Juana Dib,a los 90 años,presenta su onceavo libro
Veinte semblanzas donde la escritora vuelca todo el esplendor de su poesía.
Con 90 años, Juana Dib no ha olvidado las recetas heredadas de su madre -que todavía prepara algunas mañanas- ni los primeros versos que recitó a los 6 años en el colegio, un 25 de mayo: «Yo tenía puesto un vestidito rojo y el poema era horroroso -recuerda y lo repite como si lo hubiera memorizado ayer-: «Suena el clarín, ruge el cañón al son del himno. Los corazones saludan todos al mismo son»».
Juana es descendiente de sirios y conserva en la memoria fotogramas intactos del pasado. Pero junto a las verdades simples de su vida atesora un mundo exótico y lejano que nunca palpó pero que también se aprendió de memoria.
La ex maestra que enseñó, leyó, bordó y cuidó a sus padres la mayor parte de sus días, es capaz de describir con lujo de detalles la Ciudad Redonda de Bagdad, construida en el año 800 por la dinastía Abasí para el califa. Sabe del diván donde Harún-ar Rachid recibía a los grandes poetas de su tiempo. Y sabe del «árbol de dieciocho ramas de oro y plata que derramaba perfume de almizcle y de rosas«. Y evidentemente sabe porque, aunque poco y nada se movió de su casa, la mente maravillosa de Juana Dib no ha dejado de volar, de buscar y de crear desde que recitó aquel poema horrendo, a los 6 años, en un acto escolar.
La muestra de su energía inagotable: Hierro dulce, el libro de semblanzas poéticas que la escritora presentará hoy a las 19.30, en la Cultura (Caseros 460). Se referirán a la obra dos de las homenajeadas en el texto: Rosa Machado y Teresa Leonardi.
«Escribo sobre personas que me dicen algo con sus vidas. Por ejemplo, le dedico un poema a Teresa Leonardi, que siempre ha sido ejemplo de coherencia y de principios», comentó la escritora. También son destinatarios de sus versos Walter Adet, Benjamín Toro, Nínawa Daher, Leonor Villada y Liliana Bellone, entre otros.
En muchas de las semblanzas de Hierro dulce la autora ha incluido retacitos de su vida, tan llena de ausencias, de generosidad y de certezas.
– ¿Vivió como quería?
– Es difícil pensar que una mujer que no ha tenido hijos pueda sentirse realizada en la vida. Siento eso porque para la cultura árabe el eje de todo es la familia. Yo no he sido de fiestas; jamás en la vida me he comprado un collar. Mi centro vital fue mi hogar. Pero bueno, eran otros tiempos. En mi casa éramos nueve hermanos; hoy hay siete sillas vacías.
– ¿Cree que habrá un reencuentro?
– Creo que después de la muerte no pasa absolutamente nada. Y no creo en el destino, sino en la injusticia humana.
Por Fernanda Abad
Con información de El Tribuno
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