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Dos Estados, pero sin sionismo

La reciente petición del Congreso de los Diputados para que se reconozca un Estado palestino, sin marcar fronteras o condicionado a eternas negociaciones con gobiernos israelíes y en función de otros países europeos, ha reavivado las esperanzas palestinas y de movimientos de solidaridad de alcanzar ese Estado en las fronteras anteriores a 1967, un 22 % de la Palestina histórica. La aceptación de la derrota palestina de tener un Estado laico, democrático, donde todos sus habitantes fueran ciudadanos independientemente de su origen, procedencia e ideología se consuma en el Congreso de la exiliada OLP en 1988. Allí se aprobó un proyecto de coexistencia de dos Estados, paz estable y prosperidad para el conjunto de la región.

Después, en las negociaciones de Madrid en 1991, y a pesar de que la OLP había reconocido a Israel, los palestinos no existieron como sujeto político. Ya en Oslo, hubo un cierto reconocimiento de la OLP como representante del pueblo palestino, y se dio pie a que existiera una Autoridad Provisional Palestina con alguna gestión administrativa en la zona A, de las tres zonas en que dividen la Cisjordania ocupada. Hoy, en la zona C, la que incluye el valle del Jordán, los palestinos han sido prácticamente expulsados. El proyecto sionista reflejado en el liderazgo israelí no quiere reconocer al otro y menos considerar que sea sujeto de derecho, como para tener un Estado.

La dirigencia palestina ha jugado su última carta, reclamando en la ONU dos Estados. Mientras, Israel ha hecho ciscos en el terreno esa posibilidad. Con el peligro de que se obligue a llamar a un hipotético reino de bantustanes, como en la Sudáfrica del apartheid, el estado independiente palestino dentro del gran Israel, Estado del exclusivo pueblo judío. Bienvenido sea el reconocimiento simbólico de Palestina. Pero si el ministro Morenés compra armas a los israelíes y la UE no suspende el Acuerdo Preferencial con ese Israel ocupante, los gestos querrían ocultar la hipocresía del apoyo por acción y omisión de la ocupación.

Hay pues dos utopías imposibles. Un solo Estado para todos o dos Estados, para partes, pero en todo caso, donde la ciudadanía fuera el elemento definitorio. No el origen, religión o etnia los que gobernasen. El común denominador de su imposibilidad es el uso de la fuerza del sionismo y la complicidad externa que ha recibido. Entonces, es un deber destruir al sionismo como ideología excluyente y anticiudadana con campañas como la del boicot a los productos israelíes. O son todos ciudadanos iguales en derechos o no hay autodeterminación de una parte en un trozo de un territorio. El drama palestino no sólo les compete a ellos, es un problema de derechos humanos y como tal hay que asumirlo como propio. Hay que reclamar que no haya blancos o negros, israelíes o palestinos, excluir al sionismo y tener el sueño de personas libres, con iguales derechos y posibilidades de un futuro mejor en Palestina.

Por Santiago González
Con información de :Levante

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