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Género y Seguridad: el papel de la mujer en la guerra

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Abuelas Kurdas en Kobane

¿Es verdad que tenemos una imagen de la guerra relacionada con la masculinidad y por eso vemos a los hombres como héroes al luchar para defender su nación y su honor? A lo largo de la historia hemos visto muchos ejemplos de conflictos armados en los que los hombres parecían estar intrínsecamente implicados en el conflicto. Entonces, ¿podemos decir que está el hombre hecho para la guerra o son los hombres y las mujeres capaces de participar en el conflicto por su propia naturaleza?

El análisis del género es un fenómeno relativamente nuevo en los estudios de seguridad internacional. Teóricos de las relaciones internacionales junto con analistas de seguridad rara vez admiten que el género sea un componente importante para el estado, el sistema internacional o la seguridad global. Pero por otro lado, analistas feministas se han dispuesto a responder a la pregunta de en qué punto se encuentran las mujeres en la seguridad y han visto que sus experiencias en relación con las fuerzas armadas y el conflicto son a menudo muy diferentes a las de los hombres. ¿Pueden las mujeres luchar? ¿Podrían las mujeres ser consideradas heroínas tras sobrevivir al cautiverio? ¿Perciben las mujeres el conflicto del mismo modo que los hombres? Son algunas de las preguntas que nos disponemos a contestar.

Biología y seguridad: aspectos discursivos

Cuando hablamos de género y seguridad, vemos cómo los aspectos prácticos son ejemplificados por el papel concreto de las mujeres en las fuerzas armadas o como víctimas, espectadoras o ayudantes en el conflicto militar en general, y estos aspectos prácticos derivan de los aspectos discursivos, es decir, las concepciones sociales trazadas por las conexiones entre las nociones de militarismo y masculinidad por un lado, y la crianza, la paz y la feminidad por el otro.

Mientras que hoy en día en varios estados las mujeres se consideran legitimadas para llevar a cabo la acción militar, la tarea principal de definir y defender la seguridad del estado se sigue viendo como trabajo de los hombres. Históricamente, la guerra y el combate han representado las más altas aspiraciones de los miembros masculinos de las élites políticas, sociales y culturales, y la guerra se asociaba y se sigue asociando con los valores masculinos como la fuerza física, el honor y el coraje. En la antigua Grecia, el entrenamiento militar era considerado como un requisito, una etapa necesaria para alcanzar la madurez masculina. En algunas sociedades, los hombres que no querían o no podían luchar eran clasificados como “mujeres” y algunos incluso eran obligados a ponerse vestidos como muestra de su debilidad. De hecho, recientemente se ha descubierto que a los prisioneros sospechosos de terrorismo de las prisiones de Abu Ghraib o Guantánamo se les obligaba a llevar atuendo femenino como signo de humillación. El hecho de sacrificar la vida por la patria en la guerra era antaño considerado como la forma más alta de patriotismo, mientras que la muestra de temor o la negativa a participar en el combate se consideraban actos de debilidad que hacían que “el hombre fuera menos macho de lo que debía ser”.

Las mujeres, en contraste con los hombres, durante mucho tiempo han sido consideradas como cuidadoras de los más jóvenes y fuente de vida, lo que muestra una polarización entre los sexos en el ámbito de la seguridad. De todas formas, éstas también han llegado a tener otras conexiones diferentes con la guerra, pues con frecuencia han sido representadas como botín. Esta percepción de la mujer como botín de guerra es consistente históricamente con la condición jurídica de la misma, pues se les consideraba como de la propiedad del hombre y así, la violación como arma de guerra era percibida como un ataque al estado masculino, y no a la mujer en sí misma. La violación parece haber sido utilizada como táctica de guerra para la humillación y la desmoralización del enemigo. Para llegar a entender la simbología de este acto en el conflicto, vemos que violaciones en masa eran perpetradas por el Ejército Rojo a medida que avanzaba en las ciudades alemanas en la primavera de 1945, no sólo como una herramienta de venganza, sino como una manera de socavar la población masculina que quedaba en las ciudades. Estudiosos también examinan el uso de la violación como una supuesta táctica de guerra perpetrada por soldados serbios y croatas durante el conflicto de los Balcanes. Más recientemente también hemos oído hablar de delitos de humillación sexual perpetrados por soldados estadounidenses a prisioneros de guerra iraquíes.

Finalmente, hay que decir que la aparición de la mujer en la literatura de guerra como luchadora y no como botín es algo poco habitual, y debemos destacar que en esas pocas ocasiones, éstas adquieren ciertas características de la masculinidad para llegar al liderazgo político, como por ejemplo ocurre con las amazonas, Boudica o Juana de Arco.

