El musulmán que se soñó despierto – Cuento Sufí
Durante un viaje un judío, un musulmán y un cristiano se hicieron amigos. Igual que la razón se hace amiga del ego de Satanás, lo mismo un fiel puede hacerse amigo de dos extraviados. El cuervo, el búho y el halcón han caído en la misma jaula. Un Oriental y un Occidental que pasan la noche en un mismo lugar se hacen amigos. Pero cuando los barrotes de la jaula se rompen, cada ave vuela en diferente dirección.
Al llegar estos tres compañeros al final de una etapa, alguien vino a traerles dulces y este presente alegró a nuestros tres solitarios. Las gentes de la ciudad son sabios refinados en su comportamiento. Pero el campesino es un maestro de generosidad. Aquel día, el judío y el cristiano no tenían hambre, mientras que el musulmán había ayunado. Era para él la hora de romper el ayuno y era grande su apetito. Pero los otros dos le dijeron:
«Dejemos esto aquí. ¡Los comeremos mañana! .
-¡Comámoslos esta noche! replicó el musulmán. ¿Por qué esperar a mañana?
-¿Tienes acaso intención de comerlos tú solo? preguntaron los otros.
-Somos tres, dijo el musulmán. Dividamos estos dulces en tres partes iguales y que cada uno se tome su parte como quiera.
-¡El que divide merece el infierno! Tú eres patrimonio de Dios y todas las partes de los dulces le pertenecen. ¿Cómo te atreverías a hacer ese reparto?»
El musulmán se resignó y dijo:
«¡Oh, amigos! ¡Sea según vuestros deseos!»
Y fueron a acostarse. Por la mañana, cada uno se puso a rezar según su religión. Después de la oración, uno de ellos propuso que cada uno contase su sueño de la noche. Y que el que hubiese tenido el sueño más hermoso, recibiese la parte de dulces del que hubiese tenido el sueño menos hermoso…
El judío contó su sueño:
«En mi camino me crucé con Moisés. Lo seguí a la montaña de Sinaí. Allá arriba nos rodeó la luz. Después, vi que, por voluntad divina, la montaña se dividía en tres partes. Un trozo de la montaña cayó al mar. Y el agua del mar se volvió dulce al instante. Otro pedazo cayó en la tierra y brotaron arroyos como remedios para los afligidos. El trozo tercero voló hacia la Ka’aba para convertirse en la montaña de Ararat. Cuando hubo pasado mi asombro, comprobé que la montaña del Sinaí seguía estando en su sitio, pero que su suelo como hielo, se fundía bajo los pies de Moisés. Se fundió hasta tal punto que acabó por allanarse. Cuando este nuevo motivo de asombro se agotó para mí, vi de nuevo a Moisés y el Sinaí en su sitio. Divisé a una multitud en el desierto que rodea la montaña. Cada uno llevaba una caña y un manto y todos se dirigían hacia la montaña. Elevaron las manos para la oración y desearon ver el rostro de Dios. Cuando hubo pasado mi extrañeza, vi que cada uno de aquellos hombres era un profeta de Dios. Vi también ángeles magníficos. Sus cuerpos estaban hechos de nieve inmaculada. Más lejos, vi a otro grupo de ángeles pero, esta vez, hechos de fuego…»
El judío siguió así contando su sueño.
¡Oh, tú! ¿Tienes certidumbre en lo que a ti se refiere? ¿O en lo referente a tu existencia? ¿Cómo te permites burlarte así del prójimo? ¿Quién sabe quién tendrá la suerte de morir como un musulmán?
A su vez, el cristiano contó su sueño:
«Fue el Mesías quien se me apareció. Con él, subí tan alto como el sol. Era extraño. No puedo comparar lo que he visto con las cosas de este mundo y no puedo, pues, contaros este sueño.»
El musulmán dijo entonces:
«¡Oh, amigos míos! Mi sultán Mustafá se me apareció. Me dijo: «Uno de tus amigos se ha ido al Sinaí. Allí se pasea con la palabra de Dios, colmado de amor y de luz. Jesús se ha llevado a tu otro amigo al cielo. ¡Levántate! ¡Al menos, aprovecha los dulces! Tus amigos han sido favorecidos. Aprovechan la compañía de los ángeles y del conocimiento. ¡Pobre idiota! ¡No pierdas el tiempo! ¡Cómete los dulces!»»
A estas palabras, el judío y el cristiano exclamaron:
«¿Te has tomado realmente todos los dulces?
-¿Cómo habría podido desobedecer una orden del profeta? Tú, que eres judío, ¿no harías lo mismo con una orden procedente de Moisés? Y tú, que eres cristiano, ¿te atreverías a desobedecer a Jesús?»
Los otros dos le dijeron:
«Ciertamente, tu sueño es más justo que el nuestro. Tu sueño consiste en estar despierto en tu sueño. ¡Qué hermoso sueño!»
Deja a un lado las pretensiones referentes al conocimiento y al misticismo. La cosa más hermosa es comportarse con respeto y servir al prójimo.
Por Yalal Al-Din Rumi
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