Traición judía a Alemania, germen de la ocupación de Palestina
…En general, el sionismo era partidario de los imperios centrales. La razón es obvia: Palestina formaba parte del imperio otomano, y los sionistas confiaban en que el káiser, que, a parte de ser su aliado, mantenía excelentes relaciones personales con el sultán de Constantinopla, persuadiría a éste de la conveniencia de ceder a los israelitas Tierra Santa para instalar en ella el soñado Hogar Nacional judío. Los prohombres del sionismo, al enterarse de la oferta de paz de Alemania a Inglaterra, y en vista de que el sultán no parecía muy dispuesto a abandonar una parte de su patrimonio en favor de unas gentes que no tenían sobre el mismo ningún derecho, propusieron al Gabinete de guerra británico la incondicional ayuda judía. El acuerdo entre el Gobierno de Lloyd George 1 y la «Zionist World Organization» preveía que, a cambio de la promesa del Hogar Nacional en Palestina que Inglaterra se comprometía a entregarles, los prohombres del judaísmo americano harían entrar a los Estados Unidos en la contienda, al lado de los países de la Entente.
Inglaterra prefirió continuar la lucha en tales condiciones, pues estaba segura de que, con la ayuda norteamericana y la traición del judaísmo contra Alemania en el continente 2 lograría mantener su posición de primera potencia mundial, como resultado de la victoria.
La entrada en guerra de los Estados Unidos junto a la Gran Bretaña, la ayuda financiera del sionismo a Francia e Italia, las revueltas «sociales» financiadas en gran parte con dinero judío desencadenadas con extraordinaria oportunidad en Alemania y Austria, transformaron una victoria alemana que aparecía segura en 1916, en una situación de transitoria igualdad, pese al derrumbamiento de Rusia –la odiada Rusia zarista de los «progroms»–, para desembocar en la sórdida estafa versallesca.
Los sionistas jugaron la carta alemana desde el comienzo de la guerra. Contaban con una derrota inglesa y con que la influencia personal del káiser sobre el sultán lograría de éste la cesión de Palestina para la implantación del «Hogar Nacional judío» 3. Pero la mala disposición del sultán hacia tal proyecto, el hecho de que Alemania ofrecía a Inglaterra una «paz tablas» sin cambios territoriales, y con retorno a las fronteras de 1914 y, paralelamente, la situación en que se encontraba Inglaterra, que la obligaría a aceptar cualquier condición a cambio de la ansiada participación norteamericana en la contienda, movieron a los pro-hombres del sionismo a proponer su ayuda a la Gran Bretaña.
Numerosos escritores norteamericanos (entre otros Elizabeth Dillings, Olivia O’Grady, William Guy Carr, Robert Edmondsson, etc.) han narrado detalladamente las medidas tomadas por el judaísmo para hacer entrar en la contienda a los Estados Unidos. Es curioso el cambio que, en unos meses, se hizo dar al presidente Wilson, un auténtico «détraqué» sujeto a deficiencias psicosexuales. Cuando, a principios de 1916, el sionismo todavía espera que el káiser obtendrá para los judíos el territorio de Palestina y Wilson hace tentativas para obtener la paz (una «pax germánica»), y Londres y París ni siquiera se dignan contestar a sus propuestas, Wilson exclamará que «ingleses y franceses hacen gala de una mala fe exasperante». (Véase Georges Bonnet: «Miracle de la France», París 1965, Ed. Fayard).
Es un hecho histórico que la gran Prensa norteamericana cambió bruscamente de orientación a partir del «London Agreement« entre el Gabinete de guerra británico y los sionistas. La propaganda aliadófila alcanzó grados de apología delirante, y las provocaciones anti-alemanas se multiplicaron.
En cuanto al incidente del Lusitania no fue más que un burdo pretexto. Los mismos americanos admitieron que el barco iba cargado con municiones con destino a Inglaterra, y armado con cañones de largo alcance. (Michael F. Connors: «The Development of Germanophobia»). Según el historiador americano O. Garrisson Willards, en The True Story of the Lusitania, el comandante del buque tomó una ruta opuesta a la que se le ordenó en Nueva York internándose en una zona que se sabía dominada por los submarinos alemanes. Además el Lusitania fue hundido en febrero de 1915, y los Estados Unidos declararon la guerra a Alemania en abril de 1917, veintiséis meses más tarde. Es, pues, estúpida la versión oficial americana, según la cual Washington declaró la guerra en un rapto de indignación por el hundimiento del pacífico transatlántico.
