Nostalgia de Líbano
La primera vez que fui a Beirut fue en el año de 1964. Acompañaba a Agustín Yáñez, a la sazón secretario de Educación Pública, y a su jefe de prensa, Rafael F. Muñoz, autor de la gran novela Vámonos con Pancho Villa y de los cuentos titulados “Fuego en el Norte”. Regresábamos de Irán y de la reunión de la Unesco sobre problemas de analfabetismo, en la cual el maestro Yáñez pronunció una inolvidable conferencia sobre las misiones culturales de su antecesor en la Secretaría, el maestro José Vasconcelos. Yáñez resaltó el hecho de que el llamado “maestro de América” fue el primero que echó a andar una campaña de alfabetización en nuestro país. Además, habló de la labor cultural de Vasconcelos, de sus “libros verdes”, de la reacción de los filisteos ante el programa editorial.
No recuerdo ni quiero recordar el nombre del periódico que atacó a Vasconcelos por entregar a los campesinos analfabetas las tragedias griegas, los Diálogos, de Platón y las obras de Tagore. El rudo ataque palideció ante la respuesta que un campesino de Morelos, ya anciano, dio a un reportero que se burlaba porque el viejo llevaba en las manos las tragedias griegas. “¿Para qué quiere ese libro si no sabe leer?”, preguntó el reportero, metiendo aguja para sacar hebra. El viejo esperó un momento y contestó con firmeza: “Lo quiero para mi nieto.”Estas y otras anécdotas, como la del trato a los muralistas, ilustraron la conferencia del maestro Yáñez sobre los momentos estelares de la educación y de la cultura en México.
Fuimos a Líbano en misión oficial y los amables libaneses nos recibieron con los brazos abiertos. El embajador de México, el poeta estridentista Manuel Maples Arce, nos dio la bienvenida en el aeropuerto y nos trató con especial cortesía. Nos llevó a Biblos y nos ofreció una gran comida en un restaurante de la montaña (recuerdo un mechoui perfecto, en el cual la piel del cordero crujía y la carne era blanda y jugosa). Recuerdo además el tabule, el baba-ganush y el hoummous. El pastel de nata que coronó el festín era una obra de arte y una verdadera delicia. En esa época, Beirut era una hermosa ciudad europea en el Mediterráneo oriental. Los hoteles de La Corniche eran lujosos y el casino competía con la Costa Azul y con Las Vegas, tanto en las cantidades jugadas y perdidas por los jeques de los emiratos, como por los magníficos espectáculos musicales y dancísticos que se presentaban en un escenario state of the art. Maples Arce ofreció una cena oficial en la residencia de la embajada. Su esposa, una señora de origen belga, nos dio comida mexicana muy bien preparada y moderada en materia de picantes.
Esto, que parece irrelevante, es muy importante para el protocolo diplomático, pues algunos embajadores piensan que los europeos se entusiasman ante un platillo picantísimo. Recuerden los lectores el famoso pipián verde, cocinado con todos los chiles serranos que el avión pudo cargar, que Echeverría ofreció a la reina de Inglaterra en una recepción oficial. La delicada soberana estuvo al borde del patatús. El especialista en “arreglos” electorales del viejo PRI, Rodolfo González Guevara, nombrado embajador en España, en una cena oficial sirvió un caldo tlalpeño en el cual nadaban los chipotles secos y rehidratados. La marquesa de Mondejar, esposa del jefe de la Casa Civil del rey, se metió a la boca un chipotle entero. La pobre señora necesitó auxilios médicos para regresar a una débil normalidad. La señora Maples, en cambio, fue muy prudente y sus enchiladas potosinas llegaron a la mesa con un discreto olor a chile ancho.
Pasamos una semana en Líbano. Ese fue mi primer contacto con ese hermoso país. Más tarde tuve el honor de ser embajador en Beirut. Ya les contaré en próximos bazares mis aventuras libanesas.
Por Hugo Gutiérrez Vega
Con información de : La Jornada Semanal
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