Jesús es palestino
Conversaba hace unos días en un restaurante de Ammán con una joven actriz jordano-palestina de nombre Raya. Hablábamos de su monarquía parlamentaria y de mi dictadura imperfecta, de la cantidad impresionante de refugiados que han sido acogidos en territorio jordano y de lo terriblemente lejana que parece la solución a ese conflicto milenario entre Israel y Palestina.
En Jordania actualmente 35% de la población son refugiados. Dos millones y medio sólo procedentes de Siria que han ido cambiando poco a poco las jaimas y las tiendas de campaña por construcciones precarias que se han convertido en ciudades dentro de las ciudades.
Recordé una película que vi hace años en la Cineteca llamada El limonero. Era la historia de una mujer palestina llamada Salma, cuyos limoneros hacían vecindad con la casa del ministro de defensa de Israel, a quien le parecía que los árboles representaban un peligro inminente en términos de seguridad. Salma decidió defender a sus árboles entrando en un batalla que muestra con inteligencia el absurdo que permea ese interminable agandalle bíblico entre primos hermanos.
Resultó que Raya es amiga de Hiam Abbass, la actriz palestina protagonista de El limonero. Tampoco se trataba de una casualidad cósmica, realmente no hay muchas actrices palestinas triunfando en el medio. Nos contaba que era difícil ser actriz en el mundo árabe, que ella para trabajar en televisión o en cine tenía que viajar a Egipto.
—¿Y no está muy peligrosa la situación ahí?— preguntó un compatriota por ahí.
—¿Y dónde no lo está?— respondió Raya, completamente convencida de sus palabras —¿Dime un lugar en el mundo donde la situación no esté complicada, donde no haya inconformidad social, donde no estén matando personas? No existe.
No pude evitar sonreír por la ironía de que un mexicano le preguntara a una palestina si no le daba miedo ir a Egipto porque está peligroso. Si a mí lo que me daba miedo era regresar a México. Lo cierto es que Raya tiene razón y no hay lugar en el mundo que se salve del apocalípsis cotidiano. Incluso los daneses y los suizos que parece que no tienen problemas, también los tienen. Ni modo que se suiciden nada más de aburrimiento. Y vaya que se suicidan más que los mexicanos.
Supongo que Raya y Hiam Abbass deben estar contentas de que la ONU haya dejado de ver a Palestina como una “entidad observadora” para declararla “Estado observador no miembro”. Tan contentas como avergonzados estamos muchos mexicanos del papelón diplomático de México en la decisión de la UNESCO sobre el Monte del Templo en Jerusalén, donde primero votaron a favor, luego se arrepintieron, corrieron a Andrés Roemer y finalmente la UNESCO rechazó el cambio de voto, por no decir la volubilidad de las autoridades mexicanas que encontraron la manera de quedar mal con las dos partes del conflicto.
En mi indiferencia patológica y juarista al conflicto ajeno celebro el mezquino pero paulatino reconocimiento de las Naciones Unidas al pueblo palestino con la misma emoción con la que celebro el Nobel a Robert Zimmerman, mejor conocido como Bob Dylan. Y aunque no quiero tomar partido ni meterme en debates bizantinos, no puedo ocultar que ahora mismo porto una camiseta comprada en Jordania que dice: “Jesus is palestinian” y canto esas estrofas del último gran profeta judeo-cristiano que dicen: “La línea está trazada, lanzada la maldición, el que ahora es lento luego será rápido, como el presente será luego pasado. El orden se desvanece rápidamente y el que ahora es el primero mañana será el último, porque los tiempos están cambiando”.
Por Fernando Rivera Calderón
Con información de: máspormás
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