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La ciudad de Baalbek

La ciudad de Baalbek – Una historia de más de tres mil años

Baalbek es hoy una ciudad libanesa, ubicada en el valle de la Bekaa, entre las cordilleras de Líbano y el Antilíbano, a unos 85 Km de Beirut.

Debido a su emplazamiento, entre los ríos Litani y Asi, en medio del camino de las caravanas que unían la costa cananea a la alta Mesopotamia, el corredor sirio y Egipto, así como por la prosperidad de su suelo, Baalbek tuvo un gran protagonismo en el Mundo Antiguo.

Baalbek desde el aire. Se aprecia la explanada del templo de Júpiter con las seis columnas y delante, el templo de Baco.

Esta importancia se refleja en sus magníficos monumentos, cuyas ruinas asombraron a los viajeros de ayer y de hoy.

Cuenta la leyenda libanesa que allí estaba el Paraíso Terrenal y que Adán vivió en Baalbek cuando era sólo un oasis poblado de palmeras, rodeado de montañas ricas en frondosos bosques de cedros.



También se dice que en ese lugar moró el patriarca Abraham, hasta que lo vieron montar en un caballo de fuego y desaparecer en las profundidades de la noche de Oriente.

En Baalbek, por último, Salomón habría edificado, por amor a la reina de Saba, un palacio tan magnífico como no existía en toda Asia.

Más allá de las leyendas, la ciudad de Baalbek atesora una historia de más de tres mil años, rica en odios y amores, en hazañas increíbles, en conquistas y en guerras de nunca acabar.

Su nombre significa «Ciudad de Baal», nombre derivado de una antigua asociación en la ciudad con el culto a un Baal solar local cananeo , de la tribu semita del mismo nombre , en el l II milenio al que los griegos identificaron con Helios-Apolo De ahí el nombre de Heliópolis con que la rebautizaron.

El culto a este Baal del sol y su pareja Astarté, la diosa de la fertilidad y la fecundidad del II milenio continuó en el I milenio, en la llamada «época fenicia» y llegó hasta el Imperio romano y el Cristianismo.

De aquellos templos consagrados a Baal y a Astarté poco o nada queda hoy en Baalbek. La ciudad fue conquistada – y saqueada numerosas veces – por los sucesivos conquistadores asirios, griegos (con Alejandro Magno) y romanos.

Más tarde, sería el turno de los sarracenos y de los tártaros (al mando del Gran Tamerlán).

Simultáneamente a los desastres de la guerra, Baalbek padeció una sucesión de terremotos: los más severos en 1158, 1203 y 1664, aunque particularmente devastador fue el de 1759, que dejó la ciudad sumida en tinieblas y a sus pobladores creyendo que había llegado la hora del Apocalipsis. Pero ni los invasores ni los sísmos pudieron doblegar del todo el testimonio que allí dejaron los romanos: Un legado de edificios de piedra, parcialmente destruidos, pero tan monumental y de tal tamaño como no hay otro en todo el Próximo Oriente.

En efecto, en Baalbek – y de ahí su importancia arqueológica – los Príncipes Augusto, Adriano y Caracalla (que gobernaron Roma desde los albores de nuestra era hasta el siglo III) levantaron una ciudad sagrada diez veces más grande que la de Atenas. No hay, ni siquiera en la misma Roma, construcción tan gigantesca.

Lo que quedó de todo aquello, pasados muchos se convirtió en uno de los más ricos yacimientos arqueológicos de Medio Oriente.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se constituyó paralelamente en poderoso imán turístico, que atrajo multitudes de turistas a ese bello rincón del Líbano.

Hasta 1974, medio millón de personas se acercaban anualmente a las piedras de la antigua Baalbek para extasiarse ante la contemplación de tanta maravilla. Los viejos dioses parecían conservar, aún, su poder de convocatoria. Festivales de teatro y música aprovechaban, todos los veranos, la impar escenografía de las columnas del templo de Júpiter para montar grandes espectáculos. Durante varias décadas, el Festival Internacional de Baalbek tuvo fama de saber congregar a los mejores artistas del mundo.



Pero en 1975, en la antigua morada de los dioses volvió a sonar el estruendo apocalíptico. No eran los truenos de Júpiter ni el temblor de nuevos terremotos. Eran los disparos de una guerra civil que terminaría desangrando por largos años a Líbano.

Baalbek, en mitad de una ruta estratégica, que une norte y sur, fue de nuevo el escenario de un infierno, la vieja ciudad padeció cruentos bombardeos que afectaron la estructura de sus viejos monumentos.

Con sus columnas horadadas por las balas -y hasta burdamente pintarrajeadas con graffiti-, los templos de Júpiter Heliopolitano, Venus y Baco quedaron prácticamente abandonados.

En la cercana y ya semirreconstruida Beirut, todavía se recuerda que el programa del Festival Internacional de Baalbeck 1975, que debió suspenderse por la guerra, incluía una famosa obra de Richard Wagner: la tetralogía El Ocaso de los Dioses.

Valle de la Bekaa

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