Gadafi: abandonó en la cima para volver a la pobreza
Cada lunes, miércoles y viernes, hacia las cinco de la tarde, este mecánico improvisado se levanta de su cómoda y engrasada silla de escritorio, recoge la docena de cacharros llenos de tuercas y tornillos exhibidos sobre una repisa destartalada y los acomoda como puede dentro del diminuto cubículo de piso de tierra. La tienda de repuestos para motos y bicicletas es una estructura de madera cubierta de chapas oxidadas al igual que el resto de los cientos de puestos que se amontonan unos sobre otros ofreciendo tomates, ollas, zapatos, cigarrillos o carbón, en el mercado de Konyo Konyo, en la ciudad de Yuba, la capital del país más joven del mundo. Luego de guardar el último de los fierros y cuando la sinfonía de gritos, radios y motores ruge aún con rabia, Gadafi cierra la puerta de chapa, pone los candados y emprende la caminata hacia el Natural Production, su gimnasio, el único club de boxeo de Sudán del Sur. Tres veces por semana, bajo la galería de una de las esquinas del edificio colonial, Gadafi entrena junto a un grupo de jóvenes que hasta hace poco desconocía el deporte de los grandes guantes y que hoy sueña con subir a un ring. Ya sea de pantalones deportivos, vaqueros o calzoncillos, la media docena de jóvenes entra en calentamiento moviéndose hacia adelante y hacia atrás, cubriéndose la cara y lanzando puñetazos a rivales invisibles. Mientras Gadafi, con sus botas Nike y unos pantalones satinados que le llegan hasta las rodillas, sube y baja los tres escalones de la galería sin descuidar su cronómetro. Gadafi Gore, como le puso su padre en honor al coronel, otrora líder de la revolución libia, abrió el gimnasio en 2007 junto a Otto George quien además de socio es su coach.
Luego de guardar el último de los fierros y cuando la sinfonía de gritos, radios y motores ruge aún con rabia, Gadafi cierra la puerta de chapa, pone los candados y emprende la caminata hacia el Natural Production, su gimnasio, el único club de boxeo de Sudán del Sur
Un moreno retinto que se ha pasado la vida en torno a los rings y que alcanzó a entrenarse antes de refugiarse en Inglaterra, en el único gimnasio de boxeo que existió en el sur de Sudán antes que se desatara la guerra civil. Hacia el 26 de abril de 1980, fecha en que nació Gadafi, ya se habían producido los primeros enfrentamientos entre las fuerzas del ejército central de Sudán que repondían a los intereses del norte árabe y musulmán y las fuerzas rebeldes del sur de población negra, cristiana y animista. Pero no fue hasta el 1983, con el intento por parte del gobierno central de hacerse con los yacimientos petroleros del sur, y sobre todo por intentar instaurar la ley islámica, que se desató la segunda guerra civil en el país más grande de África. Para ese entonces la familia Gore, perteneciente a la tribu Bari, una de las más de 400 del sur de Sudán, vivía en el barrio de Atlabara a pasos de la avenida de la Universidad por donde a diario pasaban las fuerzas del ejército. Pero al año siguiente, cuando Gadafi ya había cumplido los 4 años y los bombardeos se habían intensificado sobre la ciudad, su padre, quien trabajaba para Naciones Unidas, decidió enviar a su familia a la vecina Uganda. “El viaje nos llevó cuatro días”, recuerda Gadafi, y es que en la década de 1980 en el sur de Sudán no había ni transporte ni carreteras. Su madre junto a sus cinco hijos varones y tres hijas mujeres viajaron lenta y silenciosamente sentados sobre la carga de un camión destartalado. Atravesaron el seco y polvoriento paisaje del Sahel que se iba haciendo más verde a medida que avanzaban hacia el sur y se acercaban a la frontera con Uganda, país donde crecería y se educaría el futuro boxeador. Pasarían más de veinte años para que se firmara la paz del 2005 que pondría fin al conflicto que dejó más de dos millones de civiles muertos y cuatro millones de desplazados. Durante la guerra “era muy peligroso trasladarse”, recuerda. Los caminos estaban cerrados, la mayor parte de la gente no trabajaba y vivía de la ayuda humanitaria. Pero desde que terminó la guerra las cosas están cambiando. “La gente se está adaptando a las costumbres de los inmigrantes” que vienen de Uganda, Kenia o Tanzania a trabajar e incluso “los buses empezaron a llegar hace poco”. Hoy a este exprofesional del deporte le alcanza con llamar a su hermana en Kampala, capital de Uguanda, para que unos días más tarde sus repuestos estén en la terminal de buses de Yuba. Mucho más complicado se le hicieron los 6.900 kilómetros que le separaron de su familia cuando en diciembre de 1999, con 19 años, viajó a Noruega para boxear durante un año para un club amateur. A cambio de competir en la liga noruega y en torneos internacionales que lo llevaron a los preciados rings suecos y daneses, le daban techo, comida y un buen sueldo. Pero “extrañé mucho”, recuerda con una sonrisa melancólica. Ni bien se terminó el contrato, a pesar de que le llovieron propuestas de diferentes países europeos, Gadafi decidió regresar a Kampala y a los cuadriláteros africanos.
