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Belisana,los elegidos y la efigie de Pyrena

efigie pyrena

Fue la Promesa de la Diosa la que dividió la semilla del manzano para que hubiesen varias flores diferentes, flores que revelarían el camino de la perfección a aquellos hombres que se entregasen a Ella y abrazasen su Culto.

Se agregó al título de la Diosa la palabra “frío”, vale decir, que Belisana era ahora “la Diosa del Fuego Frío”. Explicaron ese cambio como una revelación local de la Diosa.

Tras su arribo a la península ibérica, los Golen intentaron en numerosas ocasiones ocupar el Bosque Sagrado y controlar el Culto a la Diosa del Fuego Frío.

Hay que ver en este cambio algo más que un simple agregado de palabras: era la primera vez que en un Culto aparecía la posibilidad de enfrentar y superar al temor, es decir, al sentimiento que en todos los Cultos aseguraba la sumisión del creyente; el temor a los Dioses es un sentimiento necesario e imprescindible de mantener vivo para asegurar la autoridad terrestre de los Sacerdotes; si el hombre no les teme, al final se rebelará contra los Dioses: pero antes se sublevará contra los Sacerdotes de los Dioses.

Empero este cambio no se verá si antes no se aclara algo que hoy no es tan obvio: el hecho de que en todas las lenguas indogermánicas “frío” y “miedo” tienen la misma raíz, lo que aún puede intuirse, por ejemplo, en escalo-frío (de terror).

Pues bien, en aquel entonces, la palabra “frío” era sinónima de “terror” y, en consecuencia, lo que significaba el nuevo Culto era que un terror sin nombre se instalaría en el corazón del creyente como “Gracia de la Diosa”; y que ese terror causaría su perfección.

Así Belisana, la Diosa del Fuego Frío, se había convertido también en la “Diosa del Terror”, un título que, aunque los Señores de Tharsis no podían saberlo, perteneció en remotísimos tiempos a la misma Diosa, pues a la esposa de Navután se la conoció igualmente como “Frya, La Que Infunde Terror al Alma y Socorro al Espíritu”.

Tras su arribo a la península ibérica, los Golen intentaron en numerosas ocasiones ocupar el Bosque Sagrado y controlar el Culto a la Diosa del Fuego Frío, pero siempre fueron rechazados por la celosa y obstinada locura mística de los Señores de Tharsis.

La reacción de los Golen desencadenó aquella campaña internacional alentando la conquista de Tharsis que culminó en el peligroso intento de invasión fenicia desde las Baleares y Gades, o Cádiz.

Pero los Señores de Tharsis convocaron a los lidios e hicieron desistir a los fenicios de su proyecto conquistador por lo menos por los siguientes cuatro siglos.

De la alianza entre iberos y lidios surgió el “Imperio de Tartessos”, que pronto se expandió por toda Andalucía, la “Tartéside”, y privó a los fenicios de colonias costeras en su territorio.

Las Baleares y la isla de León, asiento de Gades, quedaron aisladas de tierra firme pues los tartesios sólo les permitieron mantener un comercio exiguo a través de sus propios puertos.

¿Cuál sería la siguiente reacción de los Golen frente a ese poderío que se desarrollaba fuera de su control y que frustraba todos sus planes? (sólo hay que recordar que los lidios eran más “cultos” que los iberos, es decir, más civilizados culturalmente, en tanto que los más “incultos” iberos, es decir, más bárbaros, estaban más “cultivados” espiritualmente que los lidios, poseían más Sabiduría que conocimiento).

Esas diferencias ocasionarían que los Príncipes lidios, ahora de la misma familia de los Señores de Tharsis, aceptasen sin profundizar el significado esotérico del Culto a la Diosa del Fuego Frío, que en adelante se denominaría por común acuerdo “Pyrena”, y empleasen todo su esfuerzo en perfeccionar la forma exotérica del Culto.

Tal aplicación va siempre en perjuicio de la parte esotérica y, como no podía ser de otra manera, a la larga iba a resultar fatal para los tartesios.

Los lidios, como en otras industrias, eran hábiles artesanos de la piedra.

Decidieron, ante el horror de sus parientes iberos que nada podían hacer para impedirlo, tallar el meñir del Bosque Sagrado con la Figura de Pyrena; la escultura contribuiría a sostener el Culto, explicaban, pues el pueblo lidio necesitaba una imagen más concreta de la Diosa: su representación como Flama era demasiado abstracta para ellos.

Trabajaron dos Maestros escultores en la talla, uno para esculpir el Rostro y otro las guedejas serpentinas, en tanto que tres ayudantes se ocupaban de practicar el hueco de la nuca, conectado con los Ojos de la Diosa.

