Los sufís de Al-Andalus – Por Ibn Arabi

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Abu Muhammad ‘Abdanah al-Mawruri

Siguió las enseñanzas de Abu Madyan, quien le llamaba el «peregrino piadoso». Había realizado la pere­grinación con ‘Abd ar-Razzaq y, en La Meca, había estado en compañía de Abu ‘Abdallah b. Hasan. Este le había propuesto a su hija en matrimonio como signo de afecto, pero Abu Muhammad se había negado, pues temía no poder cumplir con todas sus obligaciones hacia ella.

Abu Madyan quería mucho a este hombre Y un día le dijo: «Estoy cansado de llamar a la gente hacia Allah sin que ni uno solo responda a mi llamada. Quiero elegirte para mí mismo; sígueme a alguna cueva de la montaña para que me acompañes hasta mi muerte». Tras pronunciar estas palabras, Abu Muhammad añadió: «Al oír eso, me alegré, pues supe que tenía un sitio junto a Allah. Aquella misma noche, vi en sueños que, cuando predicaba al pueblo, el shaykh Abfu Madyan se parecía al sol y que, cuando estaba en silencio, se parecía a la luna. Por la mañana temprano, mientras le contaba mi sueño, sonrió y dijo: «Alabado sea Allah, hijo mío, pues me gustaría mucho ser como el sol que expulsa a las tinieblas y alivia todas las penas».

Este’ Abdallah tenía una gran energía espiritual (himmah) y una sinceridad (cidq) sorprendente. Un día que partía de la casa de Abu Madyan en Bougie para dirigirse a España para ver a su madre, el shaykh le pidió que transmitiera su saludo a un tal Abu ‘Abdallah, un shaykh de edad conocido con el nombre de al-Gazzal (el Hilandero), que vivía en Almería. Este hombre, contem­poráneo de Abu Madyan, de Abil ar-Rabí’ al-Kafif de Egipto, de ‘Abd ar-Rahim de Qana y de Abu an-Naja de Jazirat adh- Dhahab, había sido compañero de Ibn al-Arif.

Cuando nuestro shaykh llegó a Almería, se puso a buscar al shaykh Abu ‘Abdallah. Al llegar a su casa, encontró a los discípulos sentados a la puerta, Les pidió que informaran al shaykh de su llegada. Ellos se limitaron a responderle que a aquella hora su shaykh dormía y no hicieron nada para acogerlo. Le disgustó que fueran insensibles hasta el punto de no recibirlo y dijo: «Si he venido para asuntos de Allah, Allah le despertará inmediata­mente», Al instante, la puerta se abrió y apareció el shaykh, frotándose los ojos de sueño dijo: «¿Dónde está el visitante?». Entonces le saludó y honró su llegada.

El estado espiritual de Abu Muhammad era normalmente el estado de «expansión» (bast), mientras los dis­cípulos del shyakh Abu ‘Abdallah eran las personas de la «contracción» (qabd). Así que, cuando les estaba des­pidiendo, los compañeros del shaykh le dijeron: «Oh, Abu Muhammad, ojalá la «expansión» en la que te en­cuentras pudiera contraerse!». El les preguntó qué enten­dían por «expansión» y ellos contestaron: «Una miseri­cordia» (rahmah). «¿Qué es la ‘contracción’?», preguntó. «Un castigo» (‘adhab). Entonces dijo: «Oh, Allah mío, (allahumma), no me hagas pasar de Tu Misericordia a Tu Castigo!». Ante estas palabras, se avergonzaron y los dejó.



Al llegar a Granada, se alojó en casa del shaykh Abu Marwan, a quien había conocido cuando estuvieron los dos en casa de Abu Madyan. Abu Marwan había sido testigo de una curación producida por los compañeros de Abu Madyan en uno de los suyos. El había referido este hecho a sus compañeros de Granada. Así, cuando Abu Muhammad llegó, la gente se reunió en la casa para verlo y se le preparó una mesa y le dieron requesón y miel.

Sin embargo, aquella mañana, el hijo del dueño de la casa se había marchado temprano hacia un pueblo lejano y la asamblea lamentaba que no estuviera allí para com­partir la comida. Después de que todo el mundo hubiera comido hasta hartarse,Abu Muhammad dijo: «Si queréis, yo comeré aquí y él, desde allí, se saciará con esta comida». Al oír aquello, dudaron; entonces Abu Marwan le dijo: «Por Allah, oh Abu Muhammad, hazlo!». Entonces, después de haber dicho «En nombre de Allah» (bismillah) se puso a tomar la comida como si no hubiera comido todavía, después se detuvo y dijo: «Ya está saciado, y si le diera más, moriría». La gente estaba estupefacta y decidieron no abandonar la casa hasta el regreso de aquel para quien había comido.