Inmediatamente después de la pérdida del Lusitania, el Gobierno americano reconoció oficialmente que Alemania estaba justificada en su acción contra el buque, de acuerdo con el Derecho Internacional, con las Convenciones de La Haya sobre la conducción de la guerra submarina, y más aún con la práctica corriente, incluso en la paz, según el derecho a la legítima defensa que asiste a todas las naciones. En 1915, Alemania, para hundir al Lusitania –cargado de municiones– usó el mismo derecho vital que los norteamericanos en 1962 para amenazar con hundir a los mercantes rusos, portadores de armamento atómico con destino a Cuba y eso que entre yankees y cubanos no existía estado de guerra declarada.
El pueblo alemán no tuvo conocimiento de esa auténtica «puñalada en la espalda«, propinada por quien se suponía un viejo y fiel aliado, hasta el año 1919, en plena Conferencia de Versalles, cuando 117 dirigentes sionistas, a cuyo frente se hallaba Bernard Mannes Baruch, el «procónsul de Judá en América« le reclamaron a los ingleses el pago de su «libra de carne».
…No obstante, Inglaterra no podía entregar Palestina a los judíos sin engañar a los árabes. Sin escrúpulo alguno, Londres vendió a los musulmanes y cristianos de Tierra Santa al sionismo internacional. Esto constituye una de las más sórdidas estafas de la Historia Contemporánea.
En efecto, a finales de 1915, cuando los turcos habían ocupado Sollum, la expedición franco-británica a Gallipoli había terminado en un completo «fiasco«, y el general Townshend se encontraba sitiado y en trance de rendirse en Kut–el–Amara, la defensa del Canal de Suez parecía imposible. Inglaterra necesitaba la ayuda de los árabes para continuar la guerra. Su única solución consistía en organizar la sublevación de los árabes, entonces sujetos del sultán de Constantinopla. Los árabes prometieron a Inglaterra luchar a su lado contra los turcos, a cambio de la promesa británica de ser libres de todo control extranjero una vez victoriosamente terminada la guerra. Es un hecho histórico que solamente gracias a la ayuda árabe pudo Inglaterra conservar el control del Canal de Suez. Sir Henry MacMahon, alto Comisario británico en Egipto, había prometido solemnemente, en el nombre del imperio británico al Emir de la Meca que, a cambio de la ayuda árabe a los Aliados la Gran Bretaña reconocería la independencia de un Estado árabe en territorios que incluían Palestina. Los límites de esos territorios, prometía oficialmente MacMahon, serían los siguientes:
Mersina, en el Norte.
Las fronteras de Persia, hasta el golfo de Bassorah, en el Este.
El océano Indico, excepto Adén, en el Sur.
El mar Rojo, y el mar Mediterráneo, en el Oeste.
Un simple vistazo al mapa muestra que Palestina formaba parte de ese territorio. Sir Henry MacMahon hizo su promesa formal, en el nombre del Gobierno británico, en un memorándum fechado el 25 de octubre de 1915. El Gobierno británico confirmó oficialmente las promesas de MacMahon y el acuerdo fue firmado. Pero mientras millones de árabes luchaban y doscientos mil perdían la vida en la guerra de Inglaterra creyendo se batían también por la libertad árabe, el ministro de Asuntos Exteriores inglés, Lord Arthur Balfour, vendía alegremente Palestina al sionismo a cambio de la promesa de los líderes de éste de provocar la entrada de los Estados Unidos en la guerra y de retirar todo su apoyo a Alemania. Como complemento de esa traición, Inglaterra y Francia, según los términos del acuerdo Sykes–Picot, se entendían para repartirse los territorios árabes –entonces bajo soberanía turca– al final de la guerra. Ramsey MacDonald, Primer Ministro de Su Majestad en 1923, resumió así esta triple maniobra:
«Nosotros provocamos una sublevación árabe en todo el imperio otomano, a cambio de la promesa de crear un Estado árabe independiente con las provincias árabes que formaban parte de aquél, incluyendo Palestina. Al mismo tiempo, animamos a los judíos del mundo entero a que nos ayudaran y contribuyeran a hacer entrar a los Estados Unidos en la contienda, a nuestro lado, prometiendo poner a disposición de los sionistas, y bajo su soberanía, las tierras de Palestina; y también al mismo tiempo, firmamos con Francia el Pacto Sykes–Picot, repartiéndonos el territorio que habíamos ordenado a nuestro alto comisario MacMahon que prometiera a los árabes a cambio de su ayuda. Muy difícil será encontrar en toda la Historia Universal un caso de más cruda duplicidad, y no podremos escapar a la reprobación mundial que será su justa secuela» 4.
