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La libertad y la lluvia

 Ilustración de Roberto Maján
Ilustración de Roberto Maján

Esta entrada ha sido escrita por Mohamed Salem Abdelfatah, Ebnu, miembro del grupo de escritores la Generación de la Amistad Saharaui.

La lluvia casi siempre cae lejos, quizá es su manera de hacer que siempre estemos en movimiento. Su escasez nos despierta, nos incita a emprender la marcha, o a salir en busca de lo desconocido; nos obliga a mantener la vida. Llueve lejos, siempre lejos, como si alimentara una ilusión, nuestra esperanza. Ella juega y se esconde, ella es libre y se divierte. Le seguimos el rastro, las huellas que deja una nube peregrina, señales que sólo el corazón de un nómada percibe, interpreta: como la arena al abrigo de un pequeño arbusto, o la orientación de la entrada de un hormiguero, como una imperceptible fragancia o la fuerza del batir de unas alas de mariposa.

Un día cae, sin previo aviso, y nos precipitamos en un abrazo de humedad y tormenta…y aunque a veces nos sorprende con su cólera, nuestro amor es más grande que la rabia, los lamentos y lágrimas que su paso con dolor nos arranca.

La lluvia y la libertad, dos anhelos, dos sueños que nos acompañan y que vamos heredando generaciones tras generaciones. La lluvia, aunque tarda, suele llegar y cambiar, generalmente para bien, nuestros ánimos y renueva nuestras esperanzas. La libertad, sin embargo, sigue lejana, vedada, dolorosamente ausente.

¿Ha caído la lluvia? Pregunta que se repite por todos los caminos, en todos los encuentros, en todos los saludos.

¡Bendito sea quien tiene la respuesta afirmativa!

¡Sí, ha llovido!

(…Ha llovido también en Bashabshub

y ha llovido en las gargantas de Shergan.

Y desde allí hasta Argub

Laglat y las espaldas de Dirramán…)

El poeta, Salama Uld Ydud, en un poema conocido “Díganle a Yidehlu” anuncia la llegada de la lluvia a varios parajes del Sáhara.

En estos tiempos la llegada de la libertad, sería la mejor noticia.

¡Bendito sea quien la anuncie!

¡Una lluvia de libertad!

Mientras tanto seguimos, y aunque se hace de rogar, la lluvia cuando nos visita nos distrae, nos alienta. Y por unos breves momentos podemos sentir la pasión del efímero paso del agua, acariciando la tierra sedienta, fecundando con prisa las semillas de la espera.

Por Mohamed Salem Abdelfatah, (Ebnu)
Con información de El País

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