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Constantino Cavafis – Poemas

Kavafis, alrededor de 1900 en Alejandría (Egipto)
Kavafis, alrededor de 1900 en Alejandría (Egipto)

Constantino Cavafis (en griego Κωνσταντίνος Πέτρου Καβάφης, Konstantinos Petrou Kavafis), fue un poeta griego, una de las figuras literarias más importantes del siglo XX y uno de los mayores exponentes del renacimiento de la lengua griega moderna.Nació el 23 de abril de 1863 en Alejandría (Egipto).

Noveno y último hijo de Petros Cavafis, un comerciante casado con Jariclía Fotiadis, hija de un mercader fanariota de diamantes. Entre 1882 y 1885 vivió en Estambul.

A los 29 años entra como becado al Ministerio de Obras Públicas, en el servicio de riegos, irá ascendiendo, siempre con el impedimento de pertenecer a la minoría griega, hasta que en 1922 se retira como director asistente. Esta ocupación será su principal fuente de ingresos.

Vivió con su madre hasta que ésta murió, en 1899, luego con algunos de sus hermanos, y finalmente en soledad. Se le reconocen dos amores, y pasajeros, y no vivió acomplejado por su homosexualidad. Fue considerado el «poeta nacional de Grecia». No hizo una escuela, no tuvo discípulos aunque, en su época, gustó y mucho.

Se dio a conocer internacionalmente a través de las referencias del estudio de E. M. Forster sobre Alejandría, Alejandría: Historia y guía (1923). En sus obras integra la historia con asuntos contemporáneos: El dios abandona a Antonio‘ e ‘Itaca’, escritos en 1911.

Perdió la voz cuando fue sometido a una traqueotomía, en 1932, para salvarlo de cáncer en la laringe. Un renacimiento de su obra tuvo lugar con la publicación del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell(1957-1960).

Constantino Kavafis falleció en Alejandría el 29 de abril de 1933.


 

REYES ALEJANDRINOS

Se reunieron los alejandrinos
para ver a los hijos de Cleopatra,
a Cesarión, y a sus hermanos pequeños,
Alejandro y Ptolomeo, a quienes por primera
vez sacaban afuera al Gimnasio,
para proclamarlos allí reyes,
en medio de la brillante parada de los soldados.

Alejandro -lo nombraron rey
de Armenia, de Media, y de los partos.

Ptolomeo -lo nombraron rey
de Cilicia, de Siria, y de Fenicia.

Cesarión estaba de pie más adelante,
ataviado con seda rosada,
en su pecho un ramo de jacintos,
su ceñidor una doble hilera de zafiros y amatistas,
atadas sus sandalias con cintas
blancas recamadas con perlas color rosa.

A éste lo nombraron con rango mayor que a los pequeños,
a éste lo nombraron Rey de los Reyes.

Los alejandrinos comprendían ciertamente
que todo era palabras y teatro.

Pero el día era cálido y poético,
el cielo un claro azul,
el Gimnasio alejandrino una
triunfal hazaña del arte,
el lujo de los cortesanos espléndido,
Cesarión todo gracia y belleza
(hijo de Cleopatra, sangre de los Laghidas):
y los alejandrinos corrían ya a la fiesta,
y se entusiasmaban, y aclamaban,
en griego, y en egipcio, y algunos en hebreo,
encantados con el bello espectáculo
-a pesar de que ciertamente sabían cuánto valía eso,
qué palabras vacías eran esos reinos.


LO RIESGOSO

Dijo Mirtias (un estudiante sirio
de Alejandría: bajo el reinado
de augusto Constante y augusto Constancio,
gentil en parte, y en parte cristianizado):
«Fortalecido con meditación y estudio,
yo no temeré a mis pasiones como un cobarde.

Mi cuerpo a los placeres entregaré,
a las delectaciones soñadas,
a los más atrevidos deseos amorosos,
a los lúbricos impulsos de mi sangre, sin
ningún temor, porque cuando quiera –
y tenga decisión, fortalecido
como estaré con meditación y estudio –
en los momentos críticos he de reencontrar
mi espíritu, igual que otrora, ascético».


JÓNICO

Aunque rompimos sus estatuas,
aunque los expulsamos de sus templos,
no por eso murieron del todo los dioses.

Oh tierra de la Jonia, a ti te aman todavía,
a ti sus almas te recuerdan aún.

Cuando sobre ti amanece una mañana de agosto,
el vigor de sus vidas atraviesa tu atmósfera;
y a veces una etérea figura de efebo,
indefinida, con paso rápido,
por sobre tus colinas atraviesa.


EMISARIOS DE ALEJANDRÍA

No se vieron, por siglos, tan hermosos obsequios en Delfos
como éstos que fueron enviados por los dos hermanos,
los reyes rivales Ptolomeos. Después de recibirlos
sin embargo, se inquietaron los sacerdotes por el oráculo.

Su
experiencia
toda van a necesitar para redactarlo con sagacidad
cuál de los dos, cuál de tales dos quedará descontento.

Y deliberan por la noche secretamente
y discuten los problemas familiares de los Laghidas.

Pero he aquí que volvieron los emisarios. Se despiden.

Regresan a Alejandría, dicen. Y no piden
oráculo alguno. Y los sacerdotes los escuchan con alegría
(se entienden que conservan los magníficos obsequios),
pero están también en extremo sorprendidos,
sin entender qué significa esa repentina indiferencia.

