Torres Gemelas: polémicas y certezas sobre su uso político
Se cumplen trece años de aquella mañana que estremeció al mundo. Las Torres Gemelas se venían abajo. Desde entonces se discute la autoría de los atentados. Está claro que el imperio aprovechó del hecho para atacar en Medio Oriente.
Los hechos son perfectamente recordables. En la mañana del 11 de septiembre de 2001 las cámaras de televisión toman un avión de pasajeros que se estrella sobre la Torre Norte. Al principio se creyó en un accidente de aviación, pero un rato más tarde otro avión chocó contra la Torre Sur y la teoría de la casualidad cayó por su propio peso.
Así también cayeron las Gemelas, o con su nombre comercial de World Trade Center, un emblema edilicio más expresivo del sistema capitalista que la Estatua de la Libertad.
Unas horas más tarde ambos edificios se vinieron abajo y quedaron reducidos a escombros. Otros edificios, como el número 7, que no habían sido impactados por los aviones, también se fueron al suelo, lo que alimentaría posteriormente las polémicas.
Lo primero que se pregunta en estos casos es si hubo muertos y cuántos. Se habló de hasta 10.000 fallecidos, pero afortunadamente no fueron tantos. Hubo 3.000 muertos, cifra muy significativa para un país acostumbrado a contar los muertos ajenos en atentados terroristas cometidos por sus marines, CIA y pentagonistas.
Las pérdidas humanas generaron polémicas también en Argentina. Hebe Bonafini, titular de Madres, festejó lo ocurrido y dijo contar con informes según los cuales la mayoría de los muertos eran banqueros y ejecutivos de grandes empresas del WTC.
Salió a refutarla Horacio Verbitsky, quien publicó una nota en Página/12 titulada «La alegría de la muerte». Desde entonces, o quizás desde antes, entre ambas personalidades hubo una gran distancia a pesar de que apoyan de distintos modos al kirchnerismo.Esa división política en el campo de los derechos humanos se extendió a otros planos políticos, de organizaciones y personalidades. No es que hubiera más gente que dijera públicamente «yo apruebo el atentado» pero por lo bajo en Argentina y el mundo se pensaba que el blanco estaba bien elegido y que Estados Unidos estaba recogiendo parte de la tempestad que había sembrado con vientos de guerra en el planeta.
La mayoría de los muertos eran empleados, oficinistas, turistas, personal de limpieza y gentes comunes. Hebe nunca pudo mostrar la lista de ejecutivos fallecidos. A las 8 y 46 de la mañana es temprano para que los CEO de empresas estuvieran en sus oficinas…
Despistados y desagradecidos.
Cuando el primer avión impactó en la Torre Norte, George W. Bush fue avisado mientras visitaba una escuela en Sarasota. El texano puso su mejor cara de bruto y tardó un rato en reaccionar. Su vicepresidente Richard Cheney, en cambio, se había zambullido rápidamente en un refugio especial para estas emergencias.
Además de los dos aviones mencionados, un tercer vuelo supuestamente había dado contra un sector del Pentágono en Virginia y el cuarto había caído (¿abatido o por la pelea entre pasajeros y los terroristas?) sobrevolando Pensilvania.
Se entiende que hubiera mucha confusión ese día, partiendo de la hipótesis de que se tratara efectivamente de una ofensiva de grupos terroristas como Al Qaeda. Aún así la cantidad de errores y contramarchas de las órdenes de la cúpula estadounidense, fueron memorables. No sólo las del presidente y vice sino también las del secretario de Defensa Donald Rumsfeld y su segundo Paul Wolfowitz, el secretario de Estado Colin Powell, el secretario de Justicia John Ashcroft, el secretario de lucha antiterrorista Richard Clarke.
Desde la óptica de quienes entienden que se trató de un atentado de «falsa bandera» -una corriente que viene creciendo en estos años- tales torpezas de la administración Bush se explican por el apuro de ocultar las pruebas de su implicación.
Como sea, en un caso (atentado) o en otro (auto atentado), lo comprobable fue que el principal país capitalista desarrollado del mundo -a pesar de toda su parafernalia técnica y militar- quedó a merced de cuatro grupos de Al Qaeda. En total 19 personas capturaron los aviones y pusieron al mayor imperio de luto y en ruinas, vulnerable a los ojos del mundo.
Y en ese momento ¿quién tuvo actitud amistosa con EEUU y su mal presidente? Cuba. El país bloqueado y agredido por su mal vecino ofreció por medio de Fidel Castro que aviones norteamericanos dedicados a la emergencia pudieran volar sobre rutas cubanas sin problemas. También puso a disposición de Washington los hospitales y médicos cubanos, si eran necesarios para socorrer heridos.
