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El pobre y el jaque mate – Cuento Sufí

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Un pobre había caído en una extremada indigencia. Los tormentos de la miseria envenenaban su corazón. Un día dirigió esta plegaria a Dios:

«¡Oh, Tú, que oyes toda oración! Tú me has creado sin esfuerzo. Entonces, concédeme mi subsistencia sin que yo necesite preocuparme por ella. Tú has colocado cinco perlas en mi cabeza y cinco sentidos ocultos. Es imposible para mí enumerar los favores que me has concedido. ¡Concédeme también mi subsistencia!»

Rezaba así, sin cesar, esperando que Dios lo escucharía. Pero, viendo transcurrir el tiempo, empezaba a dudar. Como se cansaba de rezar y se hundía en la desesperanza, Dios le sugirió:

«Dios es El que rebaja y El que eleva. Todo lo que El emprende procede de eso. Mira la bajeza de la tierra y la altura del cielo. Mira los años, la mitad en la sequía y la mitad en el verdor. Mira el tiempo que se alarga de día y disminuye de noche. El mundo vuela con sus dos alas. Los hombres son de todos los colores pero, en la tumba, todos se vuelven del mismo color.»

Nuestra subsistencia es un vino escanciado en una copa de oro. La subsistencia del perro es su comida en su escudilla. Hemos hecho que la multitud de los hombres se aficione al pan. Pero existen hombres que están ebrios del Amado. Puesto que tú estás satisfecho con tu naturaleza, ¿por qué intentas sustraerte a ella?

Un día nuestro pobre tuvo un sueño mientras dormía. Pero los sufíes pueden soñar sin dormir. En su sueño oyó una voz de lo desconocido que le decía:

«¡Oh, hombre infortunado! Ve a la papelería y busca allí un papel disimulado entre otros, de tal forma y de tal color. Ve a leerlo en un lugar apartado y evita cuidadosamente que alguien esté allí en el momento de esta lectura. Pero, si este secreto fuera desvelado alguna vez, no temas nada pues ningún otro, aparte de ti, podría aprovecharse de él. Y si sobreviene un retraso, ten paciencia y repite el versículo: «;No perdáis la esperanza de la misericordia!»»

El pobre quedó tan contento con este mensaje que el mundo le pareció como encogido. Y si Dios no hubiese velado por él, no hay duda de que habría muerto por efecto de la emoción.

Se trasladó apresuradamente a la papelería y se puso a seleccionar los papeles. Acabó, efectivamente, por encontrar el papel que se le había descrito en su sueño. Y se retiró a un lugar tranquilo para leerlo. Y esta lectura lo sumergió en el asombro:

¿cómo podía encontrarse el plano de semejante tesoro entre los artículos de la papelería? El pobre dijo entonces:

«Dios es el protector de todo.»

Aunque El colmase los valles de oro y de plata, nadie podría aprovecharse de eso sin su permiso. Aunque leyeses millares de páginas, nada de ellas te quedaría sin Su voluntad. Sabe que el universo celeste es lo opuesto a la comprensión humana. Pues la mosca no puede intimar con la abubilla.

En el papel se había escrito:

«Fuera de la ciudad existe un edificio coronado por una cúpula. De espaldas a la ciudad, mira en dirección al lucero del alba. Ve allí, vuelve la espalda a la ciudad y eleva tu mirada hacia La Meca. Desde allí, tira una flecha y excava en el lugar en el que caiga.»

Lleno de ardor y alegría, nuestro hombre se apresuró a ejecutar puntualmente todo esto. Pero desgastó su pala y su pico sin que apareciese tesoro alguno. Lanzaba cada día una nueva flecha y excavaba un hoyo nuevo. Aquello se había convertido en su trabajo diario y la gente de la ciudad se puso a hablar de estas curiosas actividades. Algunos, celosos, fueron a avisar el sultán.

Cuando el pobre supo que el sultán había sido informado sobre su estado, decidió aceptar su destino y presentarse ante el sultán. Fue al palacio y, antes que lo torturasen, entregó el papel diciendo:

«¡Tomad! No hay rastro alguno de tesoro. Es mucho mejor que sea un ocioso como el sultán el que se ocupe de este asunto. ¡Si encuentra un tesoro, que se lo guarde! El camino de la desesperanza es peligroso para la razón y se necesita amor para emprender ese camino.»

Y liberado así de sus enemigos celosos, se concentró más en su única pasión.

El perro se cura su herida lamiéndose. Para quien conoce los tormentos del amor, no existe ningún otro amigo. Nadie más loco que un enamorado, pues la razón es ciega y sorda ante el amor. Es un tipo de locura muy particular y el médico nada puede hacer aquí. Si un médico cayese un día en semejante locura, lavaría sus libros de medicina con su propia sangre.

Cuando rezaba, el pobre se volvía hacia su corazón y decía:

«El hombre cosecha el equivalente de su esfuerzo.»

Aunque había rezado mucho tiempo sin recibir, perseveraba en sus plegarias pues, aunque no fuese escuchado, percibía una respuesta. Como tenía confianza en la generosidad divina, sus oídos oían: «¡Sí!»

No llames a ese pájaro, porque vuela hacia ti. Su subsistencia está junto a ti. Aunque sube muy alto en el cielo, su pensamiento sigue estando vuelto hacia tu trampa. Yo estoy enfermo y Tú eres el hijo de María que me devolverá la salud. Esto es el grito que El ha puesto en evidencia. ¡Oh, Dios mío! ¡No hagas aparente lo que está oculto! Como la flauta, tenemos dos bocas. Una de ellas está situada entre los labios y la otra se lamenta. Pero, si la flauta no conociera el favor de los labios, este universo no conocería el azúcar. Es preferible que José se quede en el fondo del pozo, pues sus hermanos están celosos. Yo estoy ebrio y querría lanzarme en medio de las querellas. ¿Qué es un pozo? Acabo de plantar mi tienda en medio del Sáhara. Ofréceme una copa de vino y mira el tamaño de mi embriaguez. Deja ahí a ese pobre que espera su tesoro, pues nosotros estamos ahogados en el océano de placer. ¡Oh, pobre! Refúgiate ante Dios, pero no esperes nada de un ahogado.

¡Oh, escanciador! Sirve una gran copa a ese hombre que me mira con reprobación. Yo conozco todo su juego: ¡Está jaque mate!

Por Yalal Al-Din Rumi

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