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La islamofobia se extiende en Europa – Por Virginie Guiraudon*

 

PARÍS, jun (IPS) – La intolerancia religiosa es una realidad cotidiana en Europa. Tiene por objetivo principal a los musulmanes y ataca el pluralismo religioso, negándose a compartir el espacio público con religiones minoritarias o apenas tolerando prácticas consideradas “seculares”.

Quienes encarnan las voces clave de la intolerancia no son marginales ni pueden desestimarse como anticuados activistas de extrema derecha. A menudo se trata de jefes de gobierno, importantes ministros o poderosos políticos.

Sus palabras expresan una cantinela de xenofobia oficial. Sucesivas menciones del presidente francés Nicolas Sarkozy y la canciller alemana Angela Merkel sobre el fracaso del multiculturalismo en países donde esa política nunca se promovió, y el discurso de febrero del primer ministro británico David Cameron, que asoció el multiculturalismo con el terrorismo islámico, son algunos de los ejemplos más recientes.

El deseo de volver invisible el Islam no solamente ha causado discursos estigmatizantes, sino también nuevas leyes. El 29 de noviembre de 2009, 57,5 por ciento de los ciudadanos suizos optaron, en un referendo popular, por prohibir la construcción de nuevos minaretes en su país. Esto parece ser parte de una tendencia europea.

En 2004, Francia prohibió usar el “niqab”, velo tradicional islámico, en las escuelas públicas, por considerarlo un símbolo de ostentación religiosa. El 11 de abril de este año entró en vigor una nueva ley que prohíbe usar ese velo en “lugares públicos” de todo el país. Es decir, en todas partes menos en el hogar, el automóvil, el lugar de trabajo o la mezquita.

Un estudio publicado por la Open Society Foundation concluyó que menos de 2.000 mujeres cubren su rostro con ese velo en Francia. Muchas ya han sufrido insultos y, a veces, hasta acoso físico. La nueva ley solamente alentará más abusos. Sin embargo, todavía se permiten las procesiones religiosas cristianas que requieren a quienes las realizan cubrir sus rostros.

Necesitamos comprender mejor la dinámica que hay detrás de estas controversias y de las nuevas leyes que prohíben el uso de símbolos de expresión religiosa. Y debemos preguntarnos si en el espacio público de Europa existe una adecuada protección del pluralismo religioso y de la neutralidad confesional.

La extrema derecha europea ha ocupado el espacio público para afirmar agresivamente su cultura en contra de las prácticas musulmanas. Las acciones que insultan deliberadamente a los musulmanes van en aumento.

En Italia, el derechista partido Liga Norte organiza procesiones de cerdos en los sitios donde se planea construir mezquitas. En Francia, un movimiento antimusulmán que dice ser secular organiza fiestas de “salame y vino”, dirigidas contra las tradiciones islámicas que prohíben comer cerdo y beber alcohol.

El centrarse en los alimentos y el vino muestra que el temor a las amenazas a la identidad cultural originadas en la globalización está en el centro de la “nueva derecha”, como sostiene la socióloga Mabel Berezin en su libro “Illiberal Politics in Neoliberal Times” (Política intolerante en tiempos neoliberales).

La expresión religiosa se está convirtiendo otra vez en un distintivo de la identidad cultural nacional, y el discurso xenófobo que rodea al Islam parece tener un amplio atractivo. La actual generación de líderes de la extrema derecha (entre ellos Heinz-Christian Strache en Austria, Geert Wilders en Holanda, Marie Le Pen en Francia y Oskar Freysinger en Suiza) se visten con ropas nuevas.

Son más jóvenes y dicen ser progresistas mientras subvierten los símbolos y las luchas de las revoluciones de los años 60. Algunos aseguran que son feministas, que están a favor de los derechos de los homosexuales y de la libre expresión, y todos toman por blanco al Islam más que al judaísmo.

Los partidos dominantes están divididos en torno a estos temas. Luego de décadas de intentos locales y nacionales de resolver asuntos prácticos, como el espacio que se destina a los musulmanes en los cementerios y la organización de entidades musulmanas representativas, los gobiernos europeos parecen acompasar y permitir el flujo de intolerancia, prohibiendo y estigmatizando las prácticas islámicas.

En este contexto, ¿cómo se puede proteger a las religiones minoritarias en el espacio público? Históricamente la “tolerancia” de las religiones minoritarias por parte de la mayoría se asocia con el Iluminismo (siglos XVII y XVIII) y los inicios de la noción contemporánea de los derechos humanos.

Las constituciones europeas actuales también se hacen eco de las luchas del siglo XIX al promover el secularismo en el continente (aunque no en los imperios).

De todos modos, los legados de estas batallas difíciles y a veces sangrientas no están tan profundamente arraigados como podría pensarse. En las democracias liberales, los derechos fundamentales de las minorías tienden a estar protegidos de los abusos de la mayoría mediante constituciones internas y convenios internacionales como el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales.

Pero la jurisprudencia del tribunal que salvaguarda este convenio muestra que no todas las religiones reciben el mismo trato. En el célebre caso “Lautsi versus Italia”, la Gran Cámara de la Corte Europea de Derechos Humanos dictaminó en marzo de este año que la presencia de crucifijos en escuelas primarias italianas no viola el derecho a la libertad de conciencia de quienes no son cristianos.

Se trató de un triunfo para el gobierno italiano y para otros 19 gobiernos que habían urgido a ese tribunal a respetar las identidades nacionales y las tradiciones religiosas dominantes de cada uno de los estados parte del convenio.

Las religiones minoritarias todavía tienen que ganar un caso relativo a la libertad de expresión religiosa ante la Corte Europea de Derechos Humanos. Y el tribunal de la opinión pública europea parece volverse cada vez menos tolerante. La posibilidad de igualdad entre las religiones todavía está en cuestión en Europa.

* Virginie Guiraudon es investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia.

Este artículo es parte de la serie “Religión, política y espacio público”, que se realiza en colaboración con la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas y su proyecto de Expertos Mundiales (http://www.theglobalexperts.org/).

Los puntos de vista expresados en estos artículos son de los autores y no necesariamente reflejan los de la Alianza de Civilizaciones de las Naciones Unidas o de las instituciones a las que están afiliados los autores.

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