El baúl,Yuha y el juez – Cuento Sufí
Había un hombre llamado Yuha que era muy pobre. Un día, cansado de su penuria, dijo a su mujer, que era muy hermosa:
«Tus cejas son como un arco y tus hoyuelos como flechas. Es preciso que vayas a cazar. Ceba al pájaro con grano, pero no lo dejes apoderarse de él. Se te ha dado tu belleza con el fin de que la utilices para cazar.»
La mujer fue directamente a casa del juez y se quejó a él de su marido y de sus proposiciones. El juez, al ver aquella bella demandante, tronó:
«¡Hay demasiado ruido aquí! ¡Que despejen la sala!»
Cuando se encontró solo con ella, dijo a la mujer:
«¡Oh, mujer! Más vale que vengas a mi casa, en un momento propicio. Podrás así explicarme cómodamente las torturas a que te somete tu marido.»
La mujer dijo entonces:
«¡Oh, noble juez! Vuestra casa es un lugar demasiado frecuentado. En mi casa hay mucha más tranquilidad. Venid mejor a visitar a vuestra servidora en su casa. Mi marido se ha ido al pueblo. Si os es posible, venid ya de noche y así evitaremos a los curiosos. «
Por la noche, el juez fue a la casa de Yuha. Este había preparado una mesa con velas, platos variados y bebidas. Pero, apenas hubo el juez penetrado en la casa, se oyeron unos golpes en la puerta. El juez buscó un lugar para esconderse y sólo encontró un viejo baúl en el que se encerró. Yuha entró y dijo a su mujer:
«Nunca he dejado de satisfacer la menor petición tuya. ¡Por ti he sacrificado todo! ¡Y tú sigues quejándote de mí! ¡Cuando pienso que he dilapidado todos mis bienes por ti! ¡Mira! Sólo me queda este viejo baúl. ¡Sospechas que oculto en él oro y plata, pero está vacío! Mañana, lo llevaré al mercado. ¡Lo romperé ante todo el mundo y lo quemaré!»
La mujer intentó razonar, pero Yuha se mostró inflexible. Por la mañana hizo venir a un mozo que tomó el baúl para llevarlo al mercado. Durante el trayecto, el mozo oyó una voz que parecía salir del baúl y que decía:
«¡Oh, mozo! ¡Mozo!»
El mozo se dijo:
«¿De dónde puede venir esta voz? ¡Sin duda son los genios los que así me llaman!»
Pero, como la voz insistía, el mozo acabó por comprender que había alguien en el interior. Y el juez, desde el interior del baúl, le dijo:
«Ve al tribunal. Busca en él a mi suplente y dile en qué situación estoy. Dile que venga a comprar este baúl. ¡Que lo haga llegar a mi casa sin abrirlo!»
Tan pronto como fue avisado, el suplente fue al mercado y preguntó a Yuha:
«¿Cuánto vale este baúl?»
Yuha respondió:
«¡He tenido una oferta de novecientas monedas de oro, pero yo pido mil!»
El suplente del juez replicó:
«¿No te da vergüenza pedir ese precio? ¡El valor de este baúl es demasiado evidente!»
Yuha le dijo:
«¿Cómo puedes decir semejante cosa si ni siquiera lo has visto?
¡Espera! Voy a abrirlo y así lo veréis. Y si estimas que no vale la pena, ¡no lo compres!
-¡No! ¡No! dijo el suplente ¡quiero comprarlo cerrado!»
El suplente, por fin, tuvo que pagar muchas monedas de oro para conseguir el baúl.
Un año más tarde, Yuha pidió a su mujer que emplease de nuevo la estratagema:
«¡Ve a casa del juez y quéjate de mí y de nuestra pobreza!»
Su mujer fue pues a casa del juez, acompañada de algunas otras mujeres, pues ella había pedido a una de ellas que contase su historia en su lugar, para que el juez no reconociese su voz.
Es verdad que las cejas y los hoyuelos de una mujer pueden ser otros tantos arcos y flechas. Pero, sin el socorro de la voz, estas armas no alcanzan la pieza de caza. Y el juez dijo a la mujer:
«Tráeme a tu marido si quieres que resuelva tu problema.»
Yuha fue pues, al tribunal. El juez no lo reconoció puesto que se encontraba en un baúl la única vez en que habían coincidido. En cambio, conocía su voz por haberlo oído regatear con su suplente. Le dijo:
«¿Por qué maltratas así a tu mujer?»
Yuha respondió:
«¡Que mi alma y mi cabeza sean sacrificadas ante la ley! ¡Si muriese en este instante, ni siquiera me quedaría con qué pagar un sudario! Además, ¡pierdo cada vez que juego a los dados!»
Al oír esta voz el juez la reconoció inmediatamente y le dijo:
«¡Ah, el juego de dados! ¡Ya has jugado una vez conmigo a eso! Ya no es mi turno. ¡Ve a jugar con algún otro!»
Por Yalal Al-Din Rumi
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