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La islamofobia y el islamofascismo

islamofobia

Disculpen la enésima paráfrasis, pero hay nuevos fantasmas que recorren Europa.

Bueno, no tan nuevos, pero después de los ataques en París rondan recargados de fuerzas nuevas, dominando la agenda oficial.

Y sus nombres son: la islamofobia (cuyo trato varía desde ninguneo, verdadero motivo de preocupación, hasta una legítima reacción a la amenaza musulmana) y el islamofascismo (léase: fundamentalismo/yihadismo).

Era de esperar. Algo de veras huele mal. Sólo que en las entrañas del mismo viejo continente, donde se descomponen la democracia liberal con su modelo de (no)representación política y el sistema capitalista-neoliberal, con su modelo de inclusión – pardon, exclusión– social.

Un fétido viento de racismo recorre Europa, escribe Shlomo Sand, académico israelí que vivió años en Francia, apuntando a inmigrantes musulmanes relegados a los peores empleos y a la vida en guetos ( Counterpunch, 16-18/1/15).

Alain Gresh, de Le Monde diplomatique, es aún más categórico: Islamofobia empieza a ser un racismo no declarado del Estado francés ( Middle East Eye, 14/1/15). Solo el premier Manuel Valls no está enterado: para él no existe islamofobia; es un término del que abusan los apologetas del islam para acallar las legítimas críticas a esa religión (sic), dice colgándose del debate suscitado hace tiempo por Salman Rushdie (véase: The Atlantic, 16/1/15).

¡Qué chulo! Algo que con el… antisemitismo –recordemos–, un término del que abusan los apologetas de Israel para acallar las legítimas críticas al sionismo (pero que sí existe).

¡Doble estándar at its best!

Algo de lo que pecaba también… Charlie Hebdo (sic) nutriéndose de asociaciones fáciles islam/terror, cuando ya nadie se atreve a hacer lo mismo con el cliché judaísmo/dinero (Sand dixit).

No es el único cambio: hoy islamofobia –reconocida por la ONU como una forma de racismo (¿ve, monsieur Valls?)– parece sustituir al antisemitismo (mejor: antijudaísmo) en su papel sistémico de un recipiente vacío para depositar el descontento por la crisis económica y el avance del capital.

También funciona en otros niveles:

a) Como herramienta del imperialismo post-89 (en vez de anticomunismo), mecanismo estratégico de odio y deshumanización de los musulmanes; b) parte del discurso antiterrorista post-9/11 y del aparato represivo interno (Arun Kundnani, The muslims are coming!: islamophobia, extremism, and the domestic war on terror, 2014), y c) bandera de xenofobia –otra vez en lugar de antijudaísmo–, hoy centrada en los migrantes-musulmanes, un cuerpo extraño en la civilización judeo-cristiana (¡sic!), que sustituye el enfoque biológico nazi por uno cultural (Pegida/Alemania, Frente Nacional/Francia, etc.).

Uno de los motivos de François Hollande para abrazar el nuevo papel de presidente de guerra (bueno, no tan nuevo: miremos la escala del intervencionismo francés…) es controlar y gobernar estos miedos (y neutralizar la base del FN). Pero así sólo le tiende la mano al fascismo –según Jacques Rancière, no hace falta que el FN despliegue una estrategia determinada: el Estado ya lo hace por ellos– y cava cada vez más honda la tumba de la socialdemocracia.

Leída en esta clave la nueva novela del islamófobo confeso Michel Houellebecq – Sumisión (2014)…, lo que en árabe quiere decir islam– cuya primera edición coincidió con los atentados, resulta bastante interesante. Su distopía –donde el país se convierte en un régimen islámico tras las elecciones en 2022– puede desarrollarse solo en una Francia como la de hoy: gobernada por la socialdemocracia agonizante, sumergida en el marasmo, sin una verdadera izquierda, dónde el único elemento vital son los identitarios y/o religiosos.

Pero para que no quede duda acerca de su reaccionismo, Houellebecq no abandona el papel de vocero de la ideología: Islamofobia no es una forma de racismo, repite ( El País, 8/1/15). ¿Y el islamofascismo? Igual que islamofobia, es producto del cambio post-89.

Acuñado en Gran Bretaña, fue popularizado en Estados Unidos por Christopher Hitchens, llegando a ser parte del discurso del mismo George W. Bush, que legitimaba su guerra al terror usando la ecuación fundamentalismo=totalitarismo y metiendo en el mismo saco a Al Qaeda, Hermanos Musulmanes o Hamas, herederos de nazismo y comunismo a la vez –¡sic!– (Stefan Durand, en: Le Monde diplomatique, ed. polaca, 10/06). También hoy sigue siendo la herramienta del imperialismo para justificar las intervenciones en cualquier sociedad retrógrada (Alex Callinicos, en: Socialist Worker, 13/1/15).

En este sentido, extraña que ante la a-histórica táctica de nazificiación del enemigo sucumbiera también –como Hitchens– Umberto Eco, que habla de ISIS como nuevo nazismo ( La Jornada, 9/1/15).

De veras: ni ISIS ni Al Qaeda –laxas redes y alianzas– tienen nada del fascismo/nazismo si recordamos bien sus orígenes y anatomía (véase: Enzo Traverso, La violencia nazi, una genealogía europea, 2003).

Lo más cercano fueron tal vez Saddam o Kadafi ( vide: el aparato estatal, etc.), removidos, de hecho, por Occidente para abrir el campo a… los mismos dizque islamofascistas, o incluso hoy Erdogan en Turquía (véase: Telesur, 26/1/15).

Pero islamofascismo funciona también como parte del discurso crítico que apunta al vacío dejado por la izquierda secular en Medio Oriente y ocupado por fascistas religiosos (véase: Slavoj Zizek, en In These Times, 23/8/13), análisis que aplica también al auge de la derecha y falta de la izquierda en Europa.

Como en Francia, atrapada entre los neo-pétainistas con su islamofobia y los islamofascistas (fundamentalistas –o musulmanes en general– cuyo peso político es muy exagerado), ambos síntomas de la crisis de la democracia liberal. Houllebecq puede tener razón caricaturizando la condición actual de Francia, pero se equivoca en su visión del futuro (que sólo calienta la campaña del FN); si todo sigue igual, el próximo presidente no será un musulmán, sino un fascista. Por más atentados yihadistas en el suelo europeo, la verdadera amenaza para el viejo continente siempre fue –y sigue siendo– la extrema derecha.

Por Maciek Wisniewski
Periodista polaco
Con información de : La Jornada

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