Martha Argerich y Daniel Barenboim: Reencuentro de dos colosos
Martha Argerich y Daniel Barenboim actuarán juntos en el Colón, en 2014, como parte de la temporada que hoy anunciará Pedro Pablo García Caffi.
La escena -pura literatura, puro cine- se ha contado decenas de veces: Martha Argerich y Daniel Barenboim se conocieron debajo de un piano. Eran apenas niños cuando, bajo la bóveda de ese instrumento, lejos de la mirada de los adultos, en la casa de un violinista amateur de origen judío llamado Rosenthal, que todos los viernes ofrecía conciertos de música de cámara, ambos compartieron los juegos de la primera infancia.
Eran niños, sí, de 6 y 7 años, pero también intérpretes precoces: en las pausas que dejaban esos placeres secretos, después de devorarse un strudel de manzana excepcional, los dos se sentaban al piano para juguetear con el teclado a modo de travesura, aunque muy pronto dieron pruebas de una temprana destreza atacando ella un estudio de Chopin («lo tocaste a una velocidad impresionante», la halagó Barenboim), y él, la Segunda s onata, de Prokofiev, y el Concierto italiano, de Bach.
No sabían entonces que estaban labrando una amistad sincera ni que a ambos aguardaba un destino artístico excepcional. Hace muy poco recordaron aquellas escenas de la niñez en una rara entrevista que concedieron juntos, poco antes de reencontrarse a mediados de septiembre tras un paréntesis de dos décadas, durante los recitales que ofrecieron en la Philharmonie y la Koncerthaus, ambas en Berlín: Argerich al piano, Barenboim como director de la orquesta de la Staatsoper. El eximio intérprete hizo referencia a la comodidad física que sintieron al tocar piano a cuatro manos, una modalidad interpretativa en la que, sin resignar la intimidad de su sonoridad, el piano despliega toda su vocación orquestal y su capacidad polifónica. Así lo entendieron compositores como Mozart, Schubert, Brahms y, ya en el siglo pasado, Fauré, Debussy, Ravel, Satie o Poulenc.
«Éramos uno», sintetizó Barenboim la experiencia de tocar a cuatro manos durante un ensayo doméstico, sin encontrar palabras más elocuentes para explicar la naturalidad y la empatía que ambos sintieron durante ese encuentro artístico. «De ahora en adelante tenemos que presentarnos juntos más a menudo», desafió en aquella entrevista concedida a la agencia alemana DPA.
No hablaba en vano. Esta tarde el Teatro Colón anunciará oficialmente la actuación conjunta de Daniel Barenboim y Martha Argerich como parte de su programa 2014. Será la primera vez que se presenten juntos en el máximo coliseo de nuestro país. Lo hicieron antes en distintas salas europeas, y, aunque no hay registro en la memoria de nadie, es probable que hayan tocado juntos en el estudio de Vicente Scaramuzza, profesor de piano de Martha y de Enrique Barenboim, el padre y primer maestro de Daniel.
La actuación conjunta será un modo, también, de restaurar las heridas que se abrieron cuando hace algún tiempo ninguno de los dos pudo presentarse en el Colón. Ella no pudo hacerlo en septiembre de 2005, cuando un conflicto gremial obligó a cancelar primero su presencia junto a la Orquesta Filarmónica y, horas más tarde, el concierto que la pianista quiso ofrecer junto a la Sinfonietta Martha Argerich; él actuó en el estadio Luna Park, en junio de 2008, al frente de la Staatskapelle Berlin, cuando aún se llevaban a cabo tareas de refacción en el escenario del coliseo, y al cabo de uno de esos conciertos hizo una fuerte y muy recordada apelación al sentido común y el compromiso de los distintos actores de la vida cultural de Buenos Aires para que depusieran vanidades e intereses políticos y recobraran la joya artística de la ciudad.
Barenboim regresó aquí en marzo de 2010 con la West-Eastern Divan Orchestra, para interpretar el ciclo de sinfonías de Beethoven. Siete años antes, el eximio conductor había fundado ese organismo musical, cuyo nombre se debe a un ciclo de poemas de Goethe, junto con el filósofo Edward Said, con el propósito de alentar la convivencia entre los pueblos palestino, árabe e israelí. Pero esa iniciativa humanista, que mereció numerosas distinciones internacionales (un Príncipe de Asturias, por lo pronto), no fue apenas una declaración de principios.
Además de su indeclinable militancia en favor de la paz entre los pueblos, Barenboim dio pruebas abundantes de su sinceridad intelectual y coraje con actuaciones de un peso moral y político que en mucho excedieron su desempeño artístico: la West-Eastern Divan Orchestra ofreció en Rabat, Marruecos, en agosto de 2003, el primer concierto en un país árabe; dos años más tarde se presentó en la ciudad palestina de Ramallah, Cisjordania. Antes, en julio de 2001, como un modo de acercar a los pueblos mucho antes que como una vana provocación, había ofrecido un fragmento de Tristán e Isolda, de Wagner, al frente de la Staatskapelle Berlin. Esos gestos de Barenboim siempre trajeron alguna polémica.
El conductor regresa ahora con la West-Eastern para presentarse el domingo 3 de agosto junto con Argerich como solista. Harán un programa con el Concierto para piano y orquesta N° 1 en Do mayor Opus 15 de Beethoven y cuatro piezas de Ravel: la Rapsodia española, la Alborada del gracioso, la Pavana para una difunta y el Bolero. Los días 11 y 13 Barenboim volverá a presentarse con ese organismo orquestal, esta vez como parte del ciclo del Mozarteum Argentino, con un programa aún sin confirmar.
El martes 5 ofrecerán un recital a dos pianos, y el lunes 11 y el miércoles 13 actuarán con la West-Eastern Divan Orchestra como parte del abono del Mozarteum Argentino.
Será sin duda uno de los grandes momentos del año musical, que merecerá la atención de la comunidad musical del mundo entero.
A modo de coda, la visita incluirá una singular experiencia entre Barenboim y el conjunto humorístico musical Les Luthiers, quienes el sábado 9 interpretarán un programa de cámara.
Con algo más de 70 años ambos, después de haberse presentado ante los auditorios más exigentes y de haber compartido escenario con los grandes nombres del género, los dos colosos de la música clásica argentina se reencuentran ahora en casa. Las sucesivas ovaciones que les dedicó el público en todo el mundo y el aplauso casi unánime de la crítica durante los últimos cincuenta años seguramente se acallarán cuando se sienten juntos al piano para ensayar un Beethoven. Hay que imaginarlos a los dos solos, codo a codo, de nuevo en Buenos Aires, perplejos y conmovidos, jugando como niños revoltosos y disfrutando en las pausas del ensayo de un fabuloso strudel de manzana que les recordará el postre legendario que les ofrecía la esposa del señor Rosenthal. Porque la música es, también, un modo de regresar a lo mejor de la infancia.
Por Víctor Hugo Ghitta
Con información de La Nación
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