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Egiptomanía, locos por los faraones

El reputado egiptólogo estadounidense Bob Brier habla sobre su ensayo, publicado en Estados Unidos, que recorre tres milenios de obsesión por los faraones.

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La orden de Rosacruz venera el poder esotérico de la Gran Pirámide de Keops. Las aventuras cortesanas de Christian Jacq hipnotizan a millones de lectores en todo el mundo. Los nuevos hallazgos bullen por los foros de internet. Pocos resisten la magia del Antiguo Egipto que fascinó a romanos y griegos, embarcó a Napoleón en una campaña calamitosa y se hizo leyenda por la gracia de Hollywood. «Existen varias razones para explicar esta fascinación: los jeroglíficos son bellos y misteriosos; el arte es espectacular y quizás lo más importante, las momias parecen haber burlado a la muerte. Cuando miramos una momia de 3.000 años de antigüedad, aún podemos reconocer los rasgos de un ser humano. Es lo más cercano a la inmortalidad que conocemos», cuenta el reputado egiptólogo estadounidense Bob Brier. Forofo de los faraones hasta la médula, se pateó durante décadas anticuarios y baratillos en busca de cualquier ganga relacionada con la civilización del Nilo: desde las joyas con forma de sarcófago que lucían las señoras victorianas a los carteles de la mítica película ‘Cleopatra’. «Los humanos tenemos la necesidad de descubrir y explorar, ya sea en nosotros mismos o en objetos que han permanecido enterrados bajo las arenas de Egipto», dice el autor de ‘Egiptomanía’, un ensayo publicado en Estados Unidos que recorre tres milenios de obsesión por los faraones.

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LA PERDICIÓN DE GRIEGOS Y ROMANOS

«Egipto tiene maravillas que multiplican en número a las de cualquier otro país«, escribió el historiador griego Heródoto cuando pisó la tierra de los faraones alrededor del 450 a.C. Para entonces, las pirámides habían cumplido ya dos milenios en la meseta de Giza. «La seducción de Heródoto por Egipto era muy similar a la nuestra. Estaba fascinado por las momias y nos proporcionó el primer relato de momificación. Envidiaba a los egipcios. Incluso para Heródoto, los egipcios eran una civilización antigua y misteriosa repleta de maravillas», explica Brier. Un siglo más tarde Alejandro Magno conquistó Egipto y él mismo se convirtió en faraón. «Los reyes griegos fueron mortales. Alejandro Magno quería ser un dios en la Tierra». Tras la muerte del fundador de Alejandría, los ptolemaicos trataron de salvar el legado del Antiguo Egipto durante los tres siglos siguientes. Con el suicidio de Cleopatra, derrotada en el amor y en la guerra, se esfumó una época. Pero la última reina del Antiguo Egipto y sus escarceos amorosos con los romanos Julio César y Marco Antonio sólo fueron el principio de la egiptomanía.


EL SUEÑO DE NAPOLEÓN

En la primavera de 1798, con apenas 29 años, Napoleón Bonaparte convenció al Directorio para marchar a Egipto. Tras un breve alto en Malta, su ejército de 55.000 hombres y 400 navíos desembarcó en Alejandría. La ciudad mediterránea no ofreció resistencia. Dominar El Cairo, en cambio, resulto más arduo. Las tropas vencieron a los mamelucos en la bautizada como ‘Batalla de las pirámides’. «Soldados, cuarenta siglos de Historia os contemplan», declamó el general al pie de las pirámides. Desde entonces, sin embargo, solo conocieron los reveses. La campaña duró tres años. Con una legión carcomida por las epidemias, las embestidas de británicos y otomanos y el desánimo, Napoleón puso los pies en polvorosa en agosto de 1799. El fiasco militar sirvió, no obstante, para relanzar la pasión por el Antiguo Egipto. Se estableció el ‘Institut d’Égypte’, la primera sociedad de egiptología del mundo; se descubrió la piedra Rosetta, que abrió la puerta a la comprensión de los jeroglíficos y los 167 intelectuales que acompañaron a Napoleón reunieron una preciada información sobre antigüedades egipcias, historia natural o condiciones sociales de la época. «A su regreso elaboraron una de las publicaciones más sobresalientes de la Historia, la monumental ‘Description de L’Égypte'», indica Brier. La labor enciclopédica, formada por nueve volúmenes de texto y 14 de ilustraciones, necesitó dos décadas para ver la luz y costó una fortuna a las arcas galas. Su publicación agitó una nueva oleada de la egiptomanía y alumbró el orientalismo, pero fue un absoluto desastre financiero. En 1821 un editor francés halló la fórmula para divulgar la obra entre los bolsillos más modestos: eliminó los grabados coloreados a mano y publicó los tomos por entregas. Para almacenarlos, se ideó una librería inspirada en el templo de Dendera, una joya para los amantes del mobiliario faraónico.

