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American Curios – ¿Qué pasó?

Obama
American Curios – ¿Qué pasó?

En las calles de Harlem, afroestadunidenses, latinos y anglos bailaban; en Chicago un espléndido mosaico masivo de gente escuchaba palabras que provocaban lágrimas de alegría, y jóvenes, muchos por primera vez, pensaban que veían el alba de algo nuevo que permitía recuperar la esperanza, mientras por todo el país, de hecho por todo el mundo, se hablaba de un cambio «histórico» largamente esperado en la nación más poderosa del planeta. Todo porque Barack Obama había ganado la elección presidencial con la consigna de «cambio real» y el lema «sí se puede».

Cinco años después nadie baila, llora o habla de un momento histórico, y muchos de los que estallaron en júbilo hace tan pocos años más bien lamentan que «no se pudo». ¿Qué pasó?

Parte de la respuesta es que la lista de las promesas y expectativas no cumplidas es cada vez más larga.

Aunque la invasión de Irak se llevó a su conclusión, la guerra más larga en la historia del país, en Afganistán, continúa. Guantánamo sigue operando. Se amplía la presencia militar estadunidense en Asia, se multiplica el uso de nuevas tecnologías y tácticas militares, incluidos los asesinatos en otros países por medio de drones, y el presupuesto militar sigue en niveles estratosféricos.

La impunidad por crímenes de guerra así como por el mayor fraude financiero de la historia, sigue imperando. Nadie acusado de tortura, o de haberla ordenado, ha sido sujeto a proceso judicial. Ningún alto ejecutivo de los bancos más grandes está en la cárcel por el fraude financiero que detonó la peor crisis económica desde la gran depresión.

La promesa de una reforma inmigrante no se ha cumplido, mientras el gobierno de Obama marca récord de deportaciones: casi 2 millones en 5 años.

Obama, quien prometió el gobierno más abierto y transparente, es percibido por muchos defensores de derechos humanos y libertades civiles como líder de un régimen que ha ampliado las operaciones secretas y ha acusado con base en la Ley de Espionaje a más del doble de funcionarios (entre ellos Chelsea Manning y Edward Snowden) que todos sus antecesores desde 1917. Periodistas (incluido el Comité para la Protección de Periodistas) consideran a su gobierno como uno de los más hostiles contra la prensa en asuntos de seguridad nacional.

La lista de la desilusión continúa con organizaciones ambientalistas por su tibio esfuerzo en torno a la crisis del cambio climático; por millones de maestros y padres de familia que al apoyar a Obama no pensaban que votaban a favor de continuar con las políticas de la llamada «reforma de educación» de modelo empresarial implementadas por Bush; víctimas de la violencia incesante con armas de fuego, y sus familiares, aún no entienden cómo no ha logrado imponer mayores controles en el país más armado del mundo; opositores a las políticas de libre comercio (sindicatos, ambientalistas, organizaciones de protección del consumidor, granjeros y más), ante la promoción de más de lo mismo por esta Casa Blanca, y muchos suponían que habría una reforma penal en el país con más encarcelados del planeta (y la muy documentada disparidad racial en ese sistema), así como un cambio ante el fracaso de la guerra contra las drogas de los últimos 40 años.

La Casa Blanca y defensores de Obama subrayan que no es por falta de voluntad que no se haya logrado mucho más, y señalan un Congreso dividido, donde los republicanos se dedican a derrotar casi toda iniciativa del presidente. Otros indican que la cultura política de Washington también logró imponerse sobre las buenas intenciones del presidente para estancar o limitar cualquier cambio a fondo. A la vez, resaltan que la reforma de salud –logro máximo del presidente– es uno de los avances de política social más ambiciosos en tiempos recientes; sin embargo, el propio Obama no ha logrado convencer de eso a la opinión pública hasta ahora.

La sabiduría convencional, como le dicen, es que 2014 es el último año que le queda al presidente para definir su legado, ya que a partir del próximo año se empezará a debilitar día con día al aproximarse al fin de su mandato y el arranque del ciclo electoral presidencial de 2016.

Aparentemente Obama ha decidido enfocar el fin de su mandato sobre la creciente desigualdad económica (sin precedente desde antes de la gran depresión), a la que llama «el tema definitorio de nuestros tiempos», como su gran tema para concluir su mandato. Esto en medio de las ganancias empresariales más altas desde la Segunda Guerra Mundial, la mayor concentración de riqueza en el 1 por ciento más rico y una dramática brecha entre ellos y todos los demás, tendencias que se han acelerado durante la presidencia de Obama.

En su extenso perfil del presidente, David Remnick, el director de The New Yorker, reporta que en una de las cenas anuales con historiadores estadunidenses a las que convoca Obama en la Casa Blanca, solicitó al grupo que lo ayudara a buscar el vocabulario para abordar el problema de la creciente desigualdad económica sin ser acusado de promover la guerra de clases.

El economista Paul Krugman, en su columna en el New York Times, recordó recientemente que Franklin Delano Roosevelt, en un famoso discurso en 1936, habló del odio que enfrentaba por parte de las fuerzas del «dinero organizado» y cómo esa clase lo denunciaba. Respondió: «le doy la bienvenida a su odio».

Krugman comenta que «desafortunadamente» Obama no ha hecho nada cercano a lo de Roosevelt para ganarse el odio de los «no merecedores ricos». Aunque señala que sí ha logrado más de lo que algunos de sus críticos progresistas le conceden, aconseja que Obama y los progresistas deberían, en general, darle la bienvenida a ese odio «porque es una señal de que están haciendo algo bien».

Tal vez si Obama dejara de preocuparse por las acusaciones de los ricos y defensores de más de lo mismo, y decidiera atreverse a dar la «bienvenida al odio» de aquellos que se oponen a mayor igualdad, menos guerras, a los derechos de los inmigrantes, el futuro ecológico del planeta y más, la gente tal vez bailaría de nuevo en las calles al final de su mandato.

 Por David Brooks

Con información de : La Jornada

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