Alfalfa: la reina de las forrajeras
La palabra alfalfa procede del árabe الفصفصة hispánico alfáṣfaṣ[a] y éste del árabe clásico fiṣfiṣah,»forraje».
La finalidad de este artículo es que se conozca el origen de la alfalfa, su historia, su distribución en el mundo y cómo llega a nuestro país. Debemos recordar que la alfalfa es “la planta forrajera por excelencia” o la “reina de las forrajeras”.
Si bien su superficie ha disminuido en los últimos años en nuestro país a raíz de la menor producción ganadera, fundamentalmente para obtención de carnes y leche, como también su utilización para rotación de cultivos, consideramos que, en nuestra provincia, sigue siendo una alternativa muy interesante para fomentar la ganadería en zonas áridas con altas producciones de materia seca por hectárea, producción de fardos y como mejoradora de suelos en textura, estructura y fertilidad.
Origen y distribución mundial
La alfalfa es la forrajera más antigua que se conoce; su conocimiento como forraje para uso animal, se remonta a más de 1.500 años a.C. Su lugar de origen puede relacionarse con la zona del Cáucaso, Turquestán, pasando a la Mesopotamia (hoy Irán) y Siberia. En excavaciones arqueológicas realizadas en Turquestán se encontraron rastros que indicaban que hacía más de 3.300 años ya se utilizaba como alimento para el ganado.
En Turquestán, 2.000 años a.C., se establecieron razas blancas nómades: los Arios. En esos valles ricos en pastos surgen tribus poderosas que sometieron a los Caldeos y crearon un gran imperio, llegando a Grecia para conquistarla: son los Medos y los Persas. Estas tribus nos interesan para resaltar su cultura guerrera, imponiendo el conocimiento del hierro para fabricar lanzas, carros y el uso del caballo, por ser animales resistentes y en cierta forma imbatibles en los combates, por lo tanto el alimento era de suma importancia, siendo nada más ni nada menos que la alfalfa. En Grecia la denominaron “médipe”.
Desde Grecia la alfalfa fue llevada a Italia, siendo llamada por los romanos “herba médica” donde ya se hablaba de sus bondades, no solo como forrajera sino también como mejoradora de suelos.
La agricultura en esa época había alcanzado un nivel avanzado, lo cual se refleja en los trabajos de varios escritores que dan cuenta de un conocimiento amplio en el manejo de las haciendas y del cultivo en general, como por ejemplo: densidad de siembra, que las flores de alfalfa atraían abejas, recomendaban cortar en floración temprana, sembrar en suelos bien drenados, que la siembra rinde por un período de diez años, que el ganado flaco engorda con ella, tenía valor medicinal para cualquier animal enfermo, como también el conocimiento por parte de los romanos de las prácticas de producción de heno.
La difundieron en varias regiones y valles italianos (como Lucerna de Italia), luego en Suiza (donde se la conoce como lucerne), España, Francia y posteriormente en el resto de Europa. En la península Ibérica se hicieron dos introducciones: la primera por los romanos y la segunda por la llegada de los moros a la península. Esta última popularizó la utilización del vocablo árabe “alfalfa”, cambiando el utilizado por los romanos de “médica”.
La caída del Imperio Romano marcó una virtual desaparición del cultivo en Europa. Recién en el siglo XVI fue introducida nuevamente en Italia y desde allí se distribuyó al resto de Europa, Sudáfrica y Australia.
Llegada a América
La llegada de este cultivo al continente americano se produce en al año 1519, en México. Posteriormente Hernán Cortez en 1525 trae más semillas a América y en 1530 Francisco Pizarro, en su conquista al Perú, introduce la alfalfa para la alimentación de sus caballos. De allí pasa a Chile llevada por Pedro de Valdivia en 1541 y Pedro del Castillo la introduce en Cuyo (Mendoza) en 1561.