Y así, mediante este triple engaño, respaldado por el falso sentimentalismo de la creación de un «estado–refugio» para los judíos «víctimas de prejuicios religiosos», el sionismo obtenía los siguientes beneficios:
- a) Una posición clave en el Oriente Medio, encrucijada de tres continentes.
- b) El control directo del oleoducto del Irak, cuya terminal se hallaba en Haifa.
- c) Una «doble nacionalidad» para los judíos.
- d) Las riquezas del mar Muerto (cloruro cálcico, magnesio y, sobre todo, potasas).
- e) La proximidad con el Canal de Suez y las zonas petrolíferas de Siria e Irak.
A pesar de los esfuerzos hechos por Inglaterra –que se reservó, como sabemos, Palestina como mandato de la Sociedad de Naciones– entre 1919 y 1948, solamente 600.000 judíos pudieron aposentarse en su «Hogar Nacional«, debido a la feroz resistencia de los árabes. Fue necesaria la masiva ayuda norteamericana y soviética, al final de la Segunda Guerra Mundial para aplastar a los árabes de Tierra Santa, mientras Inglaterra se salía como buenamente podía del avispero que ella más que nadie había contribuido a crear.
Lord Melchett (a) Alfred Mond (a) Moritz, entonces presidente del mastodóntico trust «Imperial Chemical Industries« dijo, el 14 de junio de 1928, ante el Congreso sionista reunido en Nueva York:
«Si os hubiese dicho en 1913, que el archiduque austriaco sería asesinado y que, junto a todo lo que se derivaría de tal crimen; surgiría la posibilidad, la oportunidad y la ocasión de crear un hogar nacional para nosotros en Palestina… me hubieseis tomado por un ocioso soñador. Mas…¿Se os ha ocurrido pensar cuán extraordinario es que de toda aquella confusión y de toda aquella sangre haya nacido nuestra oportunidad…?
¿De veras creéis que sólo es una casualidad todo eso que nos ha llevado otra vez a Israel?«
Según parece deducirse de las palabras del «noble Lord«, él –persona enterada e iniciada si las ha habido– no cree que «todo eso« (asesinato provocación del archiduque Francisco Fernando y consiguiente guerra generalizada entre los principales Estados europeos) fuera una casualidad.
Como tampoco fue –posiblemente– una casualidad que fuera Gavrilo Princip quien lo perpetrara, y que el tal Princip, y cuatro de sus seis cómplices, fueran correligionarios del multimillonario Lord de los múltiples alias.
Por J.B.Oriol
1 El propio Lloyd George habla de tal acuerdo. calificándolo de «decisivo» y de «salvador» en sus Memorias de Guerra.
2 Los mismos judíos se han vanagloriado de tal traición. La alta finanza se volcó materialmente en ayuda de Francia e Italia.
3 Entre 1895 y 1915, Guillermo II apeló en varias ocasiones al Sultán para la cesión de Palestina a los sionistas. Las relaciones entre el judaísmo y los Hohenzollern eran excelentes. Fue en Alemania donde los judíos obtuvieron, en primer lugar, el reconocimiento de la igualdad de derechos con respecto a los otros ciudadanos. El Congreso Sionista Mundial, asimismo, tuvo su sede en Berlín hasta finales de 1915. (N. del A.)
4 Citado por Olivia María O’Grady: Beasts of the Apocalypse, pag. 314-315.
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