En presencia de la ausencia
Dicen, mientras me entierran: «No te alejes». ¿Hay lejanía en un lugar que no sea este lugar?
Málik Ibn Al-Raib (M. 676)
Línea a línea te desgrano con una facilidad que sólo tengo para el primer verso /
Y en tu nombre, tal y como me encomendaste, me detengo a dar las gracias a los que te acompañan en este último viaje, y les invito a que abrevien la despedida y acudan a una cena en tu honor /
Concédeme que te vea, ahora que tú ya estás fuera de mí y yo de ti, limpio como la prosa que en tu ausencia se ha restregado contra una piedra que verdea y amarillea. Concédeme que te recoja, a ti y a tu nombre, como hacen las rebuscadoras con las aceitunas olvidadas entre las piedrecillas.
Y partamos a la vez, tú y yo, en dos direcciones:
Tú, como te prometió la lengua, hacia una segunda vida en algún lector que haya sobrevivido al impacto de un meteorito.
Yo, hacía la cita, más de una vez aplazada, con una muerte a la que en algún poema prometí una copa de vino. El poeta no tiene empacho en mentir. Pero sólo miente en el amor, pues las provincias del corazón se rinden a los encantos de la conquista.
En cuanto a la muerte nada le ofende más que una traición, su probada especialidad. Así pues, marche yo a mi cita apenas halle una tumba que nadie, salvo alguno de mis antepasados, me discuta, con una lápida de mármol de la que no importa que se caiga alguna letra de mi nombre, como por descuido se cayó la «i» de la de mi abuelo.
Sí, parta yo, sin báculo ni rima, por nuestro camino primero, sin rumbo fijo ni mayor deseo de llegar: habíamos leído tantos libros que nos advertían del vacío que hay tras las cumbres que, aun no siendo del todo ajenos a la ansiedad de reconocernos en la dualidad, preferimos detenernos en las laderas. De conocerte, te habría hecho mío; de conocerme, me habrías hecho tuyo; y ni yo habría sido yo, ni tú tú.
Fue por cuestión de ritmo por lo que llamamos «ladera» a la sima que había entre nosotros. Y atribuimos a los libros que habíamos leído nuestra incapacidad para conquistar cumbres que se asoman al vacío y prueban la existencia. ¡Oh amigo mío, oh mi «yo» dormido sobre el albo despuntar de una eternidad, sobre la eternidad que se insinúa en una albura tras la cual ya no hay color! ¿Con cuál de tus significados le daría yo forma apropiada a un absurdo blanco? ¿Con qué forma protegería del polvo tu significado… si nuestro viaje dura menos que la homilía de un cura en una iglesia perdida, cualquier domingo, con nadie a salvo de la cólera de los dioses?
Aquí estás tú, amortajado ante mí, quiero decir, en mi texto, que no tiene por qué saber del origen de cada tropo, del nexo oculto entre una tierra pía y un cielo pagano. Las nubes van y vienen de acá para allá, en compañía de una luna de pétreo secreto público que no es obstáculo para que recordemos los amores pasados. Como no lo es el corazón reseco para que se nos quite el reúma al revivir cómo nos tumbábamos en la hierba, boca arriba, igual que tú lo estás ahora, amortajado ante mí en mi texto que un mañana personal no dejará en entredicho, y no porque las palabras sean atinadas o justas, sino porque relatarán, dejándonos de amigos y enemigos y resumiendo, que dos viajeros, tú y yo, nunca se separaron, ni en el camino ni en el espejo, salvo en aquellos instantes en que constataron que la hembra puede al macho /
Como quiera que el hombre ve su alma en los destellos del relámpago, pura y limpia del vicio de establecer símiles con la no muerte vivificadora y la no vida vivida a expensas del enamorado del inmenso amor entre las criaturas y el creador, el único paraíso que existe, manifiesto a los sentidos y a la intuición, es la amada, y el desengaño del enamorado el único infierno.