El boxeo regresa a Yuba
Las ajetreadas giras europeas ya son un recuerdo lejano y desde que regresó a Sudán del Sur la única competencia de la que participa Gadafi es el Box day. Cada 26 de diciembre, cuando la ciudad de Yuba está colmada de expatriados que regresan para las navidades, en el centro cultural de la ciudad se monta un ring al aire libre que despierta pasiones en la incipiente capital mundial de 250 mil habitantes. Aprovechando la influencia de la tradición británica, el Natural Production celebra el Box Day, festividad de origen medieval celebrada en las excolonias británicas donde antiguamente los nobles organizaban competiciones deportivas y llenaban de regalos a los pobres. Y aunque el Box Day sudanés no tiene el refinamiento de quienes fomentaron el odio entre el norte y el sur, sí cumple con la premisa de regalarle una jornada deportiva a una de las sociedades más subdesarrolladas del mundo. Para esa fecha, unos cuantos discípulos de la treintena que entrenan en el gimnasio son elegidos para participar en alguna de las 12 peleas del torneo en el que participan invitados de los países vecinos. “Desde que estoy en Sudán nunca perdí una pelea”, afirma Gadafi sonriendo con humildad. Y como era de esperar, en los seis años en que se ha celebrado el torneo, hasta el momento ha sido Gadafi, quien llegó a ser el cuarto mejor boxeador de Uganda –país referente del boxeo africano– el que se ha llevado el trofeo para su casa. Ubicada sobre una despareja calle de tierra por donde asoma la veta de la roca sobre la cual está apoyada la ciudad, tras una cerca de ramas de dos metros de altura, se encuentra la antigua y deteriorada casa de los Gore. Junto a esta, dos chozas de barro con techo de paja y piso de tierra, como en las que vive el 95% de los sudaneses del sur, sirven de complemento para alojar a Gadafi, cuatro de sus hermanos y a su padre, a quien no vio por más de 20 años. “Hacía mucho que no teníamos noticias de mi padre, incluso nos habían dicho que había muerto”, afirma. Pero en 2001 un conocido llegó con una foto que reavivó la esperanza. Cuatro años más tarde, cuando se firmó el acuerdo de paz que puso fin a la guerra, Gadafi, quien para ese entonces tenía 25 años, emprendió un viaje a Yuba con la foto de su progenitor. “Tenía que volver para encontrarlo”, dice. Y como por fuerza del destino, ni bien llegó a la ciudad que le vio nacer lo encontró. “Mi padre ya estaba muy viejo”, recuerda. Sin embargo, no se quedó y regresó a Kampala. Trabajó día y noche durante nueve meses hasta que logró juntar el dinero para volver. Esta vez con su madre y seis de sus hermanos. “Al principio fue muy difícil”, rememora el moreno de sonrisa perpetua. Cuando terminó la guerra las condiciones de vida en el sur de Sudán eran muy precarias y al poco tiempo enfermó gravemente de cólera y tifoidea.
El mercado de Nakasero funcionaba como una gran vitrina, y así como se escogían tomates y lechugas también se elegían boxeadores
Durante los primeros años deambuló entre changa y changa hasta que abrió el negocio que hoy le permite ayudar a seis sobrinos, a su madre y a su padre. Cubierto con una desilachada túnica marrón y apoyado en un bastón de madera, el anciano de 82 años camina casi a diario hasta el mercado para escuchar las historias de su hijo y recuperar de esa manera algo del tiempo perdido. “Todo empezó cuando tenía 9 o 10 años, en uno de esos mercados donde por unos céntimos los niños pueden ver películas sentados en el piso”. De repente apareció en la pantalla del antiguo televisor en blanco y negro el campeón mundial George Foreman y Muhammad Alí, disputándose el título mundial en el Congo. A partir de entonces Gadafi no pudo dejar de comprar videos de boxeo. Pero no fue hasta los 15, cuando Loudele, su amigo de toda la vida lo llevó al mercado de Nakasero, que sintió por primera vez la adrenalina del deporte que le cambiaría la vida. Y es que el céntrico mercado con capacidad para más de 30 mil comerciantes es la cantera del boxeo ugandés. A las cinco de la tarde cuando los puestos de frutas, verduras, ropa o electrodomésticos bajan las cortinas, los feriantes más fanáticos se juntan a boxear entre cajones. Nakasero no es solo el único mercado del mundo en el que se ha organizado un festival de boxeo, sino que también es el lugar del cual salieron estrellas como James Lubwama, The African Express, quien en setiembre del 2010 recuperó el título de peso mediano de la Asociación de Boxeo de Estados Unidos. “Yo puedo hacer esto”, le respondió Gadafi a su amigo sin dudar. Y aunque era menor en el resto de los luchadores, a partir de allí nunca dejó de boxear. Todos los días a las cinco de la tarde se iba de la escuela al mercado para imitar los movimientos de los mayores hasta que un año más tarde conoció a Musisi, el couch de un gimnasio del mercado, quien le enseñaría los primeros movimientos.
