Los sufís de Al-Andalus – Por Ibn Arabi

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‘AbdaIlah b. Ja’dfun aI-Hinnawi b. Muharnmad b. Zakariyya

Murió en Fez en el 597/1201. Se lo había presentado a mi compañero ‘Abdallah Badr al-Habasha. Este shaykh era uno de los cuatro awtad con los que Allah protege el mundo*. Le había pedido a Allah que quitara su buena reputación del corazón de todos. Así, cuando estaba ausente, no le echaban de menos y, cuando estaba presente, nadie pedía su opinión; cuando llegaba a un lugar, no le daban la bienvenida y en el momento de una conversación, no le dirigían la palabra y todo el mundo lo ignoraba.

Voy a relatar ahora las circunstancias de nuestro encuentro. Había llegado a Fez y recuerdo que la gente, que había oído hablar de mí, quería conocerme. Como yo no quería verlos, abandoné la casa en la que vivía y me fui a la mezquita. Al no encontrarme en la casa, se dirigieron a la mezquita. Les vi venir hacia mí y cuando me preguntaron dónde estaba, les respondí: «Buscad hasta que lo descubráis».

Mientras estaba sentado en aquel lugar, muy bien vestido, el shaykh apareció de repente ante mí. Nunca nos habíamos encontrado. Y me dijo: «Que la paz, la misericordia y la bendición de Allah sean contigo!», y yo le devolví el saludo. Entonces abrió un libro de al-Muhasi­ba, el Tratado sobre el Conocimiento, me leyó un pasaje y me pidió que lo comentara, cosa que hice. Por inspiración divina se me había ya informado sobre su identidad y su estado espiritual. Ya sabía que él era uno de los Awtad y que su hijo heredaría su maqam. Le dije quien era y cual era su hombre. Entonces él cerró el libro, se levantó y dijo: «Sé discreto, siento mucho afecto por ti y quisiera conocerte mejor. Tu aspiración es auténtica». Luego se marchó. Desde entonces sólo nos volvimos a encontrar cuando no había nadie presente.

Tenía un problema en la lengua y hablaba con mucha dificultad. Sin embargo, cuando leía el Corán su dicción era excelente.

Este hombre se esforzaba mucho en su trabajo espiritual. Se dedicaba a comerciar con henná. Tenía siempre los cabellos en desorden y polvorientos y sus ojos estaban pintados con kohFoo a fin de protegerse del polvo de la henná.

Cuando hablaba, con frecuencia lo tomaban por loco. Cuando se sentaba en una reunión, los demás solían marcharse y si se quedaban les molestaba su presencia. A él este estado de cosas parecía gustarle.

Estaba yo un día sentado cerca del minarete cuando Ibn Ja’dun vino a sentarse frente a mí tras saludarme. Abrió un libro de al-Muhasiba, El tratado sobre el conocimiento, me leyó un pasaje y me pidió que lo comentara, cosa que hice. Finalmente le dije: «Compañero, si no lo dejas, voy a revelar a la gente tu función, pues eres uno de los cuatro (awtád)».

Entonces me pidió que no descubrie­ra su identidad y prometió hacer lo mismo conmigo.



*Esto se relaciona con la doctrina según la cual Allah (s.w.t) mantiene cada dominio cósmico mediante un ser cuya función es, habitualmente, de naturaleza totalmente espiritual. En cabeza de la jerarquía espiritual se encuentra el Polo (qutb), que tiene por debajo de él a los Pilares (awtad), a los Sustitutos (abdal) y a otros walis que le ayudan en su obra de protección. Abu Madyan fue unánimemente considerado como el Polo de su tiempo.


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