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Un caso de fanatismo religioso

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En tiempos pasados, mientras viajaba de Heredia a San José, tras laborar en tierras florenses, un preocupante incidente tuvo lugar en el autobús. Una señora protestante, posiblemente de línea pentecostal, se subió a predicar al trasporte público. Un hombre de la tercera edad le replicó contenidos propios de la prédica a la mujer, quien le respondió Biblia en mano.

Dos jóvenes callaron al anciano. Acto seguido tuvo lugar una serie de ofensas para el hombre mayor, quien las respondió con otras ofensas y el asunto pasó a más, la mujer optó por callarse y señalar que su mensaje era pacífico, mientras otra dama le espetó más insultos al hombre mayor; todo empezó por la idea del infierno, negada por el adulto mayor de modo categórico y persistente.

Caldeados los ánimos, el chofer optó por sacar al anciano de la unidad de trasporte público mediante los guardias privados de la empresa, fluyeron más insultos de una y otra parte, se le endosó un estado de ebriedad al anciano, cosa no constatable desde su estilo de habla (pues era coherente y no daba señales de estar ebrio, además borracho no lo hubieran dejado subirse).

Pensé en lo sucedido, pero al mirar la escena opté por no intervenir en favor de un bando ni del otro. Pero ahí no acabó el asunto, luego de reflexionar un rato, y al final del trayecto, opté por hablarle al chofer acerca de la inconveniencia de permitir prédicas de carácter religioso, pues tales temas, como los políticos, traen consigo amplias polémicas, si se trata de los clásicos vendedores de dulces en favor de un hogar de niños o de drogadictos todavía se puede permitir (a fin de cuentas media un supuesto interés social y la intervención además es breve), no así una llana y extensa prédica.

Le dije que incluso un católico fervoroso (Juan Pablo II negó la existencia del infierno) podía discrepar con aquella mujer y dar así paso a una fuerte arenga, quizás no tan altisonante, pero arenga al fin, dadora eventualmente además de conflicto en presencia de posturas férreas en ambos bandos. La reacción del conductor fue enérgica, discursó que no hay polémica porque únicamente hay un solo Dios, defendió la expulsión de aquel hombre. Por mi parte recalqué lo polémico del asunto, pues existen muchas interpretaciones de la Biblia e innumerables religiones desprendidas del cristianismo, e históricamente han sido capaces hasta de llegar a la guerra entre sí por sus diferencias.

Establecí el carácter público, no religioso, de un espacio como un autobús. Acto seguido el conductor me amenazó con expulsarme por la fuerza del vehículo por diferir con su criterio.

Hechos como los anteriores resultan muy preocupantes para quien desea una vida social democrática, pues, en primer lugar, se está revistiendo de un carácter impropio a un bus, este constituye un servicio público por el cual se paga un precio, por tanto no debe ser un ámbito para propiciar polémicas álgidas.

El anciano y cualquier otro perfectamente pudo argumentar, con validez, su derecho a no oír prédicas religiosas, de la misma manera que otra persona puede defender su prerrogativa a no oír a un político veinte minutos mientras viaja en un medio colectivo.

Los usuarios tienen derecho a viajar en paz, han pagado por ello, para los sermones están las iglesias, no los autobuses. En segundo lugar preocupa la actitud de reprimir a quien, por equis o ye motivo, discrepa de aquel mensaje religioso, ciertamente el tono del anciano fue airado la mayor parte, mas al inicio sólo interpeló el discurso de la predicadora, recibiendo censura casi inmediata de aquellos dos jóvenes y la segunda mujer. El hombre mayor estaba en su derecho de contestar la prédica, pues así funciona un sistema democrático, aun en sus espacios más microsociales, todos estamos en la potestad de responder a quien nos habla de cualquier tema.

Otro argumento, no amparado en el ideario liberal sino en la propia Biblia, podría establecer que Jesús de Nazaret nunca llamó a las autoridades políticas a reprimir a quien discrepaba, no existen pasajes evangélicos donde convoque a los romanos o a la guardia del templo judío para acallar personas (cosa olvidada por muchísimas denominaciones cristianas).

El caso anterior constituye una práctica de fanatismo religioso, acción indebida en un sistema democrático.

Definitivamente resulta pasmoso que las lecciones de Cívica de las escuelas y colegios aún son incapaces de enseñar una mentalidad moderna, pertinente en este tópico. En síntesis: evítese la presentación de temas polémicos en los servicios públicos, espacios accesibles por el pago de un derecho, escenarios donde todos queremos convivir tranquilos, y si llegase a acontecer alguna polémica política o religiosa, sean respetadas las normas del debate democrático.

David Francisco Nani
Con información de:Diario Extra

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