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El profeta Salomón y las Aves – Cuento Sufí

abubilla
Abubilla

El profeta Salomón tenía como servidoras a todas las aves. Como entendía su lenguaje, se habían hecho buenos amigos. Existen así Indios y Turcos que se hacen buenos amigos, aunque hablen lenguas diferentes. También existen Turcos que hablan la misma lengua y llegan a ser extraños entre sí. La que importa es la lengua del corazón y más vale ponerse de acuerdo por esa lengua que por la palabra.

Así, pues, todas las aves se pusieron un día a enumerar sus virtudes y su ciencia ante el profeta. No actuaban así por presunción, sino sólo para presentarse a él pues un servidor hace valer ante su amo las cualidades que puede poner a su servicio. Cuando un esclavo está descontento de su comprador, finge estar enfermo.

Al llegar el turno a la abubilla se presentó ella en estos términos:

«Yo, mirando desde lo alto del cielo, puedo adivinar la situación de los arroyos subterráneos. Puedo precisar el color de esta agua y la importancia de su caudal. Tal facultad puede ser preciosa para tu ejército. ¡Oh, sultán, concédeme tus favores!» Salomón dijo entonces:

«¡Oh, amiga! Es cierto que el agua es importante para mis soldados. ¡Quedarás, pues, encargada de proveer de agua a mi ejército!»

El cuervo, que estaba celoso de la abubilla, tomó entonces la palabra:

«¡Es vergonzoso sostener semejante extravagancia ante el sultán! Si la abubilla tuviese realmente el don que pretende tener, vería entonces las trampas que los hombres le tienden en el suelo.

Pero no sucede eso y más de una abubilla ha ido a parar a las jaulas que los hombres fabrican para ellas.»

Salomón se volvió hacia la abubilla:

«Es verdad, ¡oh, abubilla! Estas palabras pueden aplicársete. ¿Por qué te atreves a mentir en mi presencia?»

La abubilla respondió:

«¡Oh, sultán! ¡No me avergüences! No escuches las palabras de mis enemigos. Si he mentido, córtame entonces la cabeza con tu espada. El cuervo es el que niega el destino. Cuando las circunstancias no enturbian el ojo de mi inteligencia, veo muy bien las trampas que se me tienden. Pero, a veces, algún incidente viene a adormecer la ciencia y la inteligencia. Oscurece incluso el sol y la luna.»

Por Yalal Al-Din Rumi 

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