Las mujeres soldado: el rol de la mujer en la historia del conflicto

Al igual que las civilizaciones medievales otorgaban un gran respeto a los ciudadanos que se habían puesto a prueba a sí mismos en la batalla, a día de hoy, ser veterano de guerra todavía es una marca especial de respeto en la sociedad moderna, y éste es un honor que en general es negado a las mujeres, que tradicionalmente han sido consideradas como no aptas o inadecuadas para ostentar altos cargos militares o manejar cuestiones de seguridad nacional. Si las mujeres rara vez eran guerreras, poco probable era que fueran jefas de la CIA o del Comando Aéreo Estratégico, y si antaño eran los hombres quienes dirigían los ejércitos, hoy siguen siendo predominantemente ellos quienes todavía actúan como jefes de las fuerzas armadas, servicios de inteligencia e industrias nucleares. Las mujeres, por su parte, han sido empleadas como espías o agentes especiales en unidades de inteligencia, generalmente capaces de engañar a los hombres mediante el uso de favores sexuales. Este es el caso de Margaretha Geertruida Zelle, más conocida como Mata Hari, una famosa bailarina, actriz y espía, condenada a muerte por espionaje y ejecutada por fusilamiento en 1917, durante la I Guerra Mundial.

Cabe destacar que en la Primera Guerra Mundial la única nación en desplegar tropas de combate femenino en un número importante fue Rusia. En 1917, el gobierno provisional planteó una serie de “Batallones de la Mujer”, con Bochkareva al mando de la unidad, aunque finalmente éstos fueron disueltos antes de fin de año. Más adelante, en la Segunda Guerra Mundial, todas las principales naciones vistieron a sus mujeres con uniforme, aunque la gran mayoría realizaba funciones de enfermería, administrativas o de apoyo. Aun así, más de 500.000 tenían funciones de combate en unidades antiaéreas en Gran Bretaña y Alemania, y las unidades de primera línea en Rusia.

En el occidente de los años sesenta y con el auge del Movimiento Feminista, las demandas de inclusión de la mujer en las fuerzas armadas se intensificaron, se reivindicaba el derecho a participar en el combate, el derecho a luchar, puesto que se tenía la convicción de que la participación femenina en la guerra avanzaría aún más su posición en un sentido general. Aquellos que apoyaban la participación de las mujeres en el combate argumentaban que, aparte de ser una cuestión de derechos políticos, los hombres que servían y sirven en el ejército de los Estados Unidos disfrutaban de una serie de beneficios económicos, como la asistencia médica gratuita y otras prestaciones que eran denegadas a las mujeres. Otro punto a destacar es que, aunque varias mujeres han llegado a morir en tiempos de conflicto al servicio del estado a lo largo de la historia, los monumentos de guerra rara vez llevan esos nombres. En 1995, en reconocimiento a este asunto, Estados Unidos dedicó un monumento en el Cementerio Nacional de Arlington a aquellas mujeres que habían servido en el ejército de la Guerra Civil de Estados Unidos, así como en el conflicto del Golfo.

En los Estados Unidos se ha llegado a sugerir que los políticos que no han servido en las fuerzas armadas encuentran mayores obstáculos para llegar al poder, pues los ex generales son considerados “carne de presidencia”, cosa que hasta los años setenta fue vetado a las mujeres. Algunos políticos estadounidenses han llegado a postular un cargo sobre la base de sus honores de guerra; el mismo John McCain argumentó que su propia experiencia como veterano en Vietnam le sirvió para acercarlo al poder y George Bush, a pesar de no haber participado en ninguna guerra, se publicitaba a menudo con fotografías vistiendo atuendo militar.

La construcción de un estado de seguridad masculino no es accidental, pues requiere, por una parte, de la voluntad de los hombres de ganarse sus credenciales de virilidad mediante el alistamiento como soldados, así como que las mujeres acepten hipótesis particulares acerca de la maternidad, el matrimonio y la sumisión. Creemos que esta formulación es importante porque ayuda a explicar el por qué, a pesar de que las mujeres en la segunda parte del siglo XX se integraban paulatinamente en la mayoría de las instituciones del estado, el ejército y la guerra permanecieron predominantemente de dominio exclusivo de los hombres. En Occidente se han sostenido tradicionalmente concepciones militarizadas de la ciudadanía, pues las diferentes categorías de ciudadanos surgen de las clases excluidas del servicio militar: los muy jóvenes, los ancianos, los discapacitados, y en algunas sociedades los homosexuales, quedan excluidos del combate.

