulante en el cantero central, que hasta no hace mucho se veía repleto de gente. Hoy ese cantero sólo se usa como estacionamiento, pero los viejos comerciantes lo siguen recordando. Khaled lo rememora con resentimiento; ve aún a los vendedores callejeros como enemigos y afirma que “todos son ladrones, tanto del lado brasileño como del uruguayo. Robaban de los comercios y se escondían en el cantero. Era un punto de encuentro de ladrones. Era una bagunзa [lío]. Ahora se hicieron ferias. Antes era horrible, había mucha droga”.
Sobre la caída se manejan visiones y fechas diferentes. Abder el Jundi cree que “desde el 80 y algo la inflación y las monedas en los países vecinos hicieron que empezaran a venir cada vez menos clientes. En la década del 90 todo fue cayendo, salvo el área de combustibles. El comercio fue lamentable”. Para Kassem Jomaa, el Mercosur fue determinante: “Los uruguayos empezaron a encontrar la camiseta Hering en Uruguay prácticamente al mismo precio que en el Chuy. Ya no valía la pena venir. Antes venía una familia de Montevideo acá, llegaba con la reserva del tanque de nafta y lo llenaba. Solamente llenar el tanque valía la pena. Y había una diferencia de precios muy grande que hoy no existe. En Brasil no se veía dulce de leche Conaprole o algunos quesos o vinos porque los impuestos eran altos y quedaban a un precio absurdo. Hoy hay un arancel cero prácticamente y los precios son casi iguales”.
Khaled cree que las tarjetas de crédito y la caída del poder adquisitivo de la clase media uruguaya tuvieron mucho que ver: “Por la caída de la clase media el Chuy ha dejado de ser lo que era. La clase pobre nunca tiene nada para gastar y la rica compra en el exterior”. También responsabiliza al ingreso de mercadería china que se vende del lado uruguayo en puestos ambulantes. “Como ellos no tienen necesidad de ganancia para solventar sus gastos venden todo a precios muy bajos que nos perjudican. El comerciante chico la está pasando mal. La mercadería china está matando todo”. Kassem Jomaa también se refiere al tema: “Lo que pasó en el Chuy es que la gente ha bajado el margen de ganancia. Hoy se trabaja con 10% o 15% de margen de ganancia. Si no es de ese modo es imposible competir, al punto de que varios comercios han cerrado”. Cuenta que el bajón que pegó el dólar en Uruguay los ayuda bastante, pero también les conviene que suba en Brasil, “entonces siempre estamos jugando a una cosa u otra”.
Algunos comerciantes añoran la visita masiva de los argentinos. “El argentino venía acá y era de todo ‘dame dos’, porque para ellos era regalado. Pero fueron sólo zafras. Del mismo modo, hubo épocas en que los brasileños y uruguayos iban a Argentina y hacían lo mismo. El argentino era un potencial de compra de mercadería buena, porque llevaba la mejor mercadería que había”, explica Kassem Jomaa. El Jundi lamenta la misma ausencia: “Los argentinos dejaron de venir por la inflación y la caída de su moneda que tuvieron desde los 80”.
El declive afectó a ambos lados de la calle central. La parte brasileña experimentó una pérdida de clientes importante, que arrastró a la mitad uruguaya, que, de algún modo, sobrevivía en base al fenómeno comercial de la vereda de enfrente. Kassem Jomaa recuerda esa dependencia: “Yo siempre decía que el Chuí brasileño mantenía al Chuy uruguayo. De este lado trabajaban más de 2.000 empleados uruguayos. Hoy la ley ha cambiado tanto que el empleado trabaja del lado uruguayo o del lado brasileño y puede aportar a la seguridad social de ambos países y jubilarse de los dos lados”.
En los 90 se produjo un fenómeno que cambió la tónica del Chuí, revitalizó el lado uruguayo e, indirectamente, a toda la zona: la explosión de los free shops. No sólo hizo cruzar de vereda la preponderancia comercial, sino que también cambió el tipo de cliente que compra en el Chuy. Kassem Jomaa lo explica desde una perspectiva doble: es uno de los comerciantes importantes del lado brasileño, pero es propietario de un free shop del lado uruguayo.
