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Celibato – Diálogo entre un sacerdote y un musulmán

diálogo

Musulmán.- ¿No os es gravoso el celibato?

Sacerdote– Suponed por un instante que sí, y continuad.

Musulmán.- ¿Y quién os ha impuesto ese yugo?

Sacerdote.- ¿Quién puede dudarlo? La religión, la Iglesia, nosotros mismos.

Cuando digo la religión, hablo del Nuevo Testamento, porque el Viejo para nada viene al caso en esta materia.

Musulmán.- Ya lo supongo. Pero en el Nuevo Testamento ¿dónde está ese precepto?

Porque yo leo en San Pablo: De virginibus praeceptum Domini non habeo; consilium autem do.

Sacerdote.– Ya lo habéis respondido: es un consejo; y así no entiendo a qué viene el preguntar dónde se halla el precepto.

Musulmán.- Según eso observáis el celibato como un consejo.

Sacerdote.- ¿Quién lo duda?

Musulmán.- Podéis, pues, dejarle de observar cuando os parezca, y seréis solamente imperfectos por esta inobservancia.

Sacerdote.- No, porque lo observamos por voto, o por ley y de consiguiente, la transgresión es un crimen.

Musulmán.- ¡Lástima es que sea un crimen lo que pudiera ser solamente una imperfección! Pero ¿cómo ha de ser?

Vuestra Iglesia ha querido como enmendar la plana a Jesucristo, y llevar este asunto más allá de lo que Él indicó.

Mas decidme ¿quién os ha dado facultad para hacer este trastorno?

Pues qué ¿no podíais observar el consejo sin elevar a precepto por medio de un voto, o de una ley?

Sacerdote.- Cuando hacemos este voto, o nos sujetamos a esta ley, tenemos libertad porque nadie nos fuerza a ello, y hacemos este sacrificio en obsequio de Dios.

Musulmán.- ¡Ya! Con que si yo tomo este alfanje, y con libertad, y sin que nadie me fuerce, me quitó la vida o me corto una pierna en obsequio de Dios, haré una gran cosa, ¿no es esto?

Sacerdote.- No, porque nuestra vida y nuestro cuerpo son de Dios, son dones suyos, de los cuales no podemos disponer sin un expreso mandato divino; como, por ejemplo, cuando los sacrificamos por la fe y las buenas costumbres.

Musulmán.- ¡Y qué! ¿La libertad, y nuestras naturales inclinaciones, no son también dones de Dios, como la vida y los miembros del cuerpo?

¿Por qué, pues, las sacrificáis, sin que Dios os haya impuesto tal precepto?

¡Con qué será pecado cortarse un dedo en obsequio de Dios, y será obsequiar a Dios privarse de su libertad y de sus inclinaciones naturales por medio de un voto o de una ley!

¿En dónde estamos, señor cura? ¡Vosotros no véis estas contradicciones, y queréis ser respetados de los hombres como maestros!

Decidme si no ¿a dónde hay ni el menor vestigio en todo el Nuevo Testamento que autorice este trastorno de elevar a precepto el consejo para su observancia?

Sacerdote.- ¡Jesucristo ha dado tantas pruebas de que amó la virginidad!

Musulmán.- Y sin embargo a ningún estado la mandó, y vosotros os adelantáis a imponeros este yugo, tan apretadamente que sólo a fuerza de crímenes podéis romperle o sacudirle.

Sacerdote.- Pero si así no fuese ¿quiénes serían seguidores del consejo? O ¿cuántos permanecerían constantemente en su observancia?

Musulmán.- Suponed que no hubiese ninguno, o que dejasen de observarle ahora los que antes se hubiesen ejercitado en él, ¿no es ésta la naturaleza del consejo?

¿Y qué inconveniente ni qué trastorno se seguiría al estado, ni a la religión, ni a la Iglesia de esta manera de observancia?

Sacerdote.- Pienso que se seguirían muchos.

Musulmán.- No paséis adelante.

Si así fuera, hubiera dicho Jesucristo:

«los que traten de agradarme con la práctica del consejo evangélico, han de observarle de tal manera que en ningún tiempo podrán abandonarle sin ser criminales, se han de privar de su libertad en obsequio mío, han de ligarse con un voto indisoluble, o sujetarse a la fuerza que impone una ley».

No habiendo Jesucristo dicho estas palabras ni otras equivalentes, no hallándose tampoco en todo el Nuevo Testamento el menor vestigio de este modo de observancia, es claro que no hay mandato divino que la prescriba en estos términos.

Debe, pues, quedar como consejo, y de consiguiente, los que hoy lo practican pueden mañana dejar de practicarlo, sin ser criminales por la omisión, y mereciendo solamente la nota de imperfectos.

