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Israel es un Frankestein que debe operarse

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El error de las potencias interesadas al fundar el Estado de Israel, fue promover uno dominado por un grupo religioso en lugar de un Estado de corte nacional con carácter inclusivo.

Si era verdad que los nuevos tiempos requerían un reordenamiento de las fronteras en las comunidades desarrolladas científica y tecnológicamente, también la revolución contribuyó a ampliar los márgenes de las libertades civiles.

Al decidir la creación del nuevo Estado, en una región cuyo proceso de conquistas e intervenciones habían desarticulado la esencia plena de su desarrollo, hubo tres aspectos que no consideraron.

El primero era la existencia de un territorio carente de los procesos evolutivos por los cuales Europa había transitado.

Segundo, forzaron el establecimiento de una forma de organización política semejante a la suya, pero sin las potenciales condiciones para que alcanzaran un desarrollo mínimo necesario.

Tercero, al establecer ese tipo de organización, pasaron por alto uno de los mejores logros del proceso europeo que hubiera sido posible salvaguardar parcialmente: respeto por las bases culturales y una elemental tolerancia hacia el sentir y los hábitos de la comunidad allí presente donde, junto a otros y en reducido porcentaje, vivía una comunidad de religiosos judíos.

No considerar que estos aspectos eran los cimientos imprescindibles de las nuevas nacionalidades, falseó las bases del nuevo Estado.

En una región donde las teocracias musulmanas definían la organización del Estado, de igual modo que las teocracias cristianas definieron Europa un par de siglos antes, imponer uno que contravenía aquel sentir mayoritario, contradecía la realidad.

Los judíos de la época no dijeron que iban a establecer una “democracia” sino un “Estado Judío”. Al margen de su letra constitucional el Poder fue para los judíos y hoy en día la democracia, si existe realmente más allá del voto, es en función de los judíos.

El periodista judío Gideon Levy, quien escribe para el diario israelí Haaretz, expresó recientemente a raíz de los acontecimientos de Gaza:

“Siempre en mis conferencias solía decir que Israel era una democracia para sus ciudadanos judíos (pero no los árabes). Ahora empiezo a pensar que es una democracia para sus ciudadanos judíos que piensan del mismo modo y no es tolerante de ninguna voz alternativa”.

La experiencia europea, consciente que allí había de crearse un Estado al retirarse los británicos y a sabiendas que los tiempos demandaban tolerancia y entendimiento, hicieron todo aquello que no eran capaces de aceptar en sus propios países.

En una región, donde precisamente era importante impulsar la creación de sociedades más abiertas, la mejor solución era introducir un cambio en las viejas políticas que alteraron los sistemas de vida de las diversas comunidades milenarias que allí habitaban.

Entre los tantos errores, las potencias bajo cuyo control se hallaba Palestina, no procedieron de acuerdo a las nuevas concepciones que en Europa y América tenían más de un siglo en uso y que ellos celosamente defendían en sus tierras.

No se trataba de imponer normas sociales y políticas en un medio que no estaba preparado para ello, sino de crear condiciones que no profundizaran más las desintegraciones sociales que las ocupaciones militares habían creado.

Los británicos, quienes tenían el Mandato de la región desde 1922, aunque lo ostentaban de facto desde 1917, tenían una concepción laica del Estado, pero hicieron poco para hacerla valer en el caso de Israel.

Reconocer la existencia del judaísmo y su historia de perseguidos y concederles ciertos derechos de territorialidad a sus fieles, tenía sentido y las condiciones estaban dadas por los factores mencionados. Sin embargo, no haber instrumentado la propuesta inicial de la ONU de 1947, que planteaba la creación de un solo Estado compuesto por las diversas etnias, tribus y demás religiones existentes, dejaba abierta la puerta a los conflictos que hoy conocemos.

Las razones por las cuales fue obvio proceder de tal manera estuvieron determinadas esencialmente por los intereses políticos de la época. Con Europa destrozada, la Unión Soviética fuertemente armada y los Estados Unidos de Norteamérica fortalecida tras la contienda, sólo quedaron estos dos países como rectores del Planeta.

