Despiden a Paco de Lucía en su Algeciras natal
Rodeado de familiares y amigos y acompañado por todo un pueblo conmocionado, el guitarrista Paco de Lucía entró este sábado en el cementerio de Algeciras, su ciudad natal en el sur de España, tras un emotivo funeral marcado por la magia del flamenco.
Nuestra Señora de la Palma, una sencilla iglesia de paredes blancas ribeteadas de amarillo, se llenó de «duende», esa fuerza desgarradora que desde el corazón de los músicos alimenta el flamenco, al final del oficio.
Uno tras otro, los allegados del maestro, fallecido el martes en México, entonaron el «cante jondo» para despedir al músico que dio al flamenco proyección universal.
Fuera de la iglesia abarrotada, cientos de personas seguían el oficio bajo la lluvia desde una plaza plantada de naranjos y palmeras.
Encaramado a un muro de azulejos, un niño gitano hacía el ritmo discretamente con los pies.
«Nuestro querido hermano Paco de Lucía nos ha dejado», afimó uno de los 15 sacerdotes presentes. «Nos sentimos abrumados y no podemos encontrar palabras para expresar su pérdida», dijo desde un púlpito ornado con un paño morado y dos grandes cirios blancos.
Tras la misa, el féretro fue trasladado en un coche cubierto de flores hasta el cementerio antiguo de la ciudad, cuya verja debía cerrarse tras el cortejo de parientes y amigos, para permitir el entierro en la intimidad deseado por la familia.
Bajo los «¡Oles!» y las palmas flamencas, los restos de Paco de Lucía habían entrado en la iglesia a la una de la tarde, portados a hombros desde el ayuntamiento.
Ahí habían llegado de madrugada desde Madrid, donde miles de personas visitaron el viernes la capilla ardiente.
«¡Paco, Paco!», «Maestro dejas tu pueblo, maestro dejas tu tierra», gritaba la multitud agolpada en las calles de Algeciras, que después desfiló en silencio durante toda la noche y la mañana ante el féretro cerrado, instalado bajo un gran crucifijo dorado.
Lola León, de 58 años, recordaba haber conocido al guitarrista siendo niña, cuando ambos vivían en la Bajadilla, el barrio popular que el 21 de diciembre de 1947 vió nacer a Francisco Sánchez Gómez, más conocido como Paco de Lucía, en el seno de una familia humilde en la que todos se dedicaban al flamenco por necesidad.
Junto a ella, ofrendas de flores y velas yacían bajo una gran fotografía del maestro, aferrado a su inseparable guitarra.
Lola recordaba los conciertos improvisados de un Paco adolescente y de su gran compañero, el cantaor Camarón de la Isla, con el que formó un dúo legendario hasta la muerte de éste en 1992.
«Ellos iban a casa de un amigo y se ponían a tocar, las niñas nos sentábamos en la puerta y los escuchábamos embobadas», decía emocionada.
Otros, como Juan Sánchez, no podían contener las lágrimas. Este electricista de 49 años viajó nueve horas en coche desde Barcelona, en el noreste de España, para dar el último adiós al amigo que conoció hace más de una década en la playa algecireña del Rinconcillo.
«Pasábamos el tiempo jugando al dominó y a las cartas», decía con la voz entrecortada. «Era muy buena gente, lo daba todo, y era un gran maestro, yo aprendí a tocar escuchándolo a él», agregaba.
Paco, aquel muchacho que se ganó el apodo ‘de Lucía’ por su madre y que, adiestrado por su padre, un cantaor desconocido, a los 12 años empezó a tocar la guitarra en los «tablaos», llegó a revolucionar el flamenco con sus frenéticos punteos y sus influencias de jazz, bossa nova o música clásica.
El martes, convertido en un maestro de fama mundial, murió a los 66 años de un ataque al corazón cuando estaba con su familia en el caribe mexicano, cerca de Tulum.
«La verdad es que nadie se lo cree. Paco era un icono, un genio, siempre lo hemos tenido como a un dios que no moriría», decía el bailaor David Morales quien, como otras figuras del flamenco, entre ellas el guitarrista Tomatito y bailaor Farruquito, acudieron a despedir al compañero.
Con información de : La Jornada
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