Todo esto prueba que Jesucristo no vio esos inconvenientes que vosotros véis, o afectáis ver, con injuria del fundador de la religión.

Sacerdote.- Con que toda la fuerza del argumento consiste en la libertad del hombre ¿no es así?

Musulmán.- Así es.

La libertad del hombre es la facultad que tiene de hacer todo aquello que no es contrario a la ley eterna y natural, y a las inclinaciones naturales, que Dios le dio.

Y toda ley humana, o institución, o acción posterior que le prive de esta facultad, es nula e injusta, como contraria a la ley eterna y natural.

Si se dice que en esto no se priva el hombre de su libertad, sino del ejercicio de ella, os responderé que la libertad que le queda solamente puede ser objeto de algunas vanas cuestiones escolásticas; más los hombres que piensan, y no se pagan de palabras, no podrán menos de mirar como un don funesto una libertad que no puede ponerse en ejercicio, sin crímenes y sin infamia.

Consiste también la fuerza en que el hombre no puede privarse de sus dones y potencias naturales de alma o cuerpo, y de la libertad de usar de ellos con arreglo a sus fines, ni aun en obsequio de Dios, sin que preceda un mandato divino que así se lo ordene.

Del mismo modo que no puede quitarse la vida, ni dejársela quitar de otro, ni mutilarse, sin que le conste que Dios se lo manda, como sucede en el martirio.

Lo demás no es obsequiar a Dios, sino injuriarle.

Sacerdote.- ¿En el matrimonio no se priva el hombre en obsequio de su consorte de la libertad de unirse a otra persona?

¿Por qué, pues, no ha de poder igualmente hacer este sacrificio en obsequio de Dios, cuando se dedica al monacato o clericato?

Musulmán.- Porque en el primer caso hay un precepto divino, y en el segundo no.

A los casados ha dicho Dios expresamente: lo que Dios unió, el hombre no lo separe, y por esto sacrifican mutuamente la libertad de unirse a otra persona, viviendo la primera.

Más ¿a dónde hay tal precepto divino para los que se dedican al estado eclesiástico, secular o regular? ¿Lo habéis visto en alguna parte?

Sacerdote.- Precepto divino ciertamente que no le hay, y si le hubiera, dejaría el celibato de ser consejo; pero precepto eclesiástico, sí.

La conservación de la especie, y todo lo que a ella dice relación, ha entrado en gran manera en las miras y en el sistema del Criador, y a estas miras y a este sistema es diametralmente opuesto el celibato

Musulmán.- Allá llegaremos, y se examinará este punto con toda la detención que gustéis.

Siguiendo ahora la comparación digo que no hay ni puede haber tal semejanza, porque, además del precepto divino que hay en el matrimonio, es inmensa la diferencia entre éste y el celibato.

En el matrimonio se priva el hombre de su libertad para satisfacer sus deseos naturales y propagar la especie; más en el celibato, para ir contra estas mismas inclinaciones naturales y anteriores a todo pecado y corrupción que se suponga.

El matrimonio es de ley natural, y el celibato no.

La conservación de la especie, y todo lo que a ella dice relación, ha entrado en gran manera en las miras y en el sistema del Criador, y a estas miras y a este sistema es diametralmente opuesto el celibato.

Es necesario, pues, distinguir las materias o cosas de las que el hombre puede disponer, y sobre las cuales puede ejercitar su libertad; porque ¿quién duda que de las cosas usuales y que están a su alcance, como los bienes de fortuna, puede el hombre disponer a su arbitrio, mientras no quebrante ninguna ley ni perjudique intereses de otro?

Pero no puede privarse de sus dones naturales de alma o cuerpo sin mandato expreso divino. 

Porque no hay medio: si yo, sin este mandato, puedo privarme de mi libertad en obsequio de Dios, puedo igualmente, en obsequio suyo y sin mandato, mutilarme cuando me parezca que obro bien en practicarlo así.

Dije mientras no quebrante ninguna ley ni perjudique intereses de otro, porque ni aun de los bienes de fortuna puedo yo disponer, si perjudico con mis contratos a mis hijos, o a cualquiera otra persona que tenga a ellos un derecho anterior, o si quebranto alguna ley natural o divina. 

Pero me llaman mis ocupaciones, y pues aún no está concluida la carena del buque, mañana continuaremos.

Sacerdote.-: … No había yo hecho nunca, ni oído a nadie, estas reflexiones. Me parecieron exactas; pero por otra parte tenía tantos motivos para respetar el celibato, cual se nos exige, que suspendí todo juicio, y contentándome con escribir lo que el árabe había dicho, determiné no hacer ninguna reflexión anticipada hasta acabarle de oír… (JMB)

Continuará …

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