El inolvidable recuerdo del primer ring
Move, move, move… Bajo la galería del Natural Prodution, y con la respiración acelerada por el repiqueteo de las piernas, Gadafi alienta a los más nuevos que le acompañan como pueden. El exprofesional, que no pierde nunca la paciencia, explica cada movimiento con una tierna sonrisa mientras Kamal Adam, un adolescente de 13 años y el más pequeño del grupo, le observa con admiración. “Mi primera pelea la perdí”, recuerda. Su primer duelo fue a los 16 años en el gimnasio del mercado de Nakasero. Allí no se comparaban los pesos, se elegía al azar y le tocó debutar con un chico más grande y más fuerte. “Tuve miedo”, afirma el exprofesional de los rings, y recuerda como tras la primera paliza de su vida su coach le aseguró que la próxima vez ganaría. El mercado de Nakasero funcionaba como una gran vitrina, y así como se escogían tomates y lechugas también se elegían boxeadores. Al año siguiente, Kiebirege Musa, el entrenador del gimnasio del ejército de Uganda, le ofreció un puesto en el equipo a cambio de techo, comida y 100 dólares mensuales, una propuesta irrechazable. Gadafi no lo dudó y se fue a Bombo, un pueblo a 30 kilómetros de la capital, donde se encontraba el cuartel general del Ministerio de Defensa. “La primera vez que subí a un ring tenía 17 años. Todo se me hacía enorme. Allí arriba cambia todo”, afirma con la mirada fija en una vieja foto. Las tribunas atiborradas de gente y el griterío estremecedor lo intimidaron. Pero ganó, fue la primera de cinco peleas del torneo Junior donde los primeros cuatro, de un total de 50, ascendían de categoría. En menos de un año Gadafi pasó por todos los escalafones hasta llegar a National Open, donde fue seleccionado para entrenar con el equipo nacional ugandés. “Al boxeo hay que dedicarle mucho tiempo porque si no perdés”, explica. Pero aunque este joven de mirada penetrante le dedicó la vida al deporte, nunca pudo competir por la selección de Uganda. Era un refugiado sudanés. “La última pelea amateur fue la más importante de mi vida”, rememora. El estadio de Kampala con capacidad para 7.000 personas estaba colmado para presenciar la semifinal del Campeonato Internacional Nyangineso. Gadafi se enfrentaría a Saku Hassani, uno de los mejores boxeadores ugandeses amateur. “El estadio aclamaba su nombre”, recuerda, “pero en el segundo round lo noqueé”. El árbitro contó hasta siete en un silencio estremecedor. Pero se levantó. Pasaron los cuatro round, se dimitió por puntos y finalmente ganó el más experiente. Sin embargo con esa pelea Gadafi se convirtió en profesional y empezó a hacerse un nombre. Hacía dos años que había regresado de Noruega y había abandonado el equipo militar para defender los colores del club policial de boxeo para regresar a la capital. “Fueron años duros”, recuerda, trabajaba por el día y entrenaba por la tarde para poder mantener el hogar que compartía junto a su novia y su hijo Akram, de 5 años, a quien visita cada vez que vuelve a Uganda. Ahora en Yuba tiene a Noelia con quien lleva tres años de novio y con quien sin embargo no comparte techo. Y es que en Sudán del Sur las parejas no pueden vivir juntas ni tener relaciones sexuales. “Si tu novia se queda contigo vienen a buscarte los parientes para que les pagues. Si no te denuncian y vas preso. Aquí cualquiera te pide 10 mil dólares para que te cases con su hija”, agrega, e incluso las tribus dedicadas al pastoreo aún negocian con ganado. “Yo ya les dije que les voy a pagar poco. Si aceptan me caso y si no, no”. Pero parece que próximamente habrá casorio, y es que hasta en esta región, una de las más aisladas del planeta, las cosas están cambiando. La independencia de Sudán del Sur firmada el 9 de julio de 2011 le abrió una nueva oportunidad a este pueblo, uno de los más sufridos del mundo y lentamente la sociedad ha empezado a cambiar. Sin embargo, los conflictos internos y la disputa con el norte por los yacimientos petroleros fronterizos mantienen latente la amenaza de un nuevo conflicto a tres años de la independencia. A pesar de todo Gadafi confía en su país y junto a su socio ha solicitado la inscripción oficial de Natural Production con lo que en el futuro, quienes representen al país más joven del mundo en competiciones internacionales saldrán de su gimnasio. Los tiempos de los rings africanos han quedado atrás y este exboxeador profesional, quien sacrificó su carrera por regresar a su país, piensa ahora en retirarse e irse al extranjero para convertirse en coach y poder así entrenar a los futuros boxeadores. Sin embargo, antes de colgar los guantes definitivamente “quiero boxear al menos una vez por mi país”. Mientras tanto, todos los lunes, miércoles y viernes Gadafi entrena junto a Otto, Raskorbi, Kamal, Alem y al resto de los jóvenes en el Natural Production. Move, move, move…
Por Jerónimo Giorgi
Con información de : El Observador
©2014-paginasarabes®