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«¿Que los militares se han levantado en Marruecos? …»

«¿Que los militares se han levantado en Marruecos? Pues yo me voy a dormir»

Una comida en Canarias. En este encuentro, celebrado en Tenerife en 1936, se ultimaron los detalles del alzamiento. En el centro puede distinguirse a Francisco Franco
Una comida en Canarias. En este encuentro, celebrado en Tenerife en 1936, se ultimaron los detalles del alzamiento. En el centro puede distinguirse a Francisco Franco

Melilla echaba la siesta entre las tres y las cuatro de la tarde del viernes 17 de julio de 1936. Pero no todo el mundo dormía: cuando los 34 grados y la humedad convertían en chorros de sudor hasta el más mínimo esfuerzo, 11 guardias de asalto y 4 policías, mandados por el teniente Zaro, se presentaron ante la Comisión de Límites, servicio topográfico del Ejército del Protectorado. Mientras sus hombres se secaban el sudor de sus rostros, Zaro comunicó al suboficial de guardia que llevaba una orden para registrar el centro.

Tampoco dormía la siesta el teniente coronel Darío Gazapo, jefe del establecimiento, que se hallaba en su despacho reunido con los también tenienetes. Coroneles Máximo Bartomeu y Juan Seguí, el comandante Zanón, el capitán Medrano, cuatro tenientes y dos capitanes de la guardia civil, todos ellos pertenecientes al grupo de conspiradores que coordinaba el general Emilio Mola Vidal desde Pamplona. Seguí, en situación de retirado, se encargaba de la sublevación de los falangistas de Melilla y de Nador, para lo cual almacenaba desde esa misma mañana medio centenar de pistolas y su munición en una habitación del centro. El grupo perfilaba el plan de actuación para la siguiente madrugada en que iniciarían el levantamiento, mientras esperaban la llegada de los conspiradores que iban recogiendo las armas. Entre los temas de conversación surgió la actuación del comandante Joaquín Ríos Capapé que, obedeciendo órdenes del teniente coronel Juan Bautista Sánchez la tarde/noche anterior había sacado al tabor de regulares (efectivos de batallón, con unos 650 hombres) número 5 de Alhucemas de sus acuartelamientos de frente al Peñón de Vélez de la Gomera y se dirigió a Melilla, a unos cien kilómetros en una marcha nocturna que se camufló como entrenamiento. Ríos sí que ha madrugado, comentó uno de los reunidos, celebrándolo con risas.

– A punto del madrugón

Lo que no sabían es que estaban a punto de madrugar también ellos. En ese momento llamaron a la puerta y supusieron que era alguno de los falangistas que acudían a armarse, pero era algo más preocupante: el suboficial de guardia entregó al teniente coronel Gazapo la orden de registro que acababa de entregarle el teniente Zaro. Según supusieron había habido una filtración y más tarde comprobarían que uno de los comprometidos –el falangista Álvaro González– se había rajado y corrió a denunciar el hecho y entregar las armas recibidas. Para ganar tiempo, Gazapo bajó al zaguán y se dirigió al teniente de Asalto, produciéndose –según Hugh Thomas– este diálogo:

–¿Qué le trae aquí, teniente?

–Tengo que registrar el edificio en busca de armas, mi Teniente coronel.

–Un momento, teniente, este es un edificio militar y tengo que confirmar esta orden con la superioridad.

Mientras, uno de los reunidos, el teniente legionario Julio de la Torre, llama por teléfono al suboficial de guardia en el vecino cuartel del Tercio, contacta con el sargento Sousa y le ordena que corra con una patrulla a la Comisión de Límites. Apenas había colgado el teléfono cuando regresó Gazapo, que siguió ganando tiempo telefoneando al general Manuel Romerales, jefe de la Circunscripción Oriental de Marruecos y, por tanto, comandante en jefe de las fuerzas de Melilla

–¿Es cierto, mi general, que ha dado usted órdenes de que se registre el Departamento Cartográfico? Aquí sólo hay mapas.

–Sí, sí, Gazapo deben hacerlo. Son órdenes del Gobierno.

Gazapo, retrasando el cumplimiento de la orden, desciende al zaguán y pide a Zaro que aguarde pues el General Romerales comunica… Y en ese momento llega a la carrera un grupo de legionarios a los que el teniente Torre, que hizo su aparición en ese preciso instante, ordenó encañonar a los agentes de Zaro. Sorprendidos y sin posibilidad de resistirse, el teniente y sus hombres confraternizan con los soldados y Bartomeu –según Gabriel Cardona– les arenga a todos

No hubo un tiro, pero el frustrado registro precipitó el golpe en Melilla. Los cuarteles, uno tras otro, se ponen en armas al recibir la orden telefónica. Hacia las cinco de la tarde, Seguí, con el comandante Zanón y algunos legionarios, se presentó en la Comandancia Militar y entró pistola en mano en el despacho de Romerales, donde los reunidos discutían acaloradamente sobre si adherirse o no a la sublevación. Seguí, zanjó la controversia: los partidarios del Gobierno (Romerales, el comandante Seco y el capitán Rotger) quedaron detenidos; los demás corrieron a ocuparse de sus cometidos en la sublevación.