Fue una actitud humanista de la patria de José Martí. Bush ignoró el ofrecimiento y, peor aún, a partir del año siguiente usó la prisión de Guantánamo, usurpada en el oriente cubano, para llevar presos ilegales, someterlos a tortura y colocarlos en un limbo legal. Así paga el diablo…
Viejos amigos.
Cuando se disiparon las nubes de polvo, comenzó un arduo debate que aún dura sobre lo ocurrido.
La versión oficial fue que era atentados organizados por la red Al Qaeda liderada por Osama Bin Laden; éste posteriormente alardeó de esa autoría. Invocando esa certeza, Bush ordenó en octubre de 2001 la invasión de Afganistán cuyo gobierno de talibanes era afín y protector de Bin Laden. Se inició así un ciclo de invasiones norteamericanas justificadas por la «lucha antiterrorista», que llevaría a invadir Irak en marzo de 2003. Se acusó a Saddam Hussein de tener vínculos con Al Qaeda y almacenar armas prohibidas, dos tremendas mentiras.
Los atentados también sirvieron a la administración republicana para crear la secretaría de Seguridad Interior, dictar el Acta Patriótica y reforzar el espionaje y restricciones democráticas en el frente interno, contra su propia población y del extranjero. Personas, teléfonos, correos, cuentas bancarias, web, etc, fueron espiados por las agencias de seguridad encabezadas por la CIA, el FBI y la NSA.
Aunque la Casa Blanca no lo admitiera, pasaba a declararle la guerra a una organización criminal que EEUU había prohijado en Afganistán en tiempos de la ocupación soviética. En ese tiempo Al Qaeda era «combatiente por la libertad» y luchaba al lado de los Rambos, con financiamiento, entrenamiento, armamento y logística estadounidenses.
¿Suceden en la historia esos cambios de frente? Sí, muchas veces. Sin ir más lejos, Rumsfeld fue el encargado norteamericano de apoyar a Saddam Hussein en su agresión contra Irán, en los años ’80; y más tarde fue -junto con Bush- uno de los «halcones» que arrasaron con Irak y asesinaron al presidente iraquí. Así comprobó otra vez que los imperios no tienen amigos sino intereses, petróleo ajeno que succionar y bases militares que instalar en camino de sostener una tambaleante dominación mundial.
«Falsa bandera».
Los atentados dieron lugar en EEUU a la formación del «Movimiento por la Verdad del 11-S» que al cabo no pudo coincidir en una misma conclusión sobre lo sucedido. Las dos posturas, críticas de Bush, se expresaron en su seno: que los atentados eran factura de Al Qaeda, favorecidos por complicidad de Bush; y que los mismos eran obra del mismo gobierno norteamericano para justificar sus guerras en Medio Oriente.
Entre los primeros, críticos de Bush y Al Qaeda, pueden mencionarse a intelectuales como Noam Chomsky y el documentalista Michael Moore.
Entre los segundos también hay intelectuales prestigiosos como Thierry Meyssan, creador de la Red Voltaire, y el profesor David Ray Griffin, autor de varios libros y una investigación muy minuciosa que puso de relieve 115 mentiras de la administración Bush. La número 113 sostiene: «fracaso en mencionar que la Casa Blanca trató primeramente de impedir la creación de la Comisión [Oficial de Investigación sobre los Ataques Terroristas del 11 de Septiembre] y que obstaculizó después el trabajo de esta, como lo hizo al asignarle un presupuesto extremadamente restringido (ndt: Presupuesto estimado en 15 millones de dólares cuando el film de ficción «Vuelo 93» de Paul Greengrass costó 18 millones y «World Trade Center» de Oliver Stone costó cuatro veces más, o sea 60 millones de dólares. En lo tocante al primer punto, la creación de la Comisión no se produjo hasta después de 441 días de los ataques y el presidente Bush propuso que fuera presidida por Henry Kissinger… para luego retractarse ante las violentas críticas de la opinión pública contra esa proposición)».
Para calificar de atentado de «falsa bandera» se citan antecedentes históricos en EEUU. A saber, que fabricó incidentes falsos para declarar la guerra a México en el siglo XIX; el ataque al barco Luisiana en 1915 para argumentar su ingreso en la I Guerra Mundial; Pearl Harbour para hacer lo propio en la II Guerra y el incidente del golfo de Tonkin para iniciar la guerra contra Vietnam.
Son hechos a tener en cuenta si bien no demuestran otros aspectos de la teoría, tales como que Al Qaeda no existía y Bin Laden tampoco, que eran nombres de «fantasía» de EEUU e Israel.
Donde no habría mayores polémicas es en que la política estadounidense es desastrosa, ayer y hoy. Ayer patrocinando al grupo de Bin Laden y hoy debiendo bombardear posiciones del Estado Islámico en Irak, luego de haberlo apoyado y financiado para tratar de derrocar en Siria al presidente Bashar al Assad.
Por Emilio Marin
Con información de : La Arena
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