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Qué nos pasa con “el Islam y Occidente”

Carátula del libro "El occidente medieval frente al Islam. La imagen del otro"
Carátula del libro «El occidente medieval frente al Islam. La imagen del otro»

«Vemos” a través de las palabras. Quizá por eso afirman que no hay conflicto sin trampa lingüística. Así parece confirmarlo la creciente igualación entre expresiones como “el Islam y Occidente” con la de “ellos y nosotros”. Debilidad conceptual del “Pensamiento en Bloque”, aprovechada por el crimen organizado bajo etiqueta “islámica”, para forzar la adaptación de la realidad a esa absurda convención y se le asigne la doble representación que de otro modo nunca tendría: la de contendiente bélico mundial “antioccidental” y la de los 1400 millones de musulmanes que mayoritariamente lo rechazan.

Si ya era deficiente la fórmula “Oriente y Occidente” porque opone identidades culturales según esos puntos cardinales, empeora el cuadro sustituir uno de ellos (“Oriente”) por el nombre de una religión (“Islam”), esto es, por el de un conjunto determinado de “normas morales para la conducta individual y social”, pues convierte la “oposición espacial” en “confrontación moral”.

Al girar de “horizontal” a “vertical”, el eje de la distancia que separa ambas totalidades imaginarias, éste se torna escala de valores en donde ese “Islam”, antes que por los atributos que se le asignen o no, encarna “una” ética colectiva versus “todas” aquellas “no orientales” y como la más opuesta a ellas de todas las “no occidentales”.

Así también “territorializa” adhesiones confesionales, “confesionaliza” pertenencias nacionales, en clave de “identidad racial”, atropellando textos sagrados y constituciones nacionales, de resultas que todo musulmán fuera de Oriente o del desierto se perciba como un “pez fuera del agua” y todo árabe “no musulmán” como “musulmán fuera del islam”, antes que como cristiano, judío, ateo, etc., y a leer como una “anomalía cultural” cualquier persona o cosa árabe o islámica de “Occidente”.

Una “extranjerización imaginaria” que reduce las culturas a refugio y bloquea la construcción de una cultura del encuentro como propone Francisco, desde la sospecha del “conflicto de lealtades” entre esa adhesión espiritual y cualquier pertenencia nacional europea o americana.

Una extranjerización imaginaria que ante la crisis que fuera, genera esa demanda imposible de satisfacer con manifestaciones de musulmanes o árabes rechazando toda violencia bajo excusa religiosa, para ser considerados como “moderados”, “integrados” y “pacíficos”, pues en la propia fórmula “el islam y Occidente” viene incluida la sospecha de inmorales hasta el improbable día en que ese “islam” logre demostrar lo contrario, que suspende la aplicación, de hecho o de derecho, del principio que establece que se juzga a los individuos por lo que hacen y no por lo que “son”. Para conjurar la trampa de estos dispositivos imaginarios, en donde se incuban las prácticas sociales genocidas, es que disponemos de la memoria histórica.

Como decía Hugo es en momentos de crisis cuando más esfuerzos y recursos se deben invertir en educación y cultura, pues así como ninguna oscuridad puede acabar con la oscuridad, ni el odio con el odio, tampoco la ignorancia puede acabar con la ignorancia. Sólo la luz que brinda el conocimiento puede hacerlo.

Por Hamurabi Noufouri. Historiador. Doctor (Univ. de Salamanca), Director del Inst. y Maestría en Diversidad Cultural (Untref)
Con información de Clarín

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