Regresó tarde por la noche y, después de saludarlo, la gente se percató de que todavía tenía las provisiones que se había llevado por la mañana. El les comentó: «Hermanos, hoy me ha sucedido algo sorprendente. Cuando llegué al pueblo, me senté y de pronto sentí que requesón y miel bajaban por mi garganta y llenaban mi estómago; me sacié hasta el punto de que si hubiera comido más, eso me habría matado. Todavía estoy lleno y aún eructo». La gente estaba maravillada y dichosa de haber visto al hombre relatar la cosa tal y como había ocurrido.

El mismo me contó esta historia cuando estábamos en casa de ‘Abdallah ash-Shakkaz al-Baghi con mi compañero ‘Abdallah Badr al-Habashi y un grupo de gente. AI-Habashi dijo con pesar: «En cuanto a mí, nunca he conocido a un hombre como   ‘Abdallah al­Mawruf. .

Una noche, Allah me hizo ver las estaciones (maqa­mar) en un sueño y me hizo atravesarlas hasta llegar a la estación del perfecto abandono a la Voluntad Divina (Maqám at-tawakkul). Entonces vi a nuestro shaykh al­Mawruf que, inmóvil, ocupaba el centro, mientras que la estación giraba en torno a él, como la rueda alrededor del cubo. Más tarde le escribí esta visión. He obtenido mucho provecho de su compañía.

Tenía una joven esposa enormemente bella, que tenía todavía más gracia y más fuerza que él.

Un día se encontraba en casa de Shamas Umm al­fuqara’, en Marchena. Era miércoles. La vieja mujer le dijo: «Me gustaría que Abu al’Hasan b. Qaytun viniera a vernos mañana; Escríbele para que venga!». En aquella época, Abu al-Rasan estaba en Carmona, a siete parasan­gas de allí, donde enseñaba el Corán a los niños. Entonces Al-Mawruf dijo a Shams: «Es la manera de actuar de la gente corriente». «¿Qué harás entonces?», preguntó ella. «Le haré venir con mi himmah». «Hazlo», dijo ella. En­tonces dirigió los pensamientos de Abu al-Rasan hacia la idea de visitarlos al día siguiente, añadiendo «si Allah quiere» (in sha’ Allah). Al día siguiente por la mañana, ella le dijo: «Ves, no ha venido». El respondió: «Se me había olvidado, pero voy a hacerle venir de inmediato». Dirigió de nuevo su himmah hacia él. Poco antes del mediodía, ante el asombro de todos, el hombre llegó a pesar del olvido de al-Mawruf.

Nuestro shaykh dijo entonces a la gente que le preguntaran a aquel hombre qué había sido lo que había retrasado su llegada, cómo se le había ocurrido la idea de dirigirse allí y a qué hora lo había decidido. Abu al-Rasan les respondió lo siguiente: «Ayer, al final de la sobreme­sa, oí dentro de mí una voz que me decía que fuera a visitar al día siguiente a la vieja mujer de Marchena. Entonces les dije a mis alumnos que no vinieran ese día. Al día siguiente, ya no tenía esa intención». (O sea, cuando el shaykh se olvidó). La gente le apremiaba para que continuara su relato. Y continuó: «Me dirigí a la escuela; mis alumnos me habían seguido y habían cogido sus arcillas. Entonces sentí que mi corazón se oprimió violentamente mientras que la voz me ordenaba que saliera inmediatamente hacia Marchena para visitar a la vieja señora. Después de enviar a mis alumnos a sus casas, me puse en camino. Eso es lo que ha motivado mi retraso». Ellos le dijeron que su relato coincidía perfectamente con lo que había ocurrido en Marchena; cuando le explicaron el asunto, se  sorprendió mucho.

A raíz de aquello, sintió mucha admiración por al­-Mawruri y sólo hablaba de él. Se dirigió a Almería para ver a Abu ‘Abdalláj al-Ghazzál, el compañero de Ibn al-‘Arif, contemporáneo de Abu ar-Rabi al-Kafif, de Abu an-Najá y de ‘Abd ar-Rahim. El le vió y obtuvo gran provecho, después volvió a Carmona. Posterionnente, continuó sirviendo a los fuqara’ , ofreciéndoles hospi­talidad y manifestándoles mucha humildad; y eso es algo que encontré en su casa. .