La obra no estuvo lista antes de cinco años pues, aún cuando las herramientas de hierro de los lidios permitieron adelantar mucho de entrada, la terminación pulida que pretendían les demandó largos años de trabajo: en verdad, los tartesios continuarían puliendo durante décadas la Cabeza de Pyrena, hasta dotarla de un impresionante realismo.

Además de los tartesios, orgullosos depositarios de la Promesa de la Diosa, hombres pertenecientes a mil pueblos diferentes peregrinaban hasta el “Bosque Sagrado de Tartéside” para asistir al Ritual del Fuego Frío: entre otros, acudían los iberos y ligures desde todos los rincones de la península, y los brillantes pelasgos desde Etruria, y los corpulentos bereberes de Libia, y los silenciosos espartanos de Laconia, y los tatuados pictos de Albión, etc.

Y todos los que llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir.

A morir, sí, porque ésa era la condición de la Promesa, el requisito de Su Gracia: como todos sus adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de convertir al hombre en un Dios, de elevarlo al Cielo de los Dioses; mas, como todos también sabían, los raros Elegidos que Ella aceptaba debían pasar previamente por la Prueba del Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su Mirada Mortal; y esta experiencia generalmente acababa con la muerte física del Elegido.

De acuerdo con lo que sabían sus adeptos, y sin que tal certeza afectase un ápice la fascinación por Ella, muchos más eran los Elegidos que habían muerto que los comprobadamente renacidos; los que recibían Su Mirada Mortal de cierto que caían; y muchos, la mayoría, jamás se levantaban; pero algunos sí lo hacían: y esa remota posibilidad era más que suficiente para que los adoradores de la Diosa decidiesen arriesgarlo todo.

Los que se despertasen de la Muerte serían quienes verdaderamente habían entregado sus corazones al Fuego Frío de la Diosa y a los que Ella recompensaría tomándolos por Esposos: por Su Gracia, al revivir, el Elegido ya no sería un ser humano de carne y hueso sino un Hombre de Piedra Inmortal, un Hijo de la Muerte.

Estos títulos al principio constituyeron un enigma para los Señores de Tharsis, que fueron quienes introdujeron la Reforma del Fuego Frío en el Antiguo Culto a Belisana.

En la época en que no se celebraba el Ritual del Fuego Frío, los Hierofantes tartesios permitían a los peregrinos llegar hasta el claro del Bosque Sagrado y contemplar la colosal efigie de Pyrena; allí podrían depositar sus ofrendas y reflexionar si estaban dispuestos a afrontar la Muerte de la Prueba del Fuego Frío o si preferían regresar a la ilusoria realidad de sus vidas comunes.

Por el momento la Diosa no podía dañarlos pues Sus Ojos estaban cerrados y a nadie comunicaba Su Señal de Muerte.

Pero, no obstante tal convicción, muchos quedaban helados de espanto frente al Antiguo Rostro Revelado y no eran menos los que huían al punto o morían allí mismo de terror.

Quien lograba reponerse de la impresión inicial, y reparaba en los detalles del insólito Rostro, tenía que apelar a todas sus fuerzas a fin de no ser ganado, más tarde o más temprano, por el pánico.

Lo que tenían enfrente no era una mera representación de piedra inerte sino la Imagen Viva de la Diosa: Pyrena se manifestaba en el Rostro y el Rostro participaba de Ella.

Y era aquel Rostro hierático lo que quitaba el aliento.

Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un poderoso acto de abstracción, separar la Cara, de la Cabeza de la Diosa, la habría encontrado de facciones bellas; en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra, por la forma de los rasgos era indudable la pertenencia a la Raza Blanca; en siguiente orden, cabría reconocer en el semblante general una belleza arquetípica indogermánica o directamente aria: Ovalo de la Cara rectangular; Frente amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los Párpados, puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban por la expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y proporcionada; Mentón firme y prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca, con el labio inferior más grueso y algo más saliente que el superior, era quizá la nota más hermosa: estaba levemente abierta y curvada en una Sonrisa apenas esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía.

Naturalmente, quien careciese del poder de abstracción necesario, no advertiría ninguno de los caracteres señalados.

Por el contrario, sin dudas toda su atención sería absorbida de entrada por el Cabello de la Diosa; y esa observación primera seguramente neutralizaría el juicio estético anterior: al contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa presentaba aquel aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes.

Pero ¿qué había en Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente habituados al peligro?

Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional.

Su Cabellera se componía de dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta longitud, caían a ambos lados de la Cara y otras dos, mucho más pequeñas, se erizaban sobre la frente.