Un estudio llevado a cabo por la socióloga estadounidense Jennifer M. Silva en 2008 nos revela cómo es la experiencia de cadetes femeninas en relación con las fuerzas armadas y el conflicto a día de hoy. Éste reveló que las mujeres veían el entrenamiento militar como una “oportunidad para ser fuerte, enérgica y hábil” y veían dicha formación como “un escape a algunos de los aspectos negativos de la feminidad tradicional”. El estudio afirma que las cadetes femeninas “eran muy conscientes sobre su condición de mujeres al realizar tareas tradicionalmente vistas como trabajo de hombres y que a menudo sentían que tenían que demostrar constantemente que eran capaces”. El estudio de Silva destapó cómo las cadetes perciben hoy en día la diferencia de género. En palabras de una cadete: “Aquí está la broma de que una mujer en la Armada es o bien puta o bien lesbiana, y si eres severa con tu gente entonces eres una perra, pero si eres un chico y eres estricto es como, wow, lo respeto por ser un buen líder”. De las cadetes femeninas entrevistadas por Silva, un 84% dijo que no querían una carrera militar, ya que interferiría con la posibilidad de casarse y tener hijos.

La mujer como víctima en la guerra

Un reciente estudio sobre cómo las mujeres son tratadas tanto durante como después de la guerra demuestra la relación ambigua que puede existir entre las fuerzas armadas y las mujeres civiles. Mientras que las mujeres a menudo han sido víctimas de violencia por parte del enemigo durante el conflicto, como hemos visto, éstas también llegan a sufrir violencia a manos de sus supuestos protectores. En 2008 los informes de Amnistía Internacional, por ejemplo, proporcionaron pruebas sobre la conducta brutal de las tropas de ambos bandos de las guerras civiles del África Occidental, incluyendo la brutalidad de los soldados encargados de mantener la paz. El estudio también examina las guerras de los Balcanes, así como la primera guerra del Golfo, que han puesto de manifiesto la violencia ejercida contra las mujeres por parte de soldados que regresaban a casa tras el trauma del conflicto. Un dato importante a recalcar es que la violencia contra las mujeres es más frecuente en las sociedades militarizadas y que la idea de que las mujeres y los niños son protegidos por soldados varones, debe ser reexaminada.

¿Son entonces las mujeres doblemente discriminadas durante el conflicto? Por otro lado, las mujeres no sólo son propensas a ser víctimas de guerra como víctimas indirectas, sino que la política de la misma guerra está dirigida específicamente a las mujeres en términos de violación, genocidio o abuso sexual. Aunque comunidades enteras sufren las consecuencias de los conflictos armados, las mujeres y las niñas se ven particularmente afectadas debido a su condición jurídica y social. Es importante entender que el valor que se asigna a las mujeres en la sociedad puede, como en los casos de las guerras de los Balcanes y más recientemente en Afganistán y Pakistán, hacerlas susceptibles al ataque y el abuso o de lo contrario otorgarles un estatus de paridad.

El rescate de Jessica Lynch, soldado estadounidense secuestrada en la guerra de Iraq. Tras sobrevivir al cautiverio, se le fue otorgada la condición de heroína por parte del gobierno de EEUU.

Es importante explicar que durante la historia la mujer ha sido utilizada en virtud de su biología para promover ciertos objetivos de seguridad estatal. Si bien las mujeres participaron en las tropas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial, una vez que ésta llegó a su fin, el 90% de ellas fue removido y el acceso a las nuevas aspirantes era denegado. Tras el conflicto la URSS alentó a las mujeres a tener un alto número de niños, pues sufría una grave crisis demográfica a causa de las numerosas muertes que la guerra había dejado. Las mujeres prestaban un servicio funcional y biológico al estado.

Por otra parte, a día de hoy las mujeres son consideradas miembros plenos de la sociedad, y entonces emerge su correspondiente deber de cumplir con las obligaciones planteadas por el Estado. Siguiendo este argumento, las mujeres son plenamente aptas para el servicio militar, pero aún así siguen siendo excluidas de los más altos cargos de las fuerzas armadas. La relación entre el hombre, el estado y la guerra debe ser desglosada y discutida. La igualdad de la mujer debe lograrse en la educación, en las instituciones sociales, y en el lugar de trabajo y luego a través de la realización gradual de la paridad de representación en las oficinas centrales del Estado: en el gobierno, el poder judicial y, por supuesto, en el servicio militar. El argumento era y es bien simple: los hombres han capturado el estado, por lo que las mujeres deben reclamarlo.

Finalmente, es muy importante para con este objetivo que dejemos de alimentar las características de género que relacionan el militarismo con la masculinidad y con cualidades como la fuerza, la agresividad y la violencia, pues como esperamos haber mostrado, el campo de batalla es un espacio natural para el humano, independientemente de su género.

Por Marina Romero
Con información de: El orden mundial en el S.XXI

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