A Estados Unidos ingresa desde México en 1550 por misioneros que arribaron primeramente a Texas y luego se distribuyó por Arizona, Nuevo México y California, desde donde se extiende al resto del país adquiriendo una gran importancia su cultivo.
Arribo a Argentina
Como se mencionó anteriormente, llegó primero a la región de Cuyo (Mendoza) proveniente de Chile, estableciéndose en el valle de Guentala o Huentata de los indios Huarpes (lo que actualmente coincide con la zona de Pedro Molina del departamento Guaymallén), extendiéndose luego al sur de la provincia y hacia el este del país (San Luis y Córdoba).
Posteriormente, en el siglo XVIII hay otro importante ingreso de alfalfa al país y es a través del Río de la Plata proveniente de Europa. A principio del siglo pasado el cultivo se difundió rápidamente por todo el territorio argentino, lo que produjo la extraordinaria expansión de la agricultura en nuestro país. Los agricultores eran por entonces inmigrantes europeos. A la vez los terratenientes pertenecían a las tradicionales familias criollas y también poseían grandes propiedades porque había muchos veteranos de la Campaña del Desierto. Era gente con cultura ganadera.
Un buen negocio por entonces era arrendar las tierras a término, es decir, durante un determinado tiempo. Nació así el régimen de las “aparcerías” (año 1860), todo un hito en el agro nacional. El contrato típico era por cinco años y exigía la devolución de la tierra con alfalfa implantada, de esta manera, trocaban campos con pasturas naturales por campos alfalfados. Cuando la pastura se degradaba, un nuevo contrato de arriendo hacía reponer el alfalfar.
El significado de este hecho es más profundo. Esta práctica estableció lo que se conoce como “rotación”, es decir, que eran como mínimo cinco años de agricultura seguidos de cinco o más años de pradera, la cual reponía materia orgánica meteorizada por las labores agrícolas y también la reposición de nitrógeno al suelo. En nuestro país no se reparó en la importancia de este mecanismo de “rotación”, pero fue la herramienta para lograr la sustentabilidad de nuestra agricultura.
Así lo definen investigadores norteamericanos, que se animaron a llamar al modelo como “sistema argentino”, porque es el único antecedente mundial a gran escala. Sin embargo, en los últimos años, nos hemos caracterizado por hacer una agricultura permanente, sin hacer rotaciones con praderas. Su consecuencia no tardó en aparecer: disminución de fertilidad y materia orgánica de los suelos, pérdidas de estructura, “planchado” de los mismos, compactación, disminución de la permeabilidad y peligros de erosión.
El sistema de aparcería logró que el cultivo se fuera extendiendo rápidamente. En 1872 habían alrededor de 100 mil hectáreas, en 1900 la superficie aumentó a 1,5 millones de hectáreas y dos décadas después se llegó a 8,5 millones de hectáreas, siendo ésta la mayor superficie alcanzada en el país.
Desde entonces la superficie sufrió vaivenes llegando a un mínimo de 3 millones de hectáreas entre los años 1972 y 1973. Esta disminución se debió a diversos factores, siendo los principales: descenso y disminución de las napas freáticas de agua dulce en algunas zonas, aparición de plagas como pulgones (verde y azul) y no contar aún con variedades resistentes. En la actualidad la superficie cultivada es de aproximadamente 4 millones de hectáreas.
Las principales áreas de producción son: Córdoba, Santa Fe, Buenos Aires y La Pampa, consideradas éstas como zonas de cultivo en secano, y Mendoza, San Juan, sur de Buenos Aires, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Salta, como zonas de cultivo bajo riego. El 50% de la producción de alfalfa es destinado a pastoreo directo y el resto como forraje conservado (rollos o fardos de alfalfa puros o consociados) y en menor proporción para silos y henolaje.
Por los ingenieros agrónomos F. Arenas, C. Antonini y A. Barros. (Miembros de la Cátedra de Agricultura Especial – Universidad Nacional de Cuyo). Con información de Los Andes
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