—Desde el año pasado el Chuy mejoró bastante. Ahora quieren abrir free shops de este lado y yo creo que están todos equivocados. No por llevar la contra sino por la realidad. Quieren hacer acá una especie de Panamá, un área cerrada donde el turista uruguayo va a ir a tres o cuatro kilómetros de acá, tiene derecho a ingresar cada dos meses, más o menos, compra lo que le corresponde y se va. Eso al comercio no le sirve. En el comercio del Chuy hay que sacarles los impuestos a los productos que se les venden a los uruguayos. Es ahí donde vamos a tener una ventaja. No puede ser que en el Chuy estemos vendiendo whisky, perfumes y electrónica como venden los free shops del otro lado. Y yo tengo free shop también, pero aquel lado se dedicó a eso. Si nos llegan a sacar ese impuesto, el Chuy, de los dos lados, revienta para mejor. Y no habría competencia entre los dos lados porque el brasileño compra allá y el uruguayo compra acá. Y el argentino compra de los dos lados.
Para El Jundi, el impacto de los free shops no es la causa de la baja de ventas del lado brasileño y explica: “El fenómeno del free shop se dio porque Brasil creció y comenzó a consumir más, y elige hacerlo en Uruguay, en los free shops. Como en la década del 60 los argentinos gastaban acá, ahora los brasileños gastan en Uruguay. Igual el free shop no perjudica al comerciante brasileño porque trae una mercadería importada con la que nosotros no trabajamos”.
Sobre la posibilidad de que el lado brasileño recupere el esplendor y las ventas del pasado, las opiniones son diversas. El Jundi es lapidario: “Esta situación no se revierte: quien muere no revive más. La crisis internacional lo hace imposible”. En la misma sintonía pesimista está Khaled: “Chuí sigue vivo porque mucha gente no tiene plata para irse, para pagar la mudanza y además no tienen a dónde ir. Brasil está muy caro; los alquileres son muy altos. Chuí no tiene industria, no tiene agricultura, sólo el comercio, y si el comercio muere, muere el Chuy. La gente está poniendo mucho dinero para seguir aguantando”.
Por su parte, Kassem Jomaa es optimista: cree que se precisa un cambio en la metodología de venta. “Siempre digo que antes no vendíamos, le alcanzábamos la mercadería al cliente. La gente compraba casi sin mirar. Hoy hay que vender, convencer al cliente. Al que te compra las sábanas le tenés que colocar la funda para las almohadas, el acolchado, todo lo que se pueda. También hay que mejorar las condiciones de los locales. Antes eso no importaba, pero hoy hay que decorar el local, poner aire acondicionado, mejorar la cartelería. Es cuestión de hacerlo, pero lamentablemente muchos viejos comerciantes no lo han hecho y eso perjudica al resto”. De forma categórica y contradiciendo el pesimismo de sus colegas, dice que “las fronteras nunca mueren. Pueden tener altos y bajos pero no mueren nunca”.
Las palabras de Jomaa quedan girando, incluso mientras mi amigo el armenio me cuenta, manejando el auto que nos lleva de vuelta a Montevideo, las miles de historias de cuando vivió un tiempo en el Chuy. Había ido porque el Club Nacional del Chuy estaba en la mala y quiso contratar alguna figura montevideana sin conocer bien a ningún futbolista. Llegaron de casualidad a contactarlo a él, que jugaba en Liverpool. Fue un tiempo de noche, de bagayo, de amistad, de amores, de conocer el Chuy oculto, pero eso habrá que contarlo otra vez. No faltará oportunidad. Más que por lo comercial, lo político o económico, es por su tejido de relaciones tan complejo y tan dinámico que las fronteras como ésta nunca mueren.
Rivales y hermanos
La frontera del Chuí es un caso particular de convivencia pacífica entre varias culturas y comunidades lingüísticas. Según Kassem Jomaa, “antes todo el mundo dependía del hospital uruguayo, por ejemplo. De paso hay que agradecer, porque siempre atendieron a los brasileños. Siempre hubo un vínculo muy bueno entre ambos lados. Hasta ahora, yo siempre digo que cuando los políticos inventaron el Mercosur, acá ya existía hacía tiempo. Siempre vas a encontrar un brasileño casado con una uruguaya que vive del lado brasileño con hijos que estudian del lado uruguayo y nacieron en Brasil”. Mientras, Abder el Jundi aclara: “Aquí en el Chuy no hay discriminación. Hace 43 años que estoy viviendo aquí y nunca me sentí discriminado, ni en la parte brasileña ni en la parte uruguaya. Nunca tuvimos ningún problema”.
La localidad de Chuy, en la frontera con Brasil, se ha convertido en refugio para comerciantes Podría ser el destino para los seis presos de Guantánamo que llegarán al país.
En la frontera de Uruguay con Brasil hay una pequeña localidad llamada Chuy, donde ha encontrado refugio una comunidad de inmigrantes palestinos. Este colectivo, cuyo número es difícil de calcular —aunque se estima en 500 personas— regenta comercios y cuenta con instalaciones propias como un club social y una mezquita. El presidente uruguayo, José Mujica, refugiará a seis presos de Guantánamo —cuatro sirios, un palestino y un jordano— tras un acuerdo con su homólogo estadounidense, Barack Obama, y es probable que estos vivan en Chuy. La fecha precisa del traslado no se conoce.