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TÉ CON FARAONES

Las pesquisas reunidas por la expedición de Napoleón también acabaron en una vajilla. Uno de los miembros más veteranos del equipo, Vivant Denon, diseñó un lujoso servicio de 72 platos, cada uno con una escena diferente del Antiguo Egipto pintada a mano. La obra, fabricada en la factoría francesa de porcelana Sèvres, fue un exclusivo obsequio para el zar Alejandro I de Rusia. En Reino Unido, no quisieron ser menos: un juego de té decorado con cocodrilos, discos solares y altares egipcios -fabricado en los talleres de la firma Wedgwood- sirvió de contrapropaganda. Corría por aquel entonces el principio del siglo XIX y el cambio que cruzaba Europa alcanzó a la fiebre por la egiptología. «La revolución industrial convirtió la producción de objetos asociados a Egipto en bienes asequibles para las masas», apunta el experto. La tierra de los faraones vendía. La industria tabacalera fue la primera en explotar el furor: deidades, monarcas, pirámides y esfinges asomaron por las cajetillas de cigarrillos. Pero no fue la única. El hallazgo de un formidable tesoro de joyas reales en la necrópolis de Dashur, narrado gráficamente en las revistas ‘Illustrated London News y Graphic’, embelesó a las señoras victorianas. Los orfebres saciaron su antojo labrando colgantes de sarcófagos o momias y ‘châtelaines’ (cadenas suspendidas de la cintura) con cabezas de faraón, cartuchos con jeroglíficos o flores de loto.

TUTANKAMÓN SUPERSTAR

En noviembre de 1922 el Antiguo Egipto sumó forofos a raudales. Tras siete largos años, el británico Howard Carter descubrió la tumba de Tutankamón. Su reinado fue breve e intrascendente: llegó al trono con 12 años y murió cuando rondaba los 20. Pero su enterramiento fue el único de los hallados en el Valle de los Reyes, que permaneció ajeno al pillaje durante más de tres milenios. De aquel hito ha quedado la conversación que acompañó la resurrección del ‘faraón niño’. Impaciente, Lord Carnarvon -el mecenas de la expedición- preguntó a Carter: «¿Puedes ver algo?». Y el arqueólogo, cuya tozudez se había convertido en motivo de sorna, respondió: «Sí, cosas maravillosas». Más de 5.000 objetos se amontonaban en los 110 metros cuadrados en los que se desarrollaba la vida de ultratumba de Tutankamón. Para hacer inventario de aquel fantástico relato, periodistas y fotógrafos acamparon en Luxor y los diarios británicos publicaron reportajes semanales de los enviados especiales a la geografía escarpada del Valle de los Reyes. Desde entonces, los turistas viajan en busca de la malherida tumba -desde mayo cuenta con una réplica junto a la casa de Carter- y el sucesor de Ajenatón, el rey hereje, es aún hoy un auténtivo filón. «El descubrimiento de la tumba intacta fue el mayor impulso que ha conocido jamás la egiptomanía. Piensen en todo el ruido que despierta aún hoy cuando sus tesoros se van de gira», subraya Brier. Sus últimos bolos por Estados Unidos, Europa, Australia y Japón reportaron a Egipto más de 120 millones de dólares.


