Sherezade y Dunyazad
Había una vez, en un país muy lejano, más allá de donde nace el sol, una princesa que contaba cuentos. Cada noche, cuando el sultán, su marido, regresaba al lecho nupcial, ella le contaba historias maravillosas de hadas y genios, de príncipes con turbante y princesas con velos, de caballos voladores y cuevas encantadas. Sus relatos estaban saturados de placeres sensuales, de aromas de ámbar y sándalo; ocurrían en palacios lujosamente amueblados, tapizados de alfombras y cojines de seda, donde se servían banquetes exquisitos aderezados con especias carísimas que culminaban con delicados postres, para después salir, a la luz de la luna, a jardines espléndidos llenos de árboles cuyos frutos eran piedras preciosas y fuentes donde en vez de agua, brotaba oro líquido, y donde cantaban pájaros. La princesa tenía una hermana que cada noche la despertaba para que el sultán escuchara a las dos, siempre y cuando el sultán no decidiera mandar ejecutar a la hermana mayor al amanecer…
La princesa contó cuentos al sultán durante mil noches y una más, el equivalente a dos años con 271 días.
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