Chukri: locos, rosas…
Mohamed Chukri (1935-2003) no fue sólo uno de los mejores escritores marroquíes en árabe del siglo XX, sino un tipo además muy peculiar. Tras una infancia y adolescencia pobres en el Rif -entonces parte del Protectorado español– vivió entre la marginalidad, las prostitutas, el alcohol y la literatura. Era en un Tánger ya perdido, el de Bowles y el de Burroughs también, a quienes él quería y no quería, por rachas. Gran lector como muchos buenos autodidactas, Chukri siempre afirmaba que de no haber escrito en árabe lo habría hecho en español.
Le gustaba España y hablaba muy bien nuestro idioma. Yo lo vi, en los mediados 90, en un par de cafés de aquella ciudad que tanto quise y me habló de un tangerino español que respetaba (y al que yo también había conocido fugazmente) Ángel Vázquez, el autor de ‘La vida perra de Juanita Narboni’. Como Chukri -pero con otros matices- Vázquez era también un desvalido y un gran dipsómano, pero menos broncas. ‘El pan desnudo’ (a veces y con título menos bello, ‘El pan a secas’) es uno de los libros más conocidos de Chukri, el inicio de su autobiografía, editado en 1973 y entonces prohibido en Marruecos.
Todo en Chukri es desarreglo emocional, miseria, marginación, mujeres que son prostitutas pero cuyo calor y bondad ama, y afán literario que empezó tarde. Exactamente en 1966 al publicar un cuento que se titula ‘Violencia en la playa’ y que habla de un loco llamado Mimún. En muchos países árabes no es raro ver a locos por la calle. Alguien se burla y ellos dan la lata, pero hay una base de respeto (y más en Chukri) como si esas personas tuvieran una singularidad especial, alta, esos mismos a los que a veces llamábamos «inocentes».
La primera obra de Chukri fue el libro de cuentos (donde está ‘Violencia en la playa’, una de las piezas mejores del conjunto) que ahora edita Cabaret-Voltaire: ‘El loco de las rosas’ de 1978. Ya hemos dicho que ‘El pan desnudo’ no se vio en su momento. Estos cuentos, a veces con visiones y aún cortas alegorías -como ‘Prohibido hablar de las moscas’ o ‘El vómito’– nos hablan, empezando la saga del autor, de un universo duro, donde la supervivencia es un afán cotidiano, como el miedo a la autoridad, o la gente rara, entre ellos ese «loco de las rosas» que vive con su madre en una chabola, vendedor de rosas al que conocen los mendigos y los poetas. Es un libro fácil y desigual, pero una excelente introducción al mundo de Chukri, ya que contiene además sus textos más antiguos. Un libro que tiene un pie en la narrativa occidental y otro en el relato islámico, tantas veces oral, fascinado de realidad y extrañeza.
Chukri no era un hombre de religión y le hubiera chocado y molestado el actual fanatismo islamista. Pero era plenamente musulmán. Por eso -alguna vez- se quejaba de lo que había sido el Tánger internacional, no tan de espaldas a Marruecos como supone. Sus cuentos son todos marroquíes, mucho, pero si él critica alguna vez a Bowles, bueno es saber que nunca dejó de admirarlo. También le gustaba a Paul lo raro y singular. Como a Chukri. Vean.
Por Luis Antonio de Villena
Con información de El Mundo
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