CIVILIZACIÓN ‘PRÊT À PORTER’

«Los obeliscos son estupendos embajadores de Egipto», proclama el mediático y controvertido egiptólogo Zahi Hawass, ex ministro de Antigüedades egipcio y rostro de un sinfín de documentales. La civilización faraónica ha esparcido allende Egipto. Junto a las miles de piezas expuestas en museos de todo el planeta, los obeliscos son el elemento arquitectónico preferido. Roma se lleva la palma: en sus calles se exhiben hasta 13 ejemplares. Uno de ellos, erigido en la plaza de San Pedro, fue incluso sometido a un exorcismo por orden del papa Sixto V. En el siglo XIX, Mohamed Ali -el padre del Egipto moderno- trató de ganarse el favor de las cancillerías europeas regalando obeliscos. Los franceses eligieron uno de los dos obeliscos que flanqueaban el acceso al templo de Luxor y, tras una azaroso viaje por mar, el 25 de octubre de 1836 unos 200.000 parisinos contemplaron su llegada a la Place de la Concorde. Luego -empujados por las estrecheces económicas del país árabe- se sumaron también Londres y Nueva York. Hace medio siglo, la construcción de la gran presa de Asuán forzó una nueva diáspora: una veintena de templos de Nubia amenazados por la crecida de las aguas fueron desarmados y empaquetados en cajas de madera. Cuatro fueron donados a países que participaron en la campaña de salvación. Así aterrizó el Templo de Debod en el centro de Madrid.

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FARAONES EN HOLLYWOOD

La egiptomanía triunfó primero en el tocadiscos. A principios del siglo XX las noticias de los descubrimientos animaron el boom de canciones como ‘Mummy mine’, ‘My Egyptian mummy’ o ‘Cleopatra had a jazz band’. Y de la música a la gran pantalla. En 1932 ‘The Mummy’, dirigida por Boris Karloff y rodada al norte de Los Ángeles, allanó el camino. «Fue una gran éxito. Estaba inspirada en el hallazgo de la tumba de Tutankamón», recuerda Brier. Los estudios Universal firmaron hasta cuatro secuelas y el cine británico también se apuntó al frenesí con sinopsis similares: una princesa fallece, el amante trata de resucitarla y muere como castigo a su transgresión. Las últimas incursiones de Hollywood, ‘The Mummy’ (1999) y ‘The Mummy returns’, se parecen poco a las películas de momias tradicionales y son -a juicio del egiptólogo- «espectáculos llenos de acción con momias de alta tecnología». El celuloide ha compartido la pasión por las momias con la adulación a Cleopatra. La cinta más memorable es la que protagonizaron en 1963 Elizabeth Taylor y Richard Burton. Con un abultado sobre coste, su primer metraje superaba las seis horas. Y hasta nuestros días: Angelina Jolie encarnará a la reina en una nueva superproducción. Más allá de los romances o la épica de ‘Los diez mandamientos’, Hollywood ha modelado también aventuras como las de Indiana Jones, que han convertido a los arqueólogos en tipos intrépidos, aventureros del desierto y personajes envueltos en enigmas y maldiciones. ¿Cómo es la vida de un arqueólogo? «Yo quitaría a Indiana Jones de la mente de la gente. Uno se levanta a las 6 de la mañana y trabaja hasta las 2 o 3 de la tarde. Es un trabajo de equipo», replica la egiptóloga canaria Mila Álvarez Sosa, codirectora de una misión arqueológica en Luxor.



SIEMPRE QUEDARÁ EGIPTO

¿Tiene futuro tanto delirio? «Un porvenir maravilloso», pronostica el autor de ‘Egiptomanía’. El expolio que durante siglos diseminó el patrimonio egipcio por el planeta ha terminado pero no así las exposiciones temporales, las misiones arqueológicas extranjeras o la divulgación. Las arenas del desierto aún guardan demasiados misterios y sorpresas. «Hay importantes descubrimientos por hacer. No se ha hallado, por ejemplo, la tumba de Alejandro Magno y el valle de los Reyes atesora todavía muchos secretos que desvelar. Si un descubrimiento de hace 80 años puede despertar aún tanto interés, imaginen que podría provocar un descubrimiento completamente nuevo y espectacular».

Por Francisco Carrión
Con información de El Mundo

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