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Y en la 953ª noche – Schehrazada comienza a relatar…

Ella dijo:

«… Acto seguido, sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico. Luego le dijo: «Es preciso que me cuelgues como estaba». Y él obedeció: Y llegó el maghrebín al final del trigésimo día, y dijo al muchacho: «Recita el libro mágico». El chico contestó: «¿Cómo voy a recitarlo si no he descifrado ni una palabra?» Y el maghrebín al punto le cortó el brazo derecho, y le dijo: «Todavía tienes un plazo de treinta días. Si al cabo de ese tiempo no te sabes el libro mágico, haré volar tu cabeza». Luego se marchó.

Y el muchacho fue en busca de la joven por entre los árboles, llevando en su mano izquierda su brazo derecho cortado. Y la libertó. Y ella le dijo: «Aquí tiene tres hojas de una planta que he encontrado, mientras el maghrebín la está buscando desde hace cuarenta años a fin de completar su conocimiento de los capítulos de la magia. Aplícatelas en los muñones de tu brazo, y sanará». Y así lo hizo el muchacho. Y se le quedó el brazo como estaba antes.

Hecho lo cual, la joven frotó otra hoja, leyendo el libro mágico. Y al instante salieron de la tierra dos camellos de carrera, y se arrodillaron para recibirlos. Y dijo ella al muchacho: «Volvamos cada cual a casa de nuestros padres. ¡Después irás tu al palacio de mi padre, que está en tal paraje y en tal país, a pedirme en matrimonio!».

Y le besó amablemente. Y tras de su recíproca promesa, cada cual se marchó por su lado.

Y Mohamed llegó a casa de sus padres al galope formidable de su camello. Pero no les dijo nada de lo que le había sucedido. Solamente entregó el camello al eunuco mayor, diciéndole: «Ve a venderle en el mercado de las acémilas; pero ten cuidado de no vender la cuerda que lleva al hocico». Y el eunuco cogió al camello por la cuerda, y fué al mercado de las acémilas.

Entonces se presentó un vendedor de haschisch que quiso comprar el camello. Y tras de largos debates y regateos, se lo compró al eunuco por un precio muy módico, pues generalmente los eunucos no conocen el oficio de la venta y de la compra. Y para rematar el negocio, le vendió con la cuerda.

Y el vendedor de haschisch llevó al camello ante su tienda, y lo dejó admirar por sus clientes acostumbrados, los comedores de haschisch. Y fué en busca de un cubo de agua para dar de beber al camello, poniéndoselo delante, en tanto que los haschachín miraban, riendo hasta el fondo del gaznate. Y el camello metió sus dos patas delanteras en el cubo. Y entonces el vendedor de haschisch le pegó, gritándole: «Recula, ¡oh alcahuete!». Y al oír esto, el camello levantó sus otras dos patas, y se sumergió de cabeza en el agua del cubo, y no volvió a aparecer.

Al ver aquello, el vendedor de haschisch se golpeó las manos una contra otra y se puso a gritar: «¡Oh musulmanes! ¡socorro! ¡que el camello se ha ahogado en el cubo! «. Y mientras gritaba así, mostraba la cuerda que se le había quedado en las manos.

Y se reunió gente de todos los puntos del zoco, y le dijeron: «Cállate, ¡oh hombre! ¡estás loco! ¿Cómo va a ahogarse un camello en un cubo?» El vendedor de haschisch le contestó: «¡Marchaos! ¿Qué hacéis aquí? Os digo que se ha ahogado de cabeza en el cubo. ¡Y aquí está su cuerda, que se me ha quedado en las manos! Preguntad a los honorables que están sentados en mi casa, a ver si digo la verdad o si miento». Pero los mercaderes sensatos del zoco le dijeron: «Tú y los que están en tu casa no sois más que haschachín sin crédito».

Mientras disputaban de tal suerte, el maghrebín, que había advertido la desaparición del príncipe y de la princesa, fué presa de un furor sin límites, y se mordió un dedo y se lo arrancó, diciendo: «¡Por Gogg y por Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que los atraparé, aunque estén en la séptima tierra!». Y corrió primero a la ciudad del Avispado; y entró precisamente en el fragor de la disputa entre los haschachín y las gentes del zoco. Y oyó hablar de cuerda y de camello y de cubo que había servido de mar y de tumba; y se acercó al vendedor de haschisch y le dijo: «¡Oh padre! ¡si has perdido tu camello, estoy dispuesto a indemnizarte de él, por Alah! Dame lo que de él te queda, o sea esa cuerda, y te daré lo que te ha costado, más cien dinares de propina para ti». Y quedó ultimado el trato en aquella hora y en aquel instante. Y el maghrebín cogió la cuerda del camello, y se marchó, saltando de alegría.

Y he aquí que aquella cuerda tenía el poder de atraer. Y el maghrebín no necesitó más que mostrársela de lejos al joven príncipe, para que éste fuese al punto por sí mismo a engancharse la cuerda a su propia nariz. Y en seguida quedó convertido en camello de carrera, y se arrodilló ante el maghrebín, que se le montó al lomo.

Y el maghrebín le guió en dirección a la ciudad donde habitaba la princesa. Y pronto llegaron al pie de los muros del jardín que rodeaba el palacio del padre de la joven. Pero en el momento en que el maghrebín manejaba la cuerda para que se arrodillase el camello y apearse, el Avispado pudo atrapar la cuerda con los dientes, y la cortó por la mitad. Y el poder que tenía la cuerda se destruyó con aquel corte.

Y el Avispado, para escapar del maghrebín, se convirtió en una granada grande, y bajo aquella forma, fué a colgarse de un granado en flor. Entonces el maghrebín entró a ver al sultán, padre de la princesa, y después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: «!Oh rey del tiempo! vengo a pedirte una granada, porque la hija de mi tío está encinta, y su alma desea vivamente una granada. Y ya sabes el pecado que se comete al no satisfacer los antojos de una mujer encinta». Y el rey se asombró de la petición, y contestó: «¡Oh hombre! la estación actual no es la estación de las granadas, y los granados de mi jardín no han florecido hasta ayer». El maghrebín dijo: «Oh rey del tiempo! ¡si no hay granadas en tu jardín córtame la cabeza!».

Entonces el rey llamó a su jardinero mayor, y le preguntó: «¿Es verdad ¡oh jardinero! que hay ya granadas en mi jardín?». Y el jardinero contestó: «¡Oh mi señor! ¿es la estación de las granadas la estación actual?». Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: «Vaya, has perdido la cabeza…

En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

Las mil y una noches

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