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Napoleón Bonaparte I y su opinión sobre los judíos

Napoleón en las pirámides en 1798 por Antoine-Jean Gros

 

Napoleón Bonaparte I Emperador de los franceses. Junto con César y Carlo Magno, constituye uno de los personajes históricos más admirados. Militar y político, se convirtió en pocos años en el hombre más importante de la historia de Francia. Nació en 1769 y falleció en 1821.


«Debemos considerar a los judíos no sólo como una raza distinta, sino como un pueblo extranjero.»

Decidí mejorar a los judíos; pero ya no quiero ninguno más de ellos en mi Reino, ciertamente he hecho todo lo posible para probar mi menosprecio hacia la nación más vil del mundo.

Los judíos habían provisto víveres a mi ejército en Polonia; quise recompensarlos y me pesó; pues he visto que no son buenos sino para vender vestidos viejos.

La legislación tiene que ponerse en acción en todas partes donde el bienestar general está en peligro. El gobierno no puede mirar con indiferencia el modo en que una despreciable nación se adueña de los departamentos de Francia. Los judíos tienen que ser tratados como un pueblo especial. Son una nación dentro de una nación. Es descorazonador para la nación francesa acabar bajo el poder del más bajo de los pueblos. Los judíos son los maestros del robo de la edad nueva, son los cuervos de la humanidad. Los he visto, durante la batalla de Ulm, acudir desde Estrasburgo para llevar a cabo innoble razia. Deben ser tratados con el derecho político, no con el derecho civil. No son en absoluto auténticos ciudadanos.

Los judíos han practicado la usura ya en tiempos de Moisés, y oprimido a otros pueblos, mientras que los cristianos son sólo excepcionalmente usureros, cayendo, en tal caso en el desprecio… Debe prohibirse a los judíos el comercio, porque con éste abusan… Lo que hacen de malo los judíos no deriva de los individuos, sino del modo de ser fundamental de este pueblo.

Me he propuesto el expulsar a todos los judíos que no puedan probar su ciudadanía francesa y dar a los tribunales poderes ilimitados contra los usureros.

«Todos se quejan de los judíos. Esto se debe al mal aportado al mundo por los judíos que no deriva de individuos, sino de la constitución espiritual de este pueblo. Los judíos son los potros que destrozan Francia».

«Pensamiento», Discursos en las reuniones del Consejo de Estado de 7-3-1806, 30-4-1806 y 17-5-1806.

  1. Todo gran y pequeño vendedor judío deberá renovar su licencia cada año.
  2. Los cheques y otras obligaciones solo serán desempeñables si el judío puede probar que ha obtenido el dinero sin estafar/hacer trampas.

(Ordenanza del 17 de  Marzo de 1808. Código Napoleónico.)

“Los debemos considerar no solamente como a una raza distinta, pero sí como a extranjeros; para la Nación Francesa será la mayor humillación llegar a estar gobernados algún día por la raza más baja del mundo.”.

Duque de la Victoria: Israel Manda (Profecías cumplidas-Veracidad de los Protocolos). Editorial Época. Cuarta Edición. México D.F. 1977.



Napoleón exigió que los judíos adoptaran nombres y apellidos fijos, bajo pena de expulsión; les obligó a que se empadronaran; fijó un “numerus clausus” que afectaba tanto a sus lugares de residencia como a determinadas actividades: y les prohibió terminantemente la usura. Además, al considerar que en Alsacia eran demasiado numerosos y provocaban las quejas de los habitantes de aquella región, ordenó la expulsión de más de la mitad de ellos, mandándolos a la Vendée, “en castigo de esa región, culpable de rebelión en favor del titulado Luís XVII”. Pero, a parte de todas esas medidas, lo evidente era la animadversión del Primer Cónsul. Se cuenta que en una reunión del Consejo de Estado, Napoléon dijo: “Nadie se queja de los católicos ni de los protestantes como se queja de los judíos, lo que prueba que no se trata de una cuestión de religión, sino de raza. El mal que hacen los judíos no proviene de los individuos, sino de la propia idiosincrasia de ese pueblo extraño. Son unas sabandijas, unos parásitos que quieren arruinar a mi Francia” .

Drumont: “La France Juive”, pág. 259.


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