Cada par de las ocho Serpientes estaban a la misma altura: dos a la altura de los Ojos, dos a la de la Nariz, dos a la de la Boca y dos a la del Mentón; emergiendo de un nivel anterior de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían y situaban sus cabezas entre las anteriores.

Y cada Serpiente, al separarse de las restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos curvas contrapuestas, como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente movimiento: el ataque mortal. Y las dos Serpientes de la Frente, pese a ser más pequeñas, también evidenciaban idéntica actitud agresiva.

En resumen, al admirar de Frente el Rostro de la Sonriente Diosa, emergía con fuerza el arco de las dieciocho cabezas de Serpiente de Su Cabellera; y todas las cabezas estaban vueltas hacia adelante, acompañando con sus ojos la Mirada sin Ojos de la Diosa; y todas las cabezas tenían las fauces horriblemente abiertas, exponiendo los mortales colmillos y las abismales gargantas.

No debe sorprender, pues, que aquella impresionante aparición de la Diosa aterrorizase a sus más fieles adoradores.

Las dieciocho serpientes representaban a las letras del alfabeto tartesio,a las dieciocho Vrunas de Navután, con ellas se podía comprender el Signo del Origen y con éste a la Serpiente, máximo símbolo del conocimiento humano. 

Las dos Serpientes más pequeñas, por ejemplo, correspondían a las dos letras introducidas por los lidios y su pronunciación se mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa Luna formado por las tres vocales de los iberos.

En este caso, las dos vocales permitían conocer el Nombre que la Diosa Pyrena se daba a sí misma cuando se manifestaba como Fuego Frío en el corazón del hombre, es decir, “Yo soy” (algo así como Eu o Ey).

Todos los años, al aproximarse el solsticio de invierno, los Hierofantes determinaban el plenilunio más cercano, y, en esa noche, se celebraba en Tartessos el Ritual del Fuego Frío.

No serían muchos los Elegidos que, finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del Fuego Frío: casi siempre un grupo que se podía contar con los dedos de la mano.

El meñir estaba alineado hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que la Diosa Luna aparecería invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta alcanzar el cenit, sitio desde donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa que Mira Hacia el Oeste.

Desde el anochecer, con las miradas dirigidas hacia el Este, los Elegidos se hallaban sentados en el claro, observando el Rostro de la Diosa y, más atrás, el Manzano de Tharsis.

Cuando el Rostro Más Brillante de la Diosa Luna se posaba sobre el Bosque Sagrado, los Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas cruzadas y expresando con las manos el Mudra del Fuego Frío: en esos momentos sólo les estaba permitido masticar hojas de sauce; por lo demás, debían permanecer en rigurosa quietud.

Hasta el cenit del plenilunio, la tensión dramática crecía instante tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal intensidad que parecía que el terror de los Elegidos se extendía al medio ambiente y se tornaba respirable: no sólo se respiraba el terror sino que se lo percibía epidérmicamente, como si una Presencia pavorosa hubiese brotado de los rayos de la Luna y los oprimiese a todos con un abrazo helado y sobrecogedor.

Al comenzar la Prueba del Fuego Frío. Un Hierofante, con voz estruendosa, recita la fórmula ritual:

Oh Pyrena,
Diosa de la Muerte Sonriente
Tú que tienes la Morada
Más Allá de las Estrellas
¡Acércate a la Tierra de los Elegidos
Que Por Ti Claman!
Oh Pyrena,
Tú que antes Amabas con el Calor del Fuego a los Elegidos
y después los Matabas
¡Recuerda la Promesa!
¡Asesínalos primero con el Frío del Fuego,
Para Amarlos luego en Tu Morada!
Oh Pyrena,
¡Haz que Muera en Nosotros la Vida Cálida!
¡Haznos conocer a Kâlibur,
la Muerte Fría de Tu Mirada!
¡Y Haznos Vivir en la Muerte
Tu Vida Helada!
Oh Pyrena,
Tú que una vez Nos Concediste
la Semilla del Cereal
para Sembrar en el Surco de la Infamia,
¡Mata esa Vida Creada!
¡Y deposita en el Corazón del Elegido
la Gélida Semilla de la Piedra que Habla!
Oh Pyrena,
Diosa Blanca,
¡Muéstranos la Verdad Desnuda
por Kâlibur en Tu Mirada,
y ya no seremos Hombres sino Dioses
de Corazón de Piedra Congelada!
¡Kâlibur, Tus Elegidos Te Claman!
¡Kâlibur, Tus Elegidos Te Aman!
¡Kâlibur, Muerte Que Libera!
¡Kâlibur, Semilla de Piedra Congelada!
¡Kâlibur, Verdad Desnuda Recordada!

 N.deR.

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