Literatura árabe:No más mil y una noches
La literatura árabe contemporánea es de una diversidad y riqueza proporcional a la superficie terrestre que abarca su lengua, esto es, desde el golfo Pérsico hasta el océano Atlántico, una superficie mayor que la de Europa y con una lengua común que hablan más de 230 millones de personas. Sin embargo, toda la riqueza que esa suma de culturas y paisajes pueda dar solemos reducirla en nuestro imaginario al exotismo de ‘Las mil y una noches’ o a las valoraciones en clave política y sociológica, desatendiendo su calidad literaria.
Además, al enfrentarnos a un ejercicio de creación árabe, desde Occidente lo primero que hacemos es enfatizar el distanciamiento entre ambas culturas, pasando por alto lo que en ellas pueda haber de común o incluso idéntico, y anteponemos a las aportaciones de las obras literarias el recurso de establecer dos realidades monolíticas enfrentadas.
Junto a estas comunes pre-valoraciones con las que abordamos de inicio una obra literaria árabe es frecuente que de inmediato nos centremos tan sólo en los contenidos (en ciertos contenidos) dejando de lado por lo general cuestiones relativas a la estructura o la técnica de la obra. Es el contexto histórico y el político el que es juzgado, obviando la valoración estética de la obra, y un ejemplo meridianamente claro es el de la producción literaria de las mujeres árabes, siempre abordada como «un testimonio», como un informe de la situación de la mujer en la sociedades islámicas, desvirtuando así toda naturaleza literaria original. A menudo se olvida que, ante todo, se trata de literatura y no de informes o documentales sobre la mujer en el mundo arabo-islámico.
A todo ello se suma que el mercado editorial español ha venido traduciendo en muchos casos obras desde sus versiones en inglés o francés, o publicando y vendiendo como literatura árabe obras escritas directamente en estas lenguas por autores de ascendencia árabe. Cuando lo cierto es que la literatura árabe es exclusivamente aquella escrita en árabe.
Tampoco la tradicional traducción desde el árabe ha ayudado mucho a la divulgación de la literatura árabe. En cualquier texto traducido del árabe anterior a los años 90 encontramos un sinnúmero de cursivas y de notas al pie, explicando esta u aquella palabra que parece no poder tener un equivalente en castellano, como si el árabe, a diferencia del inglés, ruso o italiano, no pudiera ser traducido en su totalidad. También ha sido tradicional entre los traductores la producción de textos más bien alambicados, y es por esto que se suele identificar esta lengua con este estilo. Así, las obras en árabe se han alejado del lector de a pie y se han centrado, inevitablemente, en un lector con un perfil más académico: libros traducidos por arabistas para arabistas.
Unas cosas y otras han conseguido que en España lo árabe esté siempre relacionado con cierto tufillo andalusí, de cultura de tetería, o con alguna causa reivindicativa. No se ha conseguido presentar la producción cultural árabe con la misma contemporaneidad con la que se presentan otras igual de exóticas como la china o la japonesa, y quizá la razón sea precisamente la proximidad histórica, que nos hace resistirnos a considerarla una cultura moderna. Como si manteniéndola dentro de los esquemas medievales de su legado en la Península nos acercara, cuando lo cierto es que no hace más que alejarnos.
Si bien las cosas empezaron a cambiar tras la concesión del Nobel a Naguib Mahfuz en 1988, y aunque también es cierto que en los últimos años se han ido produciendo honrosas excepciones, lo cierto es que la traducción del árabe ha sido algo muy minoritario y en la mayoría de los casos impulsado solo desde organismo públicos, sin visos comerciales ni estrictamente editoriales. Es necesario tratar la literatura árabe como literatura extranjera, privándola de cualquier atisbo orientalista, exótico, o de clave política; desde su traducción hasta su comercialización. Así es como podrá acercarse la literatura al público, y solo así, como afirma Roger Allen, «los escritores árabes podrán ver cómo sus creaciones se integran algún día en al tradición de la literatura universal».
Por César Martínez-Useros, (director de la nueva colección de literatura árabe de la editorial Turner, Kitab). ‘El oasis’ de Bahaa Taher (El Cairo, 1935) y ‘Los drusos de Belgrado’ de Rabee Jaber (Beirut, 1972), serán sus primeros títulos.
Con información de El Mundo
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