Menos herida, con mejores condiciones económicas que el resto de Europa, fuertemente armada y fiel a Estados Unidos, quedaba también Gran Bretaña.

Dentro de este cuadro y a pesar de las reservas que los británicos tenían para la creación de un Estado fundamentalmente judío, sucedió el fenómeno que tanto Estados Unidos como la URSS, pensaron que podrían utilizar en su propio beneficio.

El pensamiento socialista que definía a los fundadores intelectuales de dicho proyecto, junto al modo de vida occidental de los pobladores judíos que emigraron a esa región entre el siglo XIX y el XX, quienes conformaban el grueso de los judíos en esas tierras al finalizar la Segunda Guerra, despertó el interés de ambas potencias.

Los soviéticos pensaron que el nuevo Estado devendría en un buen aliado por el origen socialista de sus principales promotores y los estadounidenses, vieron la oportunidad de controlar Medio Oriente con la presencia de una comunidad de corte europeo en medio de la codiciada zona. Los intereses políticos tuvieron la última palabra.

La sociedad no marcha linealmente y tampoco produce resultados únicos. La evolución conduce a un número limitado de opciones, pero el resultado final está dado por la decisión de los actores sociales. Una de las tendencias era la creación del Estado de Israel y por él se inclinaron los poderosos del momento.

El surgimiento de un Estado en esa región, era irremediable porque las nuevas relaciones de producción europea así lo requerían. Pero el retroceso a un Estado con características teocráticas, era la negación del propio proceso europeo.

La diferencia étnica y religiosa de la región era real, pero la separación política introducida desde fuera, entre árabes que eran más musulmanes que árabes y los judíos, muchos de los cuales eran más árabes que judíos o más europeos (la mayoría) que judíos, fue el gran pecado político. Sin la existencia de la URSS y Estados Unidos de Norteamérica, Israel no hubiese existido. Tampoco fuera aventurado decir que si Franklyn D. Roosevelt y José Stalin, no hubiesen liderado la contienda, las cosas también hubiesen sido diferentes.

Los soviéticos vieron en el nuevo Estado a un futuro aliado, al igual que lo vislumbró Harry Truman.

Los primeros pensaron que por razones de ideas podrían llegar a acuerdos con los dirigentes de Isarel y Truman por su lado, consciente de las simpatías benevolentes existentes en Estados Unidos hacia los judíos, quienes se habían encargado de divulgar los masivos asesinatos étnicos de los nazis, consideró que, al margen de su sinceridad respecto a los sucesos, sostener una política favorable a los judíos significaría unos cuantos votos de más a la hora de las elecciones presidenciales de 1948.

Finalmente la dirigencia sionista se inclinó por Estados Unidos de Norteamérica, algo que quizás no era muy difícil a la luz de la política despótica, excluyente y persecutoria de Stalin, que, entre otras cosas, reprimía a la propia población judía radicada en el territorio soviético. Las intromisiones posteriores de Estados Unidos en la región, los desequilibrios políticos y sobre todo sociales que estas políticas han creado en Medio Oriente y la tolerancia hacia las “malacrianzas” del Estado de Israel, que Estados Unidos acepta en aras de contener desbordes regionales que le ocasionarían diversos perjuicios, han envalentonado al país que nunca debió existir en su forma actual.

Aquellas tormentas trajeron estos lodos. Los asesinatos, las justificaciones cínicas para agredir a otro pueblo a quien se le prohíbe armarse y por sobre todo esto, el derecho a disponer de una patente de corzo para ocupar territorios no contemplados en la Resolución de Naciones Unidas, son algunos de los resultados.

El Estado de Israel es una realidad y no tiene marcha atrás. Han pasado 66 años y los allí nacidos son israelitas, pero es un Frankestein que requiere cirugía.

Así lo veo y así lo digo.

Por Lorenzo Gonzalo, (periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami).
Con información de Martianos-Hermes-Cubainformación-tercerainformacion

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