La pequeña ciudad se encuentra a 340 kilómetros de Montevideo, en el departamento costero de Rocha. La localidad consiste básicamente en una ancha avenida polvorienta llena de tiendas libres de impuestos. Un lado de la avenida pertenece a Uruguay, el otro a Brasil. Así que para cruzar de un país a otro, basta con recorrer los escasos 12 metros que separan una acera de la otra.
En el lado uruguayo viven unas 14.000 personas, y en la zona brasileña, unas 6.200. Es en este lado de la calle es donde se encuentra la mayoría de los comercios palestinos, tiendas enormes atiborradas de las más variopintas mercancías. Sus propietarios se sientan en la calle para discutir el tema de actualidad. Conversan en árabe, aunque también hablan una mezcla de español y portugués, y beben mate, la bebida típica de Uruguay.
Fahed Ahmad es propietario de un enorme bazar de ropa y calzado. Nació en Cisjordania, pero lleva 25 años en Chuy. “No tengo pasaporte, no puedo regresar”, es lo primero que dice cuando habla de sus orígenes. Tanto él como sus hijos tienen nacionalidad brasileña, y su vida ha quedado para siempre instalada en una frontera.
La situación de otros habitantes de la zona es similar, como la de Esmat Omar, quien se dice “nacido y criado en Jerusalén”, pero con pasaporte brasileño y jordano. Su familia es dueña del Supermercado Londres y de la tienda de ropa interior Freetime. Muchos desconfían de la prensa y evitan hablar del conflicto en Gaza o de la llegada de los presos de Guantánamo a Uruguay.
El viaje de los seis de Guantánamo al lado uruguayo de la llamada “frontera seca” con Brasil es una posibilidad. Roberto Mantiel, responsable local del Ministerio de Integración Social uruguayo, piensa que “sería uno de los lugares donde se sentirían más cómodos” y añade que, en caso de ser consultados, “ellos optarían por eso”. Según testigos presentes en una reunión entre representantes palestinos y el ministro de Exteriores uruguayo, Luis Almagro, los comerciantes palestinos ofrecieron ayuda y empleos a los expresos de la base estadounidense.
Hace unos meses llegó una familia huyendo del conflicto en Libia, nadie sabe muy bien por qué medios. El Gobierno uruguayo les brindó apoyo hasta que el padre consiguió trabajo en uno de los comercios de Chuy. La ONG Servicio Ecuménico para la Dignidad Humana, que trabaja con la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Chuy, se ha ocupado de varios casos como este. La organización declina hacer cualquier comentario sobre la situación en la frontera o sobre la llegada de otros refugiados, incluyendo los de Guantánamo. “No podemos decir nada, está prohibido por la ley uruguaya, que exige confidencialidad”, contesta por teléfono una persona de la ONG.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo se fundó la comunidad palestina de Chuy, pero algunos evocan la llegada del primer inmigrante en 1955. El boca a boca hizo el resto. Jamil Klait, estudiante universitario de 23 años, es hijo de un libanés y una uruguaya y forma parte de la tercera generación de inmigrantes en Chuy. Saluda en árabe a los vecinos con los que se va cruzando en la calle, aunque no domina totalmente el idioma. “La solidaridad es la marca de Chuy”, dice, donde hay “mucho intercambio cultural, una verdadera mezcla”. El enriquecimiento social es una realidad gracias a los acuerdos de frontera entre Brasil y Uruguay, que han establecido una especie de salvoconducto para moverse y trabajar libremente dentro de un radio de unos 20 kilómetros.
Mustafá Salim tiene un puesto de gafas de sol y lleva 30 años en el Chuy. Nació en Haifa (Palestina), tiene dos hijas abogadas en Uruguay y piensa que nunca volverá a su lugar de origen, aunque acepta sentir nostalgia. Aplaude la decisión del presidente uruguayo José Mujica de traer a los presos de Guantánamo, pero se interroga: “¿Por qué no vuelven a su propio país?”.
El Gobierno uruguayo ha dejado claro que, una vez en su territorio, los presos de Guantánamo tendrán estatuto de refugiados —es decir, podrán moverse libremente—. El presidente José Mujica, quien fue preso político por 15 años durante la dictadura uruguaya, ha afirmado que su principal razón para colaborar con la administración de Obama es humanitaria. En Guantánamo quedan todavía 149 reclusos, de los cuales 78 son considerados como no peligrosos y siguen pendientes de ser trasladados a otros países.
Con información de Impulso Baires y Lento
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