Pasaje de lágrimas- Abdourahman Waberi
Yibuti es, sobre todo, el protagonista de esta novela. A través de Pasaje de lágrimas nos paseamos por un trozo de tierra desconocida, “una casilla esencial en el siempre cambiante tablero geopolítico”, un lugar que casi nunca se tiene en cuenta en las infografías ni aparece en los libros. “Un país que, a pesar de su tamaño, ha seducido gracias a su posición y su estabilidad a los grandes estrategas del Pentágono y a los hombres de negocio del Golfo Pérsico, con Dubai a la cabeza”. Cuando se habla de Yibuti, siempre se añade la coletilla “un pequeño país en el Cuerno de África” pero poco más. En 2012 tenía una población de 859.652 habitantes (parecida a la de Chipre), limita con Etiopía, lo que a menudo le ha valido el sobrenombre de “la playa etíope”, y se debate entre una identidad francesa, británica y árabe. Y de todo ello nos habla Abdourahman A.Waberi en su novela.
El protagonista de Paisaje de lágrimas, Djib, es un joven y prometedor agente de información, abandonó Yibuti hace tiempo, asentándose en Montreal. Ahora, regresa a su tierra en una misión (militar-industrial) que le designa para sondear, analizar, observar cada milímetro del país, recabando información para concluir si es o no un lugar seguro y estable, libre de los fundamentalistas, en ese nuevo terreno que se ha abierto tras el 11S.
Esa voz, occidental, abanderada de un mundo que no tiene tiempo para nada que nos sea convertible en dinero y que no se libra del desarraigo; tiene su casa allí a donde llega y no se siente atado por nada, se mezcla con otras tres más. Una segunda voz, es la de su hermano gemelo, aislado en una cárcel en los islotes del diablo y convertido en un fanático religioso, quien lee los pensamientos de su hermano, gracias a esa conexión que tienen los gemelos, y supone una amenaza constante a pesar de la distancia física en la vida del primero, ya que, a pesar de su confinamiento, conoce cada movimiento de su hermano. A estas dos voces podemos añadirle una tercera que, sorpresivamente, une a los dos gemelos, la del filósofo Walter Benjamin, a quien ambos leerán; de forma compulsiva el gemelo recién llegado, y como un descubrimiento, desde la prisión, el gemelo encarcelado, y que tendrá muchas coincidencias (hay un paralelismo entre la vida de Djib y la de Benjamin clara, basta decir que con el nombre “Pasajes” es como se conoce la obra del filósofo) y protagonismo en sus vidas, mucho más de lo que a primera vista parece.
Pronto, Djib se dejará llevar por los recuerdos y aflorará su nostalgia y su necesidad, negada en un primer momento, de volver a su país, a su gente, a su infancia. Así, se enredará en el pasado, en la figura de su abuelo Assod que plantea el retorno a la naturaleza, en la búsqueda de un gesto de cariño por parte de su madre, en la figura secundaria y que le restaba el protagonismo de su hermano (las razones de este odio, por otra parte, no se muestran demasiado definidas). Su investigación comienza a dilatarse, se estanca, y la voz desde las cavernas cada vez se cierne más desasosegante, más claustrofóbica, más terrible, una voz que pide un ajuste de cuentas con el pasado.
A pesar de que al principio, asistimos desconcertados al salto de voces diametralmente opuestas en su discurso, quizás demasiado cincelado y oscuro, y a una escritura, a veces muy poética, que exige dosis extras de atención, Waberi nos regala un libro con gran carga de profundidad, donde el misterio surge desde la primera página, salpicado por un elogio a la escritura y a la lectura que se desparrama en cuadernos, libros, palimpsesto o citas. La introducción de Walter Benjamin como vértice de los dos polos; el autor preferido del norteño Djib y la lectura del fundamentalista Djamal en su prisión, abre la posibilidad de ser dos partes de un mismo cuerpo (el propio Benjamin expresó en su último texto: “Ha desaparecido toda desesperación; el pensamiento religioso y político” se funden en uno solo), en el que prevalece la voz del filósofo, para quien la historia no es una ciencia sino una forma de recuerdo. Tras un recorrido por el presente y el pasado, la modernidad y las tradiciones, el norte y el sur, parece que, a pesar de nuestros conocimientos actuales, estamos avocados al fracaso, a no entender, como le pasa al protagonista, qué ocurre, ni siquiera a dónde regresar. El libro, no en vano, se abre con esta cita: “El camino de regreso a casa es incluso más bello que la misma casa” (Mahmoud Darwich).
Estoy de regreso y no debo dejar nada al azar ni confiar ciegamente en mi intuición.Aquí, los siglos y las rocas hablan: todo transmite señales, todo está lleno de significado. La más banal de las anécdotas tal vez resultará ser la pieza del puzzle que faltaba, el mínimo indicio que puede conducir hasta el sésamo deseado. A menudo, las cosas más obvias son las más difíciles de captar. Esto me recuerda un relato de Edgar Allan Poe, La carta robada, que releí en el avión de camino hacia aquí. El detective Augusto Dupin encontraba la carta que todo el mundo buscaba y que se hallaba precisamente encima del escritorio del culpable sin que nadie se hubiera percatado de ello. Estas cosas ocurren más a menudo de lo que uno imagina.
Por Sonia FQ
LitERaFRicA
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