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Malta: las lágrimas de Calypso

Vista desde el puerto de Mgarr en la isla de Gozo. ©Galo Martín
Vista desde el puerto de Mgarr en la isla de Gozo. ©Galo Martín

El agreste paisaje maltés, seco y arrugado como el alma de la ninfa Calypso después de llorar la partida de Ulises rumbo a Ítaca, queda a la izquierda, lado por donde circulan los vehículos tras la escala británica (1800-1974) en el archipiélago de la cruz de las ocho puntas. El silencio de las empinadas y angostas calles de las adosadas localidades de la pequeña isla-país, que flota en aguas del Mediterráneo color turquesa, adivina el paso de fenicios, cartaginenses, romanos, árabes, normandos, caballeros de la Orden de San Juan, franceses e ingleses. Lo que para Rimbaud equivale a la eternidad («Es el sol mezclado con el mar»), Malta lo es desde hace más de siete mil años de historia.

Bastión cristiano rodeado de toponimia semita, Marsaxlokk, Ta´Qali, Msida, Mellieha…, las iglesias barrocas se suceden hasta ostentar tal número que el feligrés puede acudir a una diferente cada día. Símbolos de los pueblos en los que se erigen, las cúpulas y los campanarios se divisan desde cualquier punto de la geografía insular, cortada por acantilados, decorada por chumberas y reptada por miles de lagartijas. La isla de Malta se sucede a la vez que las torres litorales que levantaron los miembros de la Orden Militar y Hospitalaria de los Caballeros de San Juan para proteger el sitio que les entregó el emperador Carlos V para defenderlo de la amenaza del Imperio Otomano.

Al noroeste se encuentra el muelle de Cirkewwa, desde donde zarpan los ferris con destino a la isla de Gozo. Un lugar aislado que rezuma tranquilidad y rincones pintorescos bajo la agradable sensación de intemporalidad sino fuera por el repicar de las campanas para avisar de que la misa se va a celebrar. Durante la breve travesía se descubre la desierta islita de Comino, refugio de piratas y escenario del rodaje de la historia de la venganza más famosa de la literatura; ‘El Conde de Montecristo’. La embarcación atraca en el puerto de Mgarr, donde para no variar el skyline isleño, dos iglesias orlan el horizonte entre mástiles, velas y las viviendas que salpican una modesta loma.

En Gozo todos los caminos conducen a Victoria o Rabat. Una sinuosa y estrecha carretera da a parar a la cueva que fue hogar de la dichosa Calypso mientras tuvo cautivo a Ulises. Abandonada y cerrada al público, el viajero se imagina a la ninfa sufriendo la ausencia del mítico marino que regresa a casa donde otra mujer le espera. Abajo se divisa la rojiza Ramla bay, la única playa de arena de la isla. En la misma línea de costa en dirección al noroeste se alcanza el pueblo pesquero de Marsalforn, con sus ‘luzzus’ (embarcación típica maltesa) de colores y con dos ojos en la proa anclados. Al abrigo de un romántica ensenada una playa de agua cristalina y de rocas se presenta para disfrutar dándose un baño o para degustar la gastronomía local en alguna de las terrazas de los restaurantes que hay a orillas del mar. Pescados, mariscos y verduras, aderezados con especias y salsas copan los platos de la cocina maltesa.

País para deportistas

Una orografía agradable, con sus picos de antipatía justos, regalan al visitante la posibilidad de practicar deportes al aire libre en un entorno privilegiado. La misma roca que luce un singular contraste al reflectar los rayos del sol es perfecta para los aficionados a la escalada. Los mismo sucede con los senderos que discurren por la cima de los acantilados que cortan la isla, asombrosos para recorrerlos en bicicleta o a caballo. Los amantes del submarinismo tienen un sinfín de lugares donde sumergirse y disfrutar de pecios de barcos y aviones, además de flora y fauna marina: arrecifes de Cominotto y Doble Arco, Wreck «P29» y Lantern Point en la isla de Comino. La mejor manera de acabar el día es contemplando el atardecer en Dwejra bay a través de La Ventana Azul.

Menos verde, más inquieta y ruidosa, la isla de Malta cobija a la mayor parte de la población autóctona y extranjera en núcleos como Paceville, Saints Julians y Sliema. La Mdina (antigua aristocrática capital) y la vecina Rabat, sobre una meseta son un buen ejemplo de ciudad medieval amurallada, donde en la primera residían los nobles y en la segunda las clases populares. Una buena excusa para descubrir la Valletta es dejarse seducir por la descripción que hizo de la capital de aires renacentista y barrocos Sir Walter Scott: «Esa ciudad espléndida, tan parecida a un sueño» y eso que tan distinguido personaje no pudo verla con las cabinas rojas de teléfono haciendo guardia en las esquinas. Dispuesta en plano y con reminiscencias militares, la capital sube y baja escalones por estrechas calles que apuntan al mar mientras se oye conversar a vecinos en maltés y en inglés. Situada en la península de Sceberras rematada por la Fortaleza San Elmo abordo de un velero que navega por las aguas del puerto de Marsamxett se puede apreciar la postal que dibujan las fachadas de piedra preñadas de balcones de colores donde sobresale la catedral de San Pablo y al otro lado, en aguas del Gran Puerto, se puede contemplar los Jardines Barrakka y justo en frente las denominadas Tres Ciudades (Vittoriosa, Cospicua y Senglea).

El archipiélago de Malta en pocos kilómetros cuadrados alberga evocadores rincones. Unas veces están escondidos en calles íntimas sobre las que en el asfalto se puede leer «slow». Otras veces en una costa bellamente sesgada y en ocasiones bajo el agua, lugar donde la ninfa Calypso trató de retener a Ulises sin éxito.

Por Galo Martín
Con información de El Norte de Castilla

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