Salman Rushdie: Crónica de la Era de la Extrañeza
La nueva novela de Salman Rushdie mezcla realismo mágico, cómics, fábulas orientales y alta filosofía. «Dos años, ocho meses y veintiocho noches» narra los estragos que provocó en el siglo XXI la guerra entre nuestro mundo y el Reino de los Sueños. El gran tema de fondo es la controversia intelectual entre dos grandes pensadores islámicos: Algazel y Averroes.
Si ha existido un teólogo influyente en el Islam ese pensador es el persa Abu Hamid Muhamad Al-Ghazali (1058-1111). Suele compararse su importancia con la de San Agustín para la cristiandad. Algazel (su nombre latinizado) escribió la obra más leída en el mundo musulmán después del Corán (El resurgimiento de las ciencias religiosas).
A otro de sus textos (La incoherencia de los filósofos) se lo considera una de las claves en la decadencia del pensamiento crítico y la ciencia empírica entre los árabes. En su novela más reciente, Salman Rushdie (Bombay 1947) presenta al sabio de Tus (el actual Irán) como un puritano que tenía el placer como enemigo y que creía que el clérigo y el filósofo tienen la obligación de infundir el miedo, porque el miedo es lo único que lleva a los pecadores hacia Dios.
En la maravillosa Dos años, ocho meses y veintiocho noches (Seix Barral, 397 páginas), Rushdie coloca frente a frente a Algazel y a Averroes, el comentador de Aristóteles, el refutador, justamente, de La incoherencia de los filósofos. Razón, lógica y ciencia eran los tres pilares de Averroes, las ideas que habían provocado que quemaran sus libros los fanáticos bereberes en la España ocupada del siglo XII.
El duelo -no sin un punto de maniqueísmo- se prolonga hasta después de la muerte de los eruditos, pues «las controversias de los grandes pensadores no tienen fin, y la idea misma de la disputa es una herramienta para mejorar la mente», aunque discuten con «el idioma de los conceptos irreconciliables, el del entusiasmo».
Naturalmente, el literato, condenado a muerte por el ayatolá Jomeini, se pronuncia a favor de Averroes, cuyo nombre en árabe era Abu l-Walid Muhamad ibn Ahmad ibn Muhamad ibn Rushd (el padre del escritor angloindio, Anis Khaliqi Dehlavi, se cambió el nombre por Anís Rusdhie en honor a su filósofo favorito).
La confrontación dialéctica entre Algazel y Averroes viene servida en un formato fantástico; se sabe que Rushdie -como Aira o Pynchon– se siente cómodo tejiendo una suerte de protorrealidad. El libro, que acaba de llegar a la Argentina, es un caldero burbujeante donde se cuece un sabroso potaje que incluye -además de Alta Filosofía y una despareja poética- realismo mágico, fábulas orientales y las historietas de Marvel. Como el lector habrá adivinado, Dos años, ocho meses y veintiocho noches equivalen a mil y una noches, la cifra de la magia (además, los números redondos son feos y traen mala suerte).
Aunque se ha escrito mucho de ellos, se sabe muy poco de la verdadera naturaleza de los yinn, criaturas hechas de fuego sin humo (o de humo sin fuego) que viven en Peristán, la otra realidad, el Mundo de los Sueños de donde emergen periódicamente para afligir o bendecir a la humanidad. Una de las yinnias más poderosas es Aasman Peri, la Princesa Centella, Hada del Cielo del Monte Qaf, matriarca mítica que tomó forma humana (la llamaron Dunia) para aparearse con el gran filósofo Averroes.
Dejaron miles de descendientes (la raza de los dunianos) reconocibles por sus orejas sin lóbulos y por soportar la maldición de estar desfasados, siempre atrasados o adelantados respecto de la época en las que le toque vivir. La casa de Averroes o la Duniazada. Hasta nuestros días, era la última visita de un yinn al plano inferior.
«Durante mucho tiempo dejaron de venir del todo y las ranuras del mundo quedaron cubiertas por las hierbas sin imaginación de las convenciones y las matas espinosas de lo tediosamente material, hasta que por fin se cerraron por completo y a nuestros antepasados nos les quedó más remedio que salir adelante sin los beneficios ni las maldiciones de la magia», escribió Rusdhie.