El coronel Luis Solans asumió la autoridad en Melilla: sacó las tropas a la calle y proclamó la ley marcial, situando su puesto de mando en el despacho de Romerales. A media tarde llama el presidente del Gobierno, Casares Quiroga, preguntando por el general.

–Ha tenido que salir, señor presidente-.

–Pero ¿Qué pasa?

–Nada anormal, presidente. La calma es total en Melilla.

Mientras, Bartomeu, seguido por una banda de trompetas y tambores y 50 legionarios, atronaba el centro de la ciudad recabando la atención de los melillenses y leía el bando de la sublevación: «Francisco Franco Bahamonde, general superior de las fuerzas de Marruecos, hago saber: «Una vez más, el Ejército unido a las demás fuerzas de la nación, se ha visto obligado a recoger el anhelo de la gran mayoría de los españoles que veían con amargura infinita desaparecer lo que a todos puede unirnos en un ideal común, España. Se trata de restablecer el imperio del orden dentro de la República y no solamente en sus apariencias o signos exteriores (…) Espero la colaboración activa de todas las personas patrióticas, amantes del orden y de la paz, que suspiraban por este movimiento, sin necesidad de que sean requeridas especialmente para ello (…) ¡Viva España!”».

Entre tanto, el teniente coronel Juan Yagüe se había apoderado de Ceuta y el coronel Eduardo Sáenz de Buruaga, de Tetuán, la capital. Mientras los jefes militares superiores y las autoridades civiles fieles al Gobierno eran arrestadas, el teniente coronel Juan Beigbeder se responsabilizaba de la Alta Comisaría, máxima autoridad del Protectorado, y el coronel Luis Solans, se ponía al frente de la Junta Militar sublevada. A media noche, con todo el poder bajo su control, Solans telegrafiaba a Franco: «Este ejército, levantado en armas, se ha apoderado en la tarde de hoy de todos los resortes del mando en el territorio. La tranquilidad es absoluta. Viva España».

Los rumores sobre el alzamiento de Melilla llegaron de inmediato a Madrid. El presidente del Gobierno, Santiago Casares Quiroga, reunió un consejo de ministros de carácter extraordinario y, a la salida, ya a primeras horas de la noche del 17 al 18 de julio, los periodistas le acosaron con sus preguntas sobre la sublevación. El presidente se los quitó de encima con una frivolidad: «¿Así que los militares se han levantado en Marruecos? Pues yo me voy a dormir».

La confianza de Casares se basaba en la Armada; aunque todo parecía indicar que los jefes de grandes unidades se sublevarían, el político tenía una fe ilimitada en que, gracias a suboficiales y marineros, se mantendría junto al Gobierno y que la sublevación en Marruecos quedaría aislada y, finalmente, agostada.

La tensión del momento propiciaba las precipitaciones. En Pamplona, Emilio Mola Vidal, «el director», no se paró a valorar los pros y contar del adelanto africano a la sublevación general. Eufórico comentó a sus colaboradores: «Si en Marruecos hay un problema, que lo solucione Franco». El levantamiento en el Protectorado ponía en marcha el golpe, de modo que llamó al general Francisco Llano de la Encomienda, jefe de la Cuarta división orgánica, con sede en Barcelona, para amedrentarle puesto que no había podido convencerle de que se uniera a la sublevación.

– Corte de comunicación

Llano, efectivamente alarmado, contó a alguien en el Ministerio la conversación y el Gobierno reaccionó cortándole a Mola la comunicación telefónica y telegráfica, de modo que esa noche del 17 al 18 de julio, las carreteras de Pamplona a Zaragoza, Burgos, Bilbao y San Sebastián estuvieron muy concurridas por los enlaces motorizados en un intercambio de mensajes entre los conspiradores. Esa madrugada, Franco y su familia dormían en Las Palmas. Había tenido un día muy ajetreado: viaje de Tenerife –sede de la jefatura de la región militar canaria– a Las Palmas para asistir a los funerales del general Amado Balmes, gobernador Militar de Gran Canaria y subordinado suyo; presidencia de la ceremonia religiosa y honores militares del finado; almuerzo con autoridades; entrevista con varios jefes de las unidades militares de la isla y, sobre todo, con el general Luis Orgaz, allí desterrado y sin mando por sus intentos golpistas; finalmente, se retiró a su hotel con su esposa Carmen Polo y su hija Carmencita. A las cuatro de la madrugada del 18 de julio le despertó su asistente y primo, Francisco Franco Salgado-Araujo, Pacón, con el telegrama enviado por Luis Solans. Franco se vistió rápidamente y dictó su respuesta: «Gloria al heroico ejército de África. España ante todo. Recibe el saludo entusiasta de estas guarniciones que se unen a ti y a demás compañeros de la Península en estos momentos históricos. ¡Viva España con honor! General Franco». El telegrama, fechado en Santa Cruz de Tenerife, se transmitió, también, a las demás comandancias marroquíes y a todas las regiones militares de la Península y Baleares. La sublevación había comenzado mientras Casares Quiroga dormía.

David Solar
Periodista e historiador
Con información de: La Razón

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