Pues ignoran que ayer les llegaron a los emisarios graves noticias.

En Roma se entregó el oráculo: fue allí el reparto.


CESARIÓN

En parte para aclarar bien una época,
en parte también para pasar el tiempo,
ayer por la noche tomé para leer
una colección de inscripciones de los Ptolomeos.

Las abundantes adulaciones y elogios
para todos se parecen. Todos son brillantes,
gloriosos, poderosos, benefactores;
todas sus empresas sapientísimas.

Y si te refieres a las mujeres de esa estirpe, también ellas,
todas las Berenices y las Cleopatras admirables.

Cuando logré aclarar bien la época,
habría dejado el libro si una mención breve,
e insignificante, al rey Cesarión
no hubiera atraído de inmediato mi atención…

Ah, hete aquí, viniste tú con tu encanto
indefinido. En la historia unas pocas
líneas solamente se encuentran sobre ti,
y así más libremente te plasmé en mi espíritu.

Te plasmé apuesto y sentimental.

Mi arte da a tu rostro una simpática hermosura de ensueño.

Y tan plenamente te imaginé,
que anoche tarde, cuando se apagaba
mi lámpara -la dejé expresamente apagarse-
creí que habías entrado a mi pieza,
me pareció que delante de mí te detuviste: como si estuvieras
en la conquistada Alejandría,
pálido y cansado, ideal en tu tristeza,
esperando todavía que se apiadaran de ti
los malvados -que murmuraban la «diversidad de Césares».


TUMBA DE YASIS

Aquí yazgo; Yasís. De esta grande ciudad
por la hermosura el efebo más famoso.
Sabios profundos me admiraron; y también el pueblo superficial,
sencillo. Y me alegraba asimismo igual
por ambas cosas. Y por tenerme la gente demasiado por Hermes y
Narciso,
los excesos me acabaron, me dieron muerte. Viajero,
si eres alejandrino, no has de criticar. Tú conoces el ímpetu
de la vida nuestra: qué ardor posee, qué voluptuosidad excelsa


MIRIS: ALEJANDRÍA DEL 340 D.C.

Cuando supe la desgracia, que había muerto Miris,
fui a su casa, a pesar de que evito
entrar a las casas de Cristianos,
sobre todo cuando tienen duelos o festejos.

Me detuve en un pasillo. No quise
avanzar más adentro, pues percibí
que los parientes del muerto me miraban
con manifiesto asombro y desagrado.

Lo tenían en una sala grande
que desde el extremo donde me detuve
vi un poco: toda tapices preciosos,
y utensilios de oro y de plata.

Yo estaba de pie llorando al final del pasillo.
Y pensaba que nuestras reuniones y excursiones
sin Miris no tendrían ya valor
y pensaba que ya no lo vería
en nuestras bellas trasnochadas inmorales
regocijarse, y reír, y recitar versos
con su perfecto sentido del ritmo griego;
y pensaba que había perdido para siempre
su belleza, que había perdido para siempre
al joven que adoraba con locura.

Unas ancianas, cerca de mí, hablaban en voz baja
del último día que vivió-
continuamente en sus labios, el nombre de Jesús,
tenía una cruz en sus manos.-
Entraron después al aposento
cuatro sacerdotes Cristianos, y decían sus oraciones
con fervor y unas súplicas a Jesús
o a María (no conozco bien su religión)
Sabíamos, ciertamente, que Miris era Cristiano.
Lo sabíamos desde el primer momento, cuando
el año antepasado entró a nuestro grupo.
Pero vivía absolutamente como nosotros.

De todos nosotros el más entregado a los placeres;
disipando con largueza su dinero en las diversiones.

Sin cuidado por el juicio de la gente,
se metía de adrede en riñas nocturnas en las calles
cuando nuestra cuadrilla acertaba
a hallar un grupo opuesto.

Nunca hablaba de su religión.
Más aun, cierta vez le dijimos
que lo llevaríamos con nosotros al Serapion.

Pero como que se disgustó
con esa broma: ahora recuerdo.

Ah y también me vienen a la mente otras dos ocasiones.

Cuando hicimos libaciones a Poseidón,
se apartó de nuestro grupo y volvió la vista a otra parte.

Cuando entusiasmado uno de nosotros
dijo «el grupo nuestro que esté
bajo el favor y protección del grande,
del hermosísimo Apolo» -Miris susurró
(los demás no lo oyeron) «con excepción de mí’.

Los sacerdotes Cristianos en alta voz
suplicaban por el alma del joven.-
Yo observaba con cuánto esmero
y con qué atención concentrada
se preparaba todo en las formas
de su religión para el funeral Cristiano.

Y de repente me dominó una extraña impresión.

De una manera indefinida, sentía
como si Miris se marchase de mi lado.

Sentía que se había unido, Cristiano,
con los suyos, y que me había vuelto
yo un extraño, muy extraño, sentía además
que una duda se me allegaba: acaso hubiera sido engañado
por mi afecto, y siempre le fui extraño.-

Me lancé fuera de la horrible casa de ellos,
huí velozmente antes que el recuerdo de Miris me
fuera arrebatado, cambiado por el cristianismo de ésos.


 

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