Los sufís de Al-Andalus – Por Ibn Arabi

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Abû ‘Abdallâh Muhammad b. Qassûm

Este shaykh fue también un compañero de Ibn al Mujâhid y siguió sus enseñanzas hasta su muerte; tras sucederle en su cometido, llegó a su grado de realización, superando incluso a su maestro. Era un hombre que unía en sí la ciencia y las obras, un Mâlikitê y un defensor elocuente del saber y de sus virtudes.

Fuí compañero suyo y estudié con él todo lo que deseaba aprender respecto a la pureza ritual y a el salat. También asistí a la lectura de sus obras.

Su du´a  al final de cada sesión era siempre:“Allahumma, haznos oír el bien, haznos ver el bien! Que Allah nos otorgue la protección y la haga permanente! Que Allah reúna nuestros corazones en el temor santificante y nos haga triunfar en lo que a El le gusta y en aquello con lo que El esté contento!”. Luego recitaba el final de la surata “La Becerra” También recitábamos esta du´a  al final de nuestras sesiones. Una noche, mientras yo me encontraba en el noble Santuario de La Meca, vi al Profeta en sueños; un lector le estaba leyendo el Cahîh de Bukhârf. Cuando terminó, el Profeta recitó esa misma du´a. Así que, a continuación, me entregué con ardor a esa práctica .

Este shaykh, hombre de celo y de esfuerzo (al-jidd wa- ljijtihâd), era muy puntual en la realización de sus obras de adoración. También se imponía obligaciones en momentos determinados del día y nunca faltó a ellas. Tenía igualmente la costumbre de consignar sus actos cotidianos para pedirse cuentas a sí mismo por la noche .

Si comprobaba que había obrado bien, daba gracias a Allah, si no, se arrepentía y decía todas las oraciones necesarias para su perdón. Todas las noches actuaba así.

Se ganaba la vida confeccionando gorros. Un día que había gastado todo su dinero, se había sentado en su tienda y había cogido sus herramientas de trabajo, cuando oyó que la puerta se abría y se cerraba. Salió, pero no encontró a nadie; no obstante, vio que le habían dejado seis dinares, y los cogió. Entonces arrojó las tijeras a un pozo diciendo: “Allah vela por mi existencia, ¿Debería velar yo también? ¿por qué habría de preocuparme por algo que tengo garantizado? En lo sucesivo ya no serás tú el que busque las ganancias, sino que ellas te buscarán a ti”. Dejó su oficio y desde entonces vivió de limosna.



Ya he relatado la forma que tenía de compartir sus días y sus noches, pero he aquí algunos detalles más.

Después del salat matinal (cubh) se sentaba para la invocación (dhikr) hasta la salida del sol, luego hacía dos rakatas . A continuación iba a buscar sus libros y salía para reunirse con los alumnos; se quedaba con ellos hasta una hora avanzada de la mañana y volvía a su casa para comer un poco, los días que no ayunaba. Entonces realizaba el salat de la mañana (ad-duhâ) y dormía un rato. Al levantarse, hacía la ablución (wudû ) si tenía alguna obligación, la cumplía, si no se sentaba para el dhikr. Cuando llegaba el medio día, abría la mezquita y llamaba a la gente para . Después volvía a casa para las para realizar du´a y para el dhikr hasta que llegara el momento de hacer el zhuhr ; entonces se dirigía a la mezquita y realizaba la llamada inmediata sin hacerla preceder de dhikr y du´a. Al dirigir el salat, se balanceaba en el mihrâb, como embriagado por el estado que la Palabra Divina provocaba en él . Después del saludo final (con que termina el salat), dejaba la mezquita y regresaba a casa para continuar con el dhikr. Posteriormente, abría el Corán, lo ponía sobre sus rodillas y, siguiendo las letras con el dedo y con los ojos, lo salmodiaba con una voz suave, reflexionando en el sentido de los versículos; así leía cinco juz . Al final de la sobremesa, llamaba a al salat (‘acr) y volvía a marcharse a casa; cuando la gente estaba reunida, iba y practicaba las ibadas del Islam con ellos.

A continuación regresaba a su casa y se sentaba para el dhikr hasta la puesta del sol; entonces llamaba a el salat (maghrib) y lo efectuaba. Luego volvía a casa. Entre los dos salat de la noche, cuando la oscuridad empezaba a bajar, encendía las lámparas de la mezquita, realizaba dhikr y regresaba a casa para cumplir las ibadas voluntarias. Cuando la comunidad estaba reunida, hacía el salat (‘ishá) con ellos. Después de eso, cerraba la mezquita. Una vez en su casa, examinaba su conducta del día, sus gestos, palabras y todo lo que sabía que el ángel había guardado contra él, con miras a actuar en consecuencia. Entonces se metía en la cama y dormía. Cuando había transcurrido parte de la noche, se levantaba, efectuaba la ablución mayor si se había unido a su mujer y se aislaba en su oratorio para leer el Corán. Obtenía grandes alegrías, tanto a nivel de la Excelencia de la Unidad (hadrat at-tawhîd), como a nivel paradisíaco, como a nivel racional o legal, según el contenido de los versículos. Así continuaba hasta la mañana.

En el transcurso de estas lecturas del Corán, recibió de Allah numerosas ciencias espirituales que no poseía. Allah se las dió a conocer mediante el Corán, pues El dijo:

‘Temed a Allah, pues es Allah el que os instruye “.

Al amanecer, iba a abrir la mezquita, encendía las lámparas y llamaba al salat. Al regresar a su casa, realizaba las dos rakatas del fajr y se sentaba para el dhikr. Cuando el cielo se aclaraba, se dirigía otra vez a la mezquita para el (cubh). Así es como nuestro shaykh pasaba sus días y sus noches. Sólo salaba sus alimentos dos veces por semana, el lunes y el viernes. Su estado espiritual (hâl) y su estación (maqâm) eran muy elevados y su conocimiento (ma’rifah) considerable. Es raro encontrar un hombre parecido. Se lo presenté a mi compañero ‘Abdallâh Badr al-Habashî quien el salat de tras de él.

Ad-Durrat  al-fakhirah

Fui compañero suyo durante cerca de diecisiete años.

Después de el salat de mediodía (zhuhr), cogía el Corán y se lo ponía sobre sus rodillas; seguía las letras con su dedo y lo recitaba hasta el salat de la sobremesa (‘acr). Continuaba así su lectura de la noche anterior. Le pregunté respecto a ello y me respondió que lo hacía para que cada uno de sus miembros pudiera sacar provecho de esa lectura .

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