No obstante, volví a ver a ese hombre cuando vino a Sevilla y se puso a frecuentar a los juristas (al-fuqaha). Con ellos estudió el derecho (fiqh) y sus fundamentos, así como el kalam. Había venido a establecerse en Sevilla para enseñar el Corán, pero se dedicó al estudio de las cosas de este mundo, influido por esas personas que le incitaron a acusar de ignorancia y a hablar mal de los estados espirituales de los fuqara’ sinceros.

Que Allah te guarde, hermano, de los malos pensa­mientos si piensas que estoy censurando a los juristas como tales o por su trabajo de jurisprudencia, pues tal actitud no le está permitida a un Musulmán y la nobleza del fiqh no puede ponerse en duda. Con todo, sí censuro a esa clase de juristas que, ávidos de bienes mundanos, estudian fiqh por vanidad, para que se fijen en ellos y se hable de ellos y que se complacen en las argucias y en las controversias inútiles. Esas son personas que atacan a los hombres del Más Alla, a quienes temen a Allah y reciben una ciencia de El (min ladunhu.. Estos juristas preten­den rechazar una ciencia, que no conocen y cuyos funda­mentos ignoran. Si pidiéramos a uno de ellos que expli­cara los términos empleados por los sabios de las cosas de este Otro Mundo que ellos no conocen, pronto mostrarían su ignorancia. Ojalá prestaran atención a estas palabras de Allah: «Vosotros sois los que discutís sobre una cosa cuya ciencia tenéis. ¿Por qué discutís entonces sobre una cosa de la que no sabéis nada? ellos verían ahí una instrucción y se arrepentirían.

El propio Profeta que Allah le conceda Su gracia y Su Paz criticó a los sabios que buscan la ciencia para algo distinto a Allah o que la utilizan con un objetivo que a El le disgusta. Está claro que no les criticaba porque fueran sabios, puesto que alabó, por otro lado, a aquellos que buscan la ciencia en el temor a Allah.

De la misma forma, yo he censurado a algunos «Sufíes»; no a los sinceros, sino a aquellos que aparentan a los ojos de los hombres una santidad que contradice su naturaleza interior. Por eso dijo El: «Entre los hombres, está aquel cuyas palabras sobre la vida de: este mundo te complacen; toma a Allah por testigo de lo que tiene en el corazón». No desapruebo el conjunto de juristas, pues el Profeta dijo:«Aquel a quien Allah desea el bien, le da la inteligen­cia del: la Din» (yufaqqih-hu fi-d-din)». Sin embar­go, los juristas de quien hablo están dominados por sus deseos egoístas y pasionales; están bajo la influencia de Satanás. Como no buscan más que dañar a los  walis de Allah (awliya), su testimonio les hará perecer, como vere­mos más adelante en el libro y como sabemos por el Profeta que Allah le conceda Su gracia y Su paz.

Por lo que se refiere a los sabios que se comportan con equidad y que cuentan con una sólida instrucción en islam, son las autoridades guiadas por Allah y ellos mismos son guías luminosos, modelos de piedad; son herederos del Enviado de Allah en lo relativo a la ciencia, a la obras, a la pureza de intención y de carácter que les vale el apelativo de piadosos. Así pues, cuando en esta obra me oigas censurar a los juristas, comprende que ataco a los que siguen sus deseos pasionales y se dejan dirigir por el alma que incita al mal (annafs al-amárah bi­s-sú’). Y, de igual modo, cuando censuro a algunos «Sufíes», me dirijo a esos de los que he hablado antes, pues los encarnacionistas (al- hulúliyyah) y los libertinos (al-ibahiyyah), que pretenden seguir el Camino, son en realidad secuaces de shaitan y promotores de perdición; Que Allah aclare nuestra vista interior (bacirah) y la suya, que El armonice nuestro secreto íntimo (sirr) y el suyo; y que El haga callar sus críticas; tal vez se den cuenta entonces de sus errores!.

Volvamos ahora a ese Abu al-Rasan al que nuestro maestro al-Mawruri había mostrado un ejemplo de su carisma. Este, al que yo acompañaba con al-Rabashi, había querido encontrarlo en su casa. Cuando llamó a la puerta, Abu al-Rasan preguntó desde dentro quién era. Nuestro shaykh se dió a conocer y le dijo que había venido a visitarlo. El otro se quedó en silencio durante un momento. Después envió a su hijo para que dijera que estaba ocupado. A continuación fingió no saber quién era el shaykh pues, habiendo sufrido la mala influencia de los  juristas, ahora odiaba a los fuqara. ¡Que Allah nos proteja de cualquiera que desee separarnos de El, de Sus Gentes o de Su Elite!.

Siempre que Abil al-Hasan me encontraba, me re­prochaba que frecuentara a los fuqara. «¿Cómo alguien como tú, me dijo una vez, puede relacionarse con esa gen­te?». Yo le respondí: «Alguien como yo no es ni siquiera digno de servirlos, pues son los verdaderos guías de los hombres». Buscaba mi compañía para que le ayudara en sus estudios y no porque estuviera en la Senda de los lni­ciados y porque me gustaran. Finalmente, le dejé en ma­nos de Allah y dejé de relacionarme con él. Hoy está de acuerdo con la opinión de los juristas y piensa que la al-wiláyah es una cosa imaginaria que nadie posee.

Cada vez que oigo hablar a un jurista de los actos prodigiosos de los walis (íntimos de Allah), le pregunto con detalle sobre la cuestión y a continuación le hago constatar esos hechos en esta persona o en aquella. Entonces dice: «¿Quién sería lo bastante insensato para creerlo sincero? Si lo fuera, no habrías hecho esa demostración. Todo eso no es sino una mixtificación». Es evidente que un hombre así no puede pensar bien de nadie. Nunca he dejado de defender los derechos de los fuqara’ ante semejantes juristas y siem­pre he intentado defenderlos ante ellos. Me enseñaron a hacerlo, pues cualquiera que se pone a criticar a los walis (íntimos de Allah), en general o en particular y cualquiera que, sin haber compartido su compañía, ataca al que los frecuenta, demuestra con ello su ignorancia y nunca obtendrá la salvación.

Un juez (qadi) llamado ‘Abd al-Wahhab al-yazdi, jurista de Alejandría, entabló una vez conversación con­migo en el Santuario de La Meca. Shaitan le había instigado la idea de que la época carecía totalmente de hombres que hubieran alcanzado grados espirituales y que todas las pretensiones de este tipo no eran más que una sarta de mentiras y de supersticiones. Le pregunté cuál era el número de países pertenecientes a los Musul­manes. El me dijo: «muchos». Entonces le pregunté cuán­tos países de esos había visitado. «Seis o siete», me dijo. «¿y cuántos habitantes tienen?». «Muchos». «De ellos, ¿Cuáles son los más numerosos, los que has visto o los que no has visto?». «Los que no he visto». Entonces sonreí y le dije:«Qué tonto y estúpido es el que piensa que ha visto muchos países cuando en realidad ha visto pocos y juzga el conjunto por la parte y después da a esa opinión un es­tatuto de juicio categórico! Todo creyente sincero admiti­rá que, entre todos los que no ha visto, e incluso entre la poca gente que ha visto, puede haber un bienaventurado. ¿ Cómo se puede dudar, entonces, de la ignorancia del que admite no haber visto más que unos pocos países y menos personas todavía y sostiene, sin embargo, tal opinión? Allah hace que semejante ser encarne los defectos de este mundo e ignore los méritos que contiene, de forma que, juzgando lo que no ha visto por lo poco que ha visto, es rechazado por ello en casa de Allah. Remitámonos a lo que dijo Allah: «Si sigues al mayor número de los que están so­bre la tierra, te apartarán del camino de Allah», Y son muchos. También ha dicho: «…con excepción del peque­ño número de los que creen y hacen buenas obras», y son pocos».



Este juez continuó asombrándonos, pues le oí decir una cosa que demolía su propia posición intelectual. Dijo: «Los hombres son de dos clases: inteligentes (dhaki) o sin inteligencia. Es inútil hablarles a éstos dada su deficiencia; en cuanto a los hombres inteligentes, no están exentos de error, así que nada es seguro». Considera que ese hombre, en su miseria, no presta atención más que a los defectos y a las faltas y se niega a ver las condiciones favorables. ¿Por qué no dice, al hacer el reparto, que el hombre sin inteligencia, debido a su carencia, se dirige al hombre inteligente para recibir de él la ciencia que espera que Allah le entregue y le enseñe? Por otra parte, el hombre inteligente es, generalmente, precavido en sus juicios y, dada su inteligencia, no se satisface más que con pruebas evidentes. Si, después de haber utilizado su inteligencia en una cuestión, todavía está equivocado, puede ser per­donado, o incluso puede salir de su error. En cuanto a la contradicción de ese jurista (quien, como tal, debería co­nocer este tema), bastará con citar estas palabras del Pro­feta respecto al juez (al-hákim): «Si ejerce su propio jui­cio y da una solución justa, tendrá doble recompensa; si se equivoca, tendrá una sola recompensa». De este mo­do, todo mujtahid obtiene algo, puesto que, en los dos casos, se le recompensa y no se le censura. Este jurista era extremadamente ignorante. Alabado sea Allah, Soberano de los mundos!.

Único en su tiempo por su perfecta confianza en Allah y por su gran sinceridad, fue compañero de Abú Madyan, de Ibvn Say dabún, de ‘Abd ar-Razzáq al-Mughawir y de Abú ‘Abdallah b. Hasan.

Me visitó durante cierto tiempo. Todavía vivía cuan­do abandoné este país.

Su hija, que no tenía un año, estaba tan influida por su estado espiritual que, cuando los hermanos se reunían para el dhikr, formando un gran círculo, ella saltaba de las rodillas de su madre y venía a ponerse de pie en medio del círculo. En aquellos momentos, el éxtasis la subyugaba. Incluso a una edad tan temprana, ella mostraba con su actitud que Allah había colocado en su corazón una luz que le comunicaba un conocimiento espiritual. Murió antes de haber sido destetada.

Una noche, estaba en su compañía en casa de Abú Muhammad al-Khayyat, de quien ya he hablado. Tam­bién se encontraba allí un tal Muhammad al-Baskari, cuya pureza doctrinal sospechábamos. También estaban presentes aquella noche Admad al-Lawshi, Muhammad b. Abú al-Fadl, Ahmad al-Hariri b. al-‘Accad e Ibn al­Mahabbah, que eran todos maestros del Camino. Estába­mos sentados, vueltos hacia la qiblah y todo el mundo, con la cabeza entre sus rodillas, practicaba el dhikr o contemplación. De repente, una especie de sueño se apoderó de mí y me vi, con todos los que estaban presen­tes, en una sala tan sombría que «si alguien extiende su mano, apenas puede percibirla». De cada uno de nosotros emanaba un resplandor procedente de su propia esencia, que iluminaba la oscuridad inmediata a su alre­dedor. Sentados a la luz de nuestra esencia, entró una persona por la puerta de la oscura habitación y nos saludó diciendo: «Soy el enviado que os trae la verdad». Le pre­guntamos lo que tenía que decir respecto al hombre cuyas doctrinas sospechábamos. Y contestó: «El cree en la Unidad de Allah». Era realmente cierto, pero era más bien su fe la que nos parecía no estar muy segura.

Así que le dije: «Oh, enviado, entréganos el mensaje que traes con­tigo». Y manifestó: «Aprende que el bien está en la existencia (mujud) y el mal en la no existencia (‘adam). Allah, en Su Generosidad, ha creado al hombre y ha hecho de él un ser único en Su creación. Ello ha creado según Sus Nombres y Sus Atributos, pero el hombre lo ha olvidado, considerando su propia esencia (individual), viéndose por sí mismo y el número regresa a su origen. El es El y no tú». Al dejar esta visión, recuperé mis sen­tidos y les conté a mis compañeros lo que había visto. Ellos se alegraron, pero sin más. A continuación volvi­mos todos a nuestro estado anterior, y me esforcé en comprender el significado de lo que había visto. Compu­se mentalmente algunos. versos a este respecto. Al volver en sí, al-Mawruri me llamó, pero no respondí. Entonces exclamó: «Respóndeme, pues estás despierto y compo­niendo versos sobre la Unidad de Allah, Exaltado sea!». Levanté la cabeza y le pregunté: «¿Cómo lo sabes?». Y respondió: «Tu ojo está abierto y encierras en tí la red del cazador». «El ojeo, le dije, se parece a la ordenación de las palabras dispersas, lo cual es poesía; su venida a la existencia es la red del cazador. Sólo lo que está vivo (tiene espíritu) cae en la red; la palabra y la poesía no tienen vida, a no ser que vengan de Allah». En cuanto a su fe en la Unidad de Allah, yo sabía que era innata en él Que Allah esté satisfecho de él!

Un día que viajábamos con él, llegamos a un manan­tial, pero el agua estaba sucia y no era potable. Entonces pronunció el Nombre de Allah y nos ofreció de aquel agua,que nosotros encontramos buena y saludable. Yo mismo fui testigo de la «concentración de la tierra» efectuada por la influencia espiritual (barakah) de aquel hombre. Una vez vimos una alta montaña en la lejanía, a algunos días de camino, acercarse a nosotros de un solo paso y no habíamos dado más que un paso, cuando se encontró detrás de nosotros a la misma distancia que antes. El no estaba con nosotros aquel día.

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