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Impune robo cultural de las potencias

Mediante más o menos sofisticados actos de pillaje o directamente por la vía de las guerras o de hechos de violencia, son numerosos los casos en que las naciones poderosas se roban las riquezas culturales de países emergentes. Es uno de esos crímenes sin castigo.

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El robo del patrimonio cultural no es un delito exclusivo de una organización terrorista como Estado Islámico (EI). Muchas veces son los propios Estados los que, en su afán por apropiarse de objetos de incalculable valor, cometen ese crimen. La guerra, la violencia y el saqueo fueron a lo largo de la historia los métodos más utilizados por las potencias para quedarse con esas reliquias.

Hace tan sólo unos años, en 2012, Irak le exigió a Estados Unidos que le devuelva el llamado Archivo Judío, una recopilación de antiguos documentos de gran valor cultural que fue sacada del país árabe por las tropas de la Casa Blanca durante la invasión de 2003. El ministro de Turismo y Arqueología iraquí, Liwaa Smaisim, recordó que el archivo es «parte del patrimonio» nacional y apuntó que EE UU había trasladado parte de los documentos hacia Israel junto con otras 1000 antigüedades.

El hecho indignó a arqueólogos y otros especialistas, que acusaron a EE UU de robar el patrimonio cultural. Desde la Casa Blanca respondieron que estaban dispuestos a devolver sólo la mitad del archivo, una solución que no satisface al gobierno de Irak.

Otro caso conocido es la disputa que se generó entre Grecia y el Reino Unido por la apropiación de las esculturas pertenecientes al Partenón que se exhiben en el Museo Británico. Desde el año pasado, el gobierno heleno comenzó a reclamar esas valiosas piezas de mármol para retornarlas a Atenas, restaurarlas y ponerlas a disposición del público.

Los mármoles fueron robados a principios del siglo XIX, cuando el embajador británico en el Imperio Otomano, Thomas Bruce, un amante de las antigüedades, consiguió permiso del Sultán para llevarse parte de las metopas y del friso interior del Partenón. La operación provocó la mutilación de muchas de las piezas y la pérdida de otras.

En 1816, Bruce vendió las piezas al gobierno del Reino Unido por 35 mil libras. La transacción generó polémica, ya que se dudaba de que el permiso imperial le hubiese dado vía libre para trasladar las valiosas piezas. Finalmente, la Cámara de los Lores dio por aclarado el asunto y la colección llegó al Museo Británico, que en 1939 inauguró una sala exclusiva para exponer las esculturas: 75 metros de friso (de los 160 que tenía originalmente), 15 de las 92 metopas y 17 esculturas de los pedimentos.

Perú, por su parte, comenzó a reclamar en 2003 la repatriación de casi 5000 piezas de la ciudad ancestral de Machu Picchu que fueron «prestadas» en 1912 a la Universidad de Yale. De allí había salido Hiran Bingham, uno de los exploradores que descubrió en 1911 el hoy turístico centro arqueológico. Los restos, mayormente cerámicas, objetos metálicos y hasta osamentas humanas, se encuentran en exhibición en la universidad estadounidense, que aún se niega a aceptar su devolución.

En 2006, el gobierno peruano inició acciones judiciales para recuperar sus tesoros arqueológicos. El entonces director del Instituto Nacional de Cultura, Luis Guillermo Lumbreras, lamentó que Yale «no haya cumplido con un compromiso pactado hace casi 90 años» y aseguró que la universidad «tiene la obligación» de devolver las piezas, ya que Perú «cuenta con la documentación que muestra sus derechos de propiedad«.

Con información de Info News

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