El pequeño Brasil que se encuentra en Líbano
En el extremo oriental del valle de la Bekaa, donde las rocosas laderas están coronadas por cerezos, el espíritu latino impregna dos pueblos libaneses que guardan un parentesco con Brasil que se remonta generaciones.
En Lusi y Sultan Yaacoub viven más de un millar de ciudadanos brasileños, muchos de los cuales hablan en portugués con tanta fluidez como en árabe.
De acuerdo con The Associated Press, estas localidades están profundamente influidas por la cultura brasileña, aunque no sea algo aparente a primera vista: la llamada al rezo reverbera a través de los callejones en zigzag cinco veces al día y las casas de piedra clara son similares a las de otros pueblos de la región.
Pero los vecinos mezclan portugués y árabe en casi todas sus conversaciones y la cocina local es inconfundiblemente brasileña. Aunque no existen estadísticas oficiales, un representante del consejo municipal dice que el “99 por ciento” de la comunidad son ciudadanos brasileños. Casi todos dicen haber vivido en Sudamérica en un momento de su vida.
La panadería portuguesa – o pastelaría – de Christina Hindi vende pasteles salados incluyendo pao de queijo, empada y coxinhas, además de dulces como churros. Bebidas tropicales, como la leche de coco o el refresco de guaraná, son populares en la zona.
Cuando la selección de futbol de Brasil disputa un partido, “todo el mundo iza la bandera brasileña”, explica el alcalde de Sultan Yaacoub, Ahmad Jaroush. Nadie se pierde el juego.
“Aquí se siente como si estuviera viviendo en Brasil”, comenta orgullosa Fatima Wehbe, miembro del consejo municipal de Sultan Yaacoub y nacida en Brasil.
Desde finales del siglo XIX, la gente ha salido de Líbano – especialmente de las montañas del centro del país – por problemas económicos, hambruna, reclutamientos o las guerras. Algunos viajaron a América, instalándose en Estados Unidos, México, Argentina, Cuba y, por supuesto, Brasil.
El Ministerio de Exteriores de Brasil estima que entre siete y diez millones de brasileños son descendientes de libaneses. El presidente interino del país, Michel Temer, es hijo de migrantes libaneses, aunque su familia procede de las montañas del norte del país, no del Bekaa.
Muchos de esos migrantes han mantenido fuertes vínculos con su país natal también a través del matrimonio.
Residentes de Lusi dicen que cada verano se celebran unas 20 bodas entre un hombre o una mujer de la localidad y un pretendiente de Brasil. Muchas de esas parejas deciden quedarse, o al menos mantener una vivienda, en el Valle de la Bekaa.
Hindi, la propietaria de las pastelaría, nació en la ciudad brasileña de Sao Paulo en 1970, y se mudó a Lusi con sus padres en 1985. Un año más tarde se casó con un joven de la localidad y regresó con él a su país natal.
Se mudaron a Brasil porque su marido es agricultor y en Líbano “la cosecha era escasa”, dice. Una década más tarde regresaron a Líbano con su hija más o menos por las razones que les habían animado a irse. “La economía brasileña es débil y no hay seguridad”, apunta Hindi.
Residentes citan también su apego a la herencia libanesa y, en ocasiones, la soledad como los motivos para volver a Bekaa.
“Quieres casarte con alguien de tu religión y tradición”, dijo Yazdeh Hindi, la hermana pequeña de Christina. La comunidad es predominantemente musulmana, y los migrantes se han unido en su mayoría a su interpretación conservadora de la fe.
Sin embargo, muchos de los que se trasladaron a Brasil se quedaron allí. Jaroush, el alcalde, estima que entre cuatro mil y cinco mil vecinos del pueblo y sus descendientes viven en Brasil.
Muchas familias lograron riqueza ca través del comercio o remeses con el país sudamericano.
Las viviendas en Lusi y Sultan Yaacoub son más grandes del tamaño medio de las casas de la región, y algunas están cercadas y tienen cuidados jardines. Jaroush señala que la población se incrementa durante el verano, especialmente en los años en que Brasil estaba en expansión, cuando los expatriados regresaban para invertir en sus casas y disfrutar de la compañía de familiares y amigos.
“Tenemos un salón para bodas”, dijo el alcalde. “Todo el mundo conoce a unos o a otros. Algunos se quedan, otros regresas. Pero siempre hay gente yendo y viviendo”.
Con información de: SIPSE
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