Tan atractiva mitología anima pues una trama, cuyo autor -con una gran belleza técnica- ha construido como crónica de la Era de la Extrañeza, escrita mil años después de los hechos por una sociedad que decidió prescindir de la religión y los sueños.
Al parecer, las sellos del mundo (agujeros de gusano) se volvieron a abrir en el siglo XXI y entraron como tromba desde el Peristán demonios malévolos (los Ifrits) que despreciaron, desafiaron e intentaron derrotar a las leyes de la razón para esclavizar a los humanos. Zumurrud el Grande y sus tres secuaces (el hechicero Zabardast, Ra»im Bebesangre y el Rubí Resplandeciente), junto a una legión de yinns de tercera y cuarta categoría, pusieron todo patas para arriba y exterminaron a millones de personas. Los talibanes fueron sus aliados, dicho sea al pasar. La Princesa Dunia y su prole (el jardinero Gerónimo, el contable Jimmy Kapoor y la mujer fatal Teresa Saca) le salieron al paso en nombre del bien y la venganza. Las tremendas batallas de la Guerra de los Mundos de Rushdie tienen ecos de la panoplia de efectos especiales con que Hollywood suele aburrirnos, pero no es éste el caso en gran parte de la novela. ¡Ah!, por cierto la Era de la Extrañeza duró dos años, ocho meses y veintiocho días.
PARA EL GABO
Días atrás, Rusdhie relató en la Universidad de Austin una anécdota esclarecedora. En 1975, un ejemplar en inglés de Cien años de soledad cayó en sus manos (acababa de publicar su primer libro Grimus) y fue entonces cuando se enamoró perdidamente de un gran escritor que nunca llegó a conocer cara a cara.
«Cuando publiqué mi primera novela, un amigo que la leyó me llamó y me dijo que, obviamente, yo estaba muy influenciado por Gabriel García Márquez. Era 1975, yo tenía 27 años y nunca había oído ese nombre. ¿Quién es ese García Márquez?, respondí. Es el autor de un libro que vas a empezar a leer ahora. Solo ve y consíguelo. Fui a la librería, abrí el libro, y por primera vez vi y escuché estas palabras: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Lo que me pasó ese día fue lo mismo que le ha pasado a miles de personas, me enamoré de él, hasta el día de hoy», confesó el narrador angloindio.
«Conocí los coroneles y generales de García Márquez, o al menos sus contrapartes indias y paquistaníes; sus obispos son mis mulás, sus mercados mis bazares. Su mundo era el mío, traducido al español», afirmó Rusdhie.
En India y América latina -añadió- «hay conflicto entre lo urbano y lo rural, entre ricos y pobres. Los dos tienen historias coloniales y en los dos la religión -y lamentablemente sus devotos-, tienen mucho peso».
Que quede absolutamente claro entonces que el realismo mágico en su variante garcíamarqueana (tan denostada por los snobs) es uno de los ejes rectores de la novela número doce de Rushdie. Las personas levitan, un bebe milagroso puede identificar la corrupción de los funcionarios (¡Qué falta nos hace en la Argentina!) y una dama enloquecida mata con descargas de electricidad. Pero Rushdie también se nutre de parábolas y fabulas mágicas de Oriente para narrar decenas de historias subalternas, aunque no todas resultan seductoras. Hay que destacar que, a diferencia de los best-seller mamotretos, el recurso de la redundancia nunca fatiga.
Otros pasajes dignos de mención, además de los que revisan los temas de actualidad, son aquellos que reflexionan sobre el lenguaje. Al fin y al cabo, todos los humanos somos -conjetura Rushdie– relatos contenidos dentro de narraciones mayores y más grandiosas: las historias de nuestras familias, nuestras patrias y nuestras creencias. Como Las mil y una noches, somos cuentos dentro de otros cuentos.
El problema -continúa en la página 161- es que «todos vivimos atrapados en las historias. Cada uno de nosotros es prisionero de su propia narración solipsista; no hay persona que no sea víctima de su propia versión de la Historia. Hay partes del mundo donde las narraciones colisionan y por eso se va a la guerra donde hay dos o más historias incompatibles luchando por conquistar el espacio en la misma página». Es lo que está pasando ahora en la Argentina. En la página 163, se describe al nefasto Parásito de los Relatos que exterminó a un pueblo entero.
Por Guillermo Belcore
Con información de La Prensa
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