Concédeme, pues, ahora que nos separamos a las puertas de este limbo, que rompa nuestras reglas del juego. Que no se sepa quién de nosotros -tú, yo o la muerte- ha ganado o perdido. La suerte no está echada, venzamos los tres. El enemigo es más inteligente y astuto que nosotros. Nada contraría tanto a la derrota como esta simple constatación, oh amigo que te pierdes por una antítesis, que todo lo das por una nadería justa con la que el alma aprenda a ser tolerante y disfrute de la dicha de verse en los brillos risueños del agua, que echas a volar convertido en mil mariposas para crear poesía a partir de todo lo vivo. Pues la levedad, como el rocío, vence a los minerales, es la virgen del tiempo que enseña a la bestia a tocar la flauta /
Sólo haces las paces por ese motivo tan impreciso, y no te arrepientes de una guerra que te hizo madurar como agosto a las granadas en las laderas de los montes saqueados: ningún otro infierno te espera. Lo que fue tuyo será tu infierno.
Defenderás una a una las letras de tu nombre, como hace una gata con sus crías. Harás lo que tienes que hacer: defender el derecho de la ventana a mirar al que pasa. No te ensañes contigo porque no tengas pruebas: el aire es el aire, no necesita pruebas de limpieza de sangre. No te arrepientas… no lamentes haberte quedado dormido y que dejaras de apuntar el nombre de algún invasor en el libro de arena. Las hormigas escriben y la lluvia borra. Ni lamentes que al despertar repararas en que habías estado soñando y que no habías preguntado a nadie si era un pirata, cuando a ti sí te lo habían preguntado. ¿Por qué habría de armarse de legajos y fusiles la evidencia si le basta con aperos de madera, cántaros, un aceite que alumbra sin mecha, un corán, ristras de pimientos y okras y un caballo que no guerrea? /
No reproches a tus mayores que te legaran su mirar inocente a las colinas cuando el cielo limpio aún no podía inspirarte y sólo sabías contar las estrellas con los dedos. ¿No es hora ya de que presentes pruebas, las pruebas ansiosas del botín de la evidencia, como ansía el pirata un barco a la deriva? Pero la evidencia está inerme, como una gacela cazada a traición, como tú, igual que tú, en este yacimiento de arqueólogos bien pertrechados que no paran de preguntarte quién eres. Y tú te palpas los miembros uno a uno y dices: Yo soy yo. Ellos dicen: ¿Tienes pruebas? Dices: Yo soy la prueba. Dicen: Eso no basta, necesitamos una tacha… Dices: Yo soy la perfección y la tacha. A lo que dijeron: Di que eres una piedra y detendremos las excavaciones. A lo que dijiste: «Ojalá el joven fuera piedra», pero no te entendieron.
Te sacaron del yacimiento. Pero tu sombra ni te siguió ni se escabulló. Se quedó clavada en el suelo, petrificada, y más tarde verdeció como una brizna de sésamo, verde de día, azul de noche. Luego creció y ganó la altura de un sauce, verde de día, azul de noche/
Siempre que te alejes, te acercarás / y siempre que te maten, vivirás / pero no te pienses muerto allí / y vivo aquí / Nada demuestra esto o aquello sino el tropo / El tropo que enseña a los seres a jugar con las palabras / El tropo que hace de la sombra geografía / El tropo que ha de reunirte con tu nombre / Levántate y los tuyos contigo / más alto y más lejos de lo que a ti y a mí nos destinaron las leyendas / Escribe tú mismo la historia de tu corazón / desde que Adán se enamoró / hasta que tu pueblo resucitó / Escribe tú mismo la historia de los de tu índole / desde que el mar te insufló ritmo y respiración / hasta que a mí regresaste vivo / Pues aquí estás ante mí amortajado / como una rima trunca que frena la carrera de mi texto hacia ti / Yo soy agente y paciente de la elegía / Seme para que yo te sea / Ponte en pie para que cargue contigo / Acércate a mí para que te conozca / Aléjate de mí para que te conozca.
© Mahmoud Darwish
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