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La Colina – Amjad Nasser

La Colina

No sabríamos cuánto tiempo
estuvimos ahí durmiendo,
bajo la sombra de nuestras pestañas,
ni cuánto giró la tierra con nosotros
en libros que pasaron por muchos dueños,
pero hemos vuelto despojados
y no hemos encontrado
a aquellos que dejamos en las atalayas
para detener los siete vientos.

Debió de ser tan largo
nuestro sueño
De lo contrario,
por qué se ha ensombrecido el arco iris
y han mermado las cimas de las montañas
y se ha encorvado el alif
como si la flecha del agua,
serena entre las quebradas,
fuera el camino de los nuestros
acostumbrados a regresar
de los trueques fronterizos
igual que figuras vacilantes.
son estériles,
y las canciones ya no amparan a los caminantes
Hay marcas de un letargo en nuestras monedas
y en nuestra voz una vibración que el viento bebe.

Henos de vuelta
para ver el destino de la estrella y la rama
y al frágil
príncipe,
con piernas de caña sobre el barro,
enardeciendo a la tempestad.
Lo levantamos levemente
para que fuera su último suspiro
la colina a la que vamos madrugadores
y para que llore
sobre la piedra de sus antepasados
por su casa,
por sus compañeros
y por las jóvenes doncellas que duermen
blancas en la somnolencia del alba

La luz
araña
la fisura
del diamante
y devuelve
los amuletos
a su materia
original.


Prepararemos las palmas del viernes
y sembraremos sal en la senda de las fieras
y nos enfrentaremos a la luz para que él duerma…
¿acaso no está acechado nuestro hermano,
a quien trenzamos el pelo de niño y lo criamos
entre las doncellas
para ser
el más hermoso ?
Tu cercanía…
El esplendor es alto
y la lozanía
está encajada en una piel encogida
y la espada que te despojó
del gozo de la niñez,
brillante,
dicta
al trono
su filo.
El yelmo y la lanza hienden el puente del grito
y rematan la altanería de las palabras.
Hay, sobre las murallas,
quien
recoge
el aire
espeso
con vasijas.
Respiramos contigo,
siendo tú el guía de lo inútil,
el aire de las armas que sopla desde la noche de la derrota.

La tempestad,
no la sabiduría,
sopesa las intenciones
y mide las atalayas.

La fuerza, confiada en su peso,
se despereza en el polvo que flota
desde observatorios que escudriñan las estrellas
ocupa dependencias
borra
inscribe
y hereda
los sellos reales.

Dónde estás tú, sostenido por nuestros hombros con la cresta de la realeza
y su metáfora
ante aquellos que con sus enseñas y armaduras avanzaron exhaustos
a tu diván;
brillaban con el aceite de las ofrendas, precedidos y apoyados
por alianzas conocidas en los alrededores;
llevaron a sus bocas las copas de las intrigas nocturnas
y se dispersaron en el laberinto de los azulejos y las pinturas del cielo
atraídos por el eco del albedrío y el roce de los alientos.

(La disputa de los recaudadores y los metafísicos resuena
en el umbral del consejo superior de las tramas del viento
mientras que el príncipe, reclinado en su otomana, abre las granadas
con ambas manos y juega a las adivinanzas con sus íntimos.)

Amjad Nasser
(Jordania 1955)

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