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Francisco ante la escasez de sacerdotes


En una entrevista reciente concedida al semanario alemán Die Zeit, Francisco afirmó: La crisis de vocaciones sacerdotales es un gran problema. En su cuarto año de pontífice, Bergoglio abre un nuevo frente de debate al preguntarse por la ordenación de casados. Ante la ostensible falta de vocaciones en la Iglesia católica, el Papa pone sobre la agenda la posibilidad de ordenar curas casados para frenar la crisis de carencia sacerdotal. Al Die Zeit, Francisco le dijo: “debemos analizar si los viri probati –hombres casados– son una posibilidad” para paliar la falta de sacerdotes, especialmente en las pequeñas comunidades. Los viri probati son una figura en la Iglesia primitiva, al igual que las diaconisas, y que consistía en ordenar sacerdotes a hombres casados de probada virtud. Es una expresión incluida en la primera epístola de Clemente (44:2) y retomada por el Concilio Vaticano II (LG 20), con la que el derecho canónico de la Iglesia católica se refiere a los hombres casados, de vida cristiana madura y contrastada, a los que, de modo extraordinario, se admite la ordenación sacerdotal.

En realidad, el celibato no es un dogma, el mismo Papa lo ha reconocido en otras ocasiones, sino una disciplina canónica, es decir, una norma obligatoria establecida en la Iglesia sólo después de 1100. Tampoco puede desdeñarse una tradición de cerca de mil años; sin embargo, en la situación actual es válido repensar el celibato, aunque no sea el origen ni la razón principal de la falta de vocaciones. La propia Iglesia católica ha mostrado pragmatismo; por ejemplo, la aceptación de los pastores casados anglicanos que se convirtieron a la Iglesia católica, cuya posición está regulada por la constitución apostólica Anglicanorum coetibus, firmada por Benedicto XVI en 2009. Figuran también los sacerdotes de rito oriental en comunión con Roma. En las iglesias orientales, de hecho, se puede ordenar a los seminaristas ya casados, pero sacerdotes ordenados ya no pueden casarse. La cuestión, como se esperaba, levantó gran revuelo. Entre las primeras reacciones el cardenal Reinhard Marx, presidente de los obispos alemanes, afirmó que la contribución del Papa es un valioso impulso. Mientras los sectores conservadores encontraron un nuevo pretexto para confrontarlo, siguen criticando a este pontífice como el Papa falible.

El tema va más allá de ordenar a santos varones jubilados. Vuelve a ponerse en el centro de la polémica la pertinencia del celibato sacerdotal. El celibato como precepto religioso no sólo está presente históricamente en el cristianismo latino, sino forma parte del patrimonio de porciones del hinduismo y del budismo. En el antiguo imperio romano, lleno de excesos, la castidad era concebida como virtud. En algunas sectas judías, como la de los esenios –a la cual, se conjetura, pertenecía Jesús–, exaltaban la espiritualidad, la renuncia a los bienes materiales, la humildad y la castidad como virtudes esenciales de la práctica religiosa. Por tanto, el celibato no es dogma, como tratan de revestirlo católicos tradicionalistas, sino un hecho histórico e institucional, que refleja en el tiempo y en el espacio las diversas concepciones religiosas del cuerpo y la sexualidad humanas.

Casi todos los apóstoles eran casados en el cristianismo primigenio. El Nuevo Testamento refiere este hecho. Habla de la suegra de Pedro (Mateo 8:7). Pablo señala que varios apóstoles eran ayudados por sus esposas (1 Corintios 9:5). Los primeros papas eran casados y en las primeras generaciones los obispos tenían mujeres e hijos; en la antigüedad, Pablo exige en sus epístolas que vivieran con moralidad y que tuvieran una sola mujer (1 Timoteo 3:3). Hay que recordar el contexto patriarcal de los inicios del cristianismo. Sobre la soltería de Jesús hay dudas razonables que quedan en el misterio, amparadas en más de 2 mil años de distancia. En contraparte, las nuevas lecturas de mujeres exégetas y teólogas abren nuevas hipótesis. Jean Meyer publicó en 2009 un libro titulado El celibato sacerdotal; su historia en la Iglesia católica, que documenta cómo algunas leyes empezaron en el cristianismo a exigir el celibato sacerdotal, por las tensiones entre laicos versus clero naciente, entre diócesis de rito latino en el siglo IV: se hizo manifiesto en el Concilio de Elvira y se reiteró en el Concilio de Letrán I, en 1123. Aunque no todo el clero asumió automáticamente la continencia sacerdotal como obligación para la impartición de los sacramentos, porque en Francia y España obispos, sacerdotes y diáconos estaban casados y continuaban una vida conyugal y engendraban hijos –incluso se respetó la orden de mantener el celibato en sacerdotes que fueron ordenados bajo tal condición–, según el autor, el celibato se impuso como obligación para todos los niveles clericales de la Iglesia latina en el siglo XII. Se reafirmó en el Concilio de Trento, a mitad del siglo XVI, en respuesta a la abolición del celibato por los movimientos protestantes. Según el anuario pontificio, hay poco más de 400 mil sacerdotes en el mundo. Distribuidos así: América 29.6 por ciento, Europa 44.3 por ciento, Asia 14.8 por ciento, África 10.1 por ciento, Oceanía 1.2 por ciento. En África y en Asia hay mayor número de vocaciones sacerdotales; sin embargo, han descendido en América y en especial Europa, que además presenta el cuadro de mayor envejecimiento sacerdotal. Hay también un declive en las diferentes órdenes religiosas.

Están ahí los recursos de los diaconados permanentes. Resuenan las expectativas abiertas por el propio Papa, el 12 de mayo de 2016, sobre la posibilidad de que las mujeres sean ordenadas diáconos y celebren bautismos y matrimonios; un giro revolucionario para la Iglesia católica, sólo reservado para los varones y que ha quedado entumecida en una comisión de estudio. También resuenan los lamentos de un grupo de 26 mujeres de Italia que a mediados de 2014 demandaban a Francisco abolir el celibato porque sostenían relaciones sentimentales con curas y muchas de éstas tenían hijos y hasta familia. Las mujeres apelaban al sentido común y a la inocultable práctica de sexualidad del clero heterosexual y homosexual. El panorama es complejo, a pesar de que el mismo Francisco desechó abolir el celibato como opción. Pero la falta de vocaciones y la creciente ancianidad del clero colocan el problema como una cuestión en que hay poco tiempo. Su resolución debe ocurrir en el corto plazo.

Bernardo Barranco V.
Con información de:La Jornada

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