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Pozos, fuentes y manantiales

«´Fluents fils d´aigua per camí de roques / ens arriben amb un trinat proper´». Marià Villangómez

Font d´en Prats. Atzaró, 1978. Elsa Glück. de ´ibiza, l´illa d´un temps´
Font d´en Prats. Atzaró, 1978. Elsa Glück. de ´ibiza, l´illa d´un temps´

Recursos hídricos. Los pozos de uso agropecuario nos han dejado las arcaicas estructuras de las norias árabes y las altas torres de los molinos de agua o ´molins aiguaders´ que con sus velas aprovechaban la fuerza del viento para sacar el agua de la hondura. Norias y molinos contaban con un aljibe inmediato que almacenaba el agua que se utilizaba para regar. Es del todo incomprensible el abandono que hoy sufren estos bellísimos elementos de la arquitectura rural que, por su valor patrimonial, cultural y paisajístico, deberían preservarse.

Al hablar de las aguas vivas de Ibiza y Formentera, conviene diferenciar sus emergencias en pozos, fuentes y manantiales. El manantial es un surtidor natural de agua que asciende a la superficie desde las capas freáticas del subsuelo y que, por su poquedad o por el lugar poco accesible en el que aflora, lejos de cultivos y de habitación, no tiene más beneficio que saciar la sed del caminante. Hoy estos manaderos son escasos y más que fluir en raudal como solían, solo gotean. La fuente, en cambio, es un manantial domesticado, un flujo de agua natural, pero que exige la intervención del hombre para aprovechar el agua que se nos ofrece en superficie y se recoge en oquedades naturales o picas y depósitos que permiten luego utilizarla, según sea su caudal, para el consumo humano, para que puedan abrevar los animales o para regar. Estas fuentes tienen a veces la estructura severa de un túmulo o sepulcro excavado en la roca, al que se accede por una puerta metálica o de madera que descubre una galería que desciende hasta el depósito del agua. Es el caso, por ejemplo, de la Font d’en Xico Sala (sa Marina), la Font des Verger (Morna), la Font de Perella (Arabí de Dalt), el Pou de Baix (Vila de Santa Eulària), la Font de Balàfia y la de Pere Mosson (Balàfia de Dalt), etc. Todas estas fuentes en las que se tiene que entrar –no basta con asomarse a ellas– recuerdan antiguos ritos iniciáticos o bautismales, no en vano la inmersión en el agua ha sido siempre signo de muerte y resurrección. Confieso que siempre que he podido entrar en estas fuentes, al salir y recuperar la cegadora luz exterior, he tenido una gozosa sensación de renacimiento.

El pozo, finalmente, exige una estructura más compleja porque sus aguas no salen de forma espontánea, sino de veneros secretos que esconde la tierra y que el hombre ha tenido que buscar y extraer. El pozo es una perforación artesanal profunda con tiro vertical y cilíndrico, de un metro de sección, que desciende hasta el nivel freático, donde se ensancha en un depósito que almacena el agua que rezuma de las rocas y la tierra hasta alcanzar un nivel que, por lo general –si no se alimenta de una correntía subterránea–, depende de las lluvias.

El pozo se excavaba en el punto exacto donde el zahorí localizaba una vena de agua, ayudándose de un pequeño péndulo o de una horquilla de almendro o avellano que permitía al intuitivo prospector señalar en qué lugar convenía cavar. Por su sorprendente y preciso oráculo, el zahorí recordaba el poder ancestral de los arúspices o geománticos y era un personaje rodeado de misterio al que se respetaba religiosamente en sus predicciones. La naturaleza, no obstante, tenía la última palabra y respondía caprichosamente de manera que el pozo, en ocasiones, se tenía que hacer en lugares impredecibles, roquedos y requemados secarrales en los que nadie hubiera pensado encontrar agua. Esto explica que hoy veamos los pozos como sembrados al tresbolillo en lugares insospechados. Se identifican, en todo caso, por las delicadas construcciones que los rematan en superficie, pequeños oratorios o camarines que uno ve como oraciones de piedra. Con razón se llaman capelles en Ibiza. Restallante en su enjalbiego, el pozo es, en resumidas cuentas, un milagro de ingeniosa y modesta arquitectura que acumula agua y, según su acopio y situación, se utiliza para beber o regar.

Pequeña caseta

El pozo que da agua para que de él beban los humanos y las bestias –en este último caso tienen una pica como abrevadero– se remata con una pequeña caseta que supera en muy poco la altura del un hombre y que puede ser prismática, ortogonal, troncocónica o con una cubierta abovedada. Retranqueada en su frontis crea un mínimo umbral con hornacina que sugiere interioridad –o, más precisamente, sacralidad–, y nos franquea el acceso a la hondura, donde el agua reposa en un profundo espejo negro. Cuando el pozo está aislado en un campo, la mera presencia del pozo es una forma de bendición y explica que el payés se esmerara en su construcción que descubre una particular delicadeza, una especial sensibilidad, una forma de veneración instintiva frente al regalo del agua. La portezuela que cierra la ventana del pozo no tiene llave y se ajusta con una aldaba de madera para que cualquier caminante sacie la sed. Puedo asegurar que el simple hecho de localizar un pozo cuando uno anda sudoroso y derrengado tras una caminata, proporciona un gozo anticipado. Abrimos la pequeña ventana, nos asomamos a la umbría oscuridad y desde el fondo nos llega el frescor del agua y el olor húmedo de la sombra. Soltamos el cubo de latón que cuelga de un gancho o travesaño de sabina, largamos cuerda y enseguida oímos su choque en el agua y el golpeteo que provocamos el sacudir la soga para que el cubo, en alegre gorgoteo, se vaya llenando.

Y cuando un seco tirón nos dice que el cubo se hunde porque está lleno, lo sacamos despacio y el agua que rebosa al izarlo da un eco al caer que nos aumenta la sed. El agua de pozo tiene siempre una insólita transparencia y es fresca, reconfortante y luminosa. En la pared del pozo también suele haber un cazo de madera o latón que utilizábamos para dar unos sorbos litúrgicos, unos tragos lentos y largos. Sus aguas vivas son la mejor bebida que recuerdo.

Por Miguel Ángel González
Con información de Diario de Ibiza

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