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Las ciudades imperiales de Marruecos

Mezquita Hassan II, en Casablanca ©Oriol – mivueltalmundo.com

Zocos, medinas, madrazas, babuchas y chilabas: el encanto de la puerta de África a través de tres de sus más famosas ciudades.




Casablanca es la gran olvidada. Esta ciudad cuenta con un lugar especial en el imaginario occidental gracias a la película de Humphrey Bogart. Los pocos que lleguen hasta aquí no pueden dejar de visitar su famosa mezquita Hassan II, que cuenta con el minarete más alto del mundo.

El rey Hassan II mandó construir el templo sobre el mar, inspirado por el versículo del Corán “El trono de Allâh se hallaba sobre el agua”.

Vista aérea de Fez ©Oriol – mivueltalmundo.com

Fez cuenta con una impresionante medina. Esta ciudad imperial es el centro religioso y cultural de Marruecos. Su laberíntica medina -barrio histórico y antiguo núcleo principal de las ciudades árabes- es una de las zonas peatonales y emplazamientos medievales más grandes del mundo.

Es inevitable perderse en sus callejones, y tener la sensación de retroceder en el tiempo. En ella se esconden las curtidurías medievales de Derb Chouwara, las más importantes del Norte de África. En estas poceras se curten y tiñen las pieles a base de una mezcla de agua, orina de vaca y excremento de paloma que produce un olor terrible.

Un hombre en una tienda de Marrakech ©Oriol – mivueltalmundo.com

Marrakech es la famosa. El corazón de esta ciudad fundada por nómadas bereberes del desierto es Jemaa El-Fna, una de las plazas más concurridas del mundo. Todo en Marrakech gira en torno a este espacio caótico, en el que se puede encontrar de todo: vendedores ambulantes, músicos, bailarines, tatuadores, monos y halcones encadenados, encantadores de serpientes, acróbatas, cuenta-cuentos, videntes…




La plaza está rodeada de bazares que forman el mercadillo más grande del país. Los viajeros pueden pasar horas recorriéndolo, saltando de un zoco a otro sin darse cuenta, encontrar de todo y de nada al mismo tiempo, perderse mil veces, ver algo que les gusta y no ser capaces de volver a encontrarlo jamás.

Y, ¿qué mejor forma de terminar el día que en un riad? Estos pequeños palacios convertidos en hoteles parecen escenarios de Las mil y una noches, con sus patios luminosos y sus elaboradas decoraciones árabes. Estas residencias se encuentran escondidas tras las fachadas toscas de las medinas: en la cultura árabe, la belleza se guarda de puertas para adentro.

Por Victoria Vidal y Oriol Querol